Ya están cansados
Antoni Gómez-Guinart LA GARRIGA
Con el encarcelamiento de Pablo Hasél, diferentes zonas del país (especialmente Catalunya) se han visto sumidas en altercados violentos. Se ha ido difuminando el motivo de protesta: la gota que colmó el vaso, Pablo Hasél, ya no se recuerda. El grito de «¡Libertad Pablo Hasél!» ahora es: «¡Mossos gossos!» y «A.C.A.B» (all cops are bastards, todos los policías son unos cabrones).
Estas personas están cansadas de las injusticias que no paran de salir a la luz, del Gobierno, de una corona blindada por una Constitución pasada de moda, de la corrupción política, de la no respuesta de aquellos que prometieron darlas cuando fuese necesario, de las cargas policiales, del paro, de una riqueza que se contrapone a la pobreza generalizada del país. Están cansados de que se cambien ojos por balas de goma. Están cansados de la incertidumbre y la violencia. Ha desaparecido la sangre fría y ahora es la sangre caliente la que circula por las calles. Estas personas se manifiestan violentamente porque no han conseguido nada de forma pacífica, y ha llegado su hora de alzar el puño. Están ya cansados de un futuro que aún no ha llegado.
El problema radica en que la disconformidad y rabia que aumentan como calor en los manifestantes se ha convertido en una moda de odio irracional contra la Policía, una deshumanización de los agentes, los cuales reciben pedradas. Repito, pedradas. Y es que detrás de los uniformes no hay robots; hay personas trabajando que quieren llegar a casa después de la jornada y que pueden tener la misma ideología de aquellos que los agreden. ¿Qué pasará si estos se plantan?
No podemos normalizar la situación de revuelta violenta antipolicial. Hay que reflexionar sobre la imposibilidad de vivir en una sociedad sin Policía o sin antidisturbios, cuando los medios que se utilizan para llegar al fin son los disturbios.