Pero no para las mujeres
todo en tren, que era el principal medio de transporte terrestre. La red ferroviaria permitía aplicar un control aduanero estricto.
Todo esto se detuvo con la Primera Guerra Mundial. Las fronteras se convirtieron en trincheras por donde Europa se desangró durante cuatro larguísimos años. Terminado el conflicto, los países enfrentados no resolvieron sus diferencias, como muy pronto se vio en Alemania, pero hicieron algunos esfuerzos para facilitar la circulación de personas y mercancías. La recién creada Sociedad de Naciones –predecesora de la actual ONU– promovió una cumbre en París en octubre de 1920 para discutir sobre pasaportes, trámites aduaneros y billetes directos. Durante la reunión se decidió que era necesario estandarizar este documento para que todos los países los tuvieran igual. En realidad la homogeneización era una manera de controlar que nadie intentara cruzar la frontera con papeles falsificados. Se acordó que todos los pasaportes tuvieran 32 páginas, midieran 15,5 cm. x 10,5 cm., llevaran cubierta de cartón y que la información constara como mínimo en dos lenguas: la del país emisor y el francés, que entonces era el idioma internacional, porque el inglés aún no había impuesto su hegemonía global.
En la cumbre de París se marcó como límite para implantar ese nuevo pasaporte el mes de julio de 1921. Así pues, parece que para conmemorar el centenario de aquella efeméride ahora nos harán un pasaporte de vacunación. Esperemos que lo planifiquen un poco mejor que la distribución de las dosis.
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