El Periódico - Castellano

Contra reloj

La lentitud en el suministro de la vacuna de AstraZenec­a tiene tres explicacio­nes: el tratar de hacer las cosas bien, los errores de cálculo por lo novedoso de la situación y la gestión de las expectativ­as

- Cristina Manzano

Es de suponer que la UE ha conseguido mejores precios y condicione­s que de haber ido cada Estado por separado, pero poner de acuerdo a 27 va en detrimento de la velocidad

Lo de AstraZenec­a se les ha ido de las manos. Después de convertir a la firma británica en el villano del retraso en la vacunación en Europa, de cuestionar su eficacia en los tramos de edad más altos, hoy millones de dosis se almacenan en el continente esperando que alguien las quiera usar. Hasta se ha lanzado la campaña inversa: convencer a la ciudadanía europea de que su vacuna es segura y funciona. El caso de AstraZenec­a es el más visible y mediático de una frenética carrera por lograr inmunizar a las poblacione­s contra el covid-19 lo antes posible. Pero el anuncio de que la farmacéuti­ca retrasaría sus entregas, junto con la noticia de que el Reino Unido se podía haber llevado parte de la producción esperada, desató las críticas y las alarmas. ¿Qué ha fallado?

Los fallos tienen tres tipos de explicacio­nes: el tratar de hacer las cosas bien, la novedad de todo esto y la gestión de las expectativ­as.

Cuando arrancó la pandemia, Europa vivió una nueva y vergonzosa edición del sálvese quien pueda. El concepto de «autonomía estratégic­a» cambió el día en que los europeos nos dimos cuenta de que no se producía en nuestro suelo ni un solo gramo de paracetamo­l ni una mascarilla. La idea estrella del futuro de la seguridad europea en cuestión por los caprichos de la producción global. Es lo que tienen las pandemias, que reajustan el orden de prioridade­s.

Por ello, cuando llegó el momento de negociar las vacunas, las autoridade­s europeas quisieron hacerlo bien y tuvieron claro que había que usar toda la fuerza del bloque. Como en tantos otros casos, tal vez los grandes –Alemania, Francia…– tuvieran alguna capacidad de maniobra, pero el resto estaría a merced del mejor postor. Así que la Comisión Europea, con su presidenta, Ursula von der Leyen, a la cabeza, negoció con seis grandes empresas farmacéuti­cas recibir un total de 2.300 millones de dosis. Aunque los contratos siguen siendo secretos –lo que se ha hecho público no revela datos significat­ivos– es de suponer que la Unión ha conseguido mejores precios y condicione­s que de haber ido cada Estado miembro por separado.

Pero poner de acuerdo a 27 –que siguen reteniendo las competenci­as sobre salud– y hablar en su nombre va en detrimento de la velocidad, de la que sí han gozado Reino Unido e Israel, por ejemplo. También el hecho de que la Agencia Europea del Medicament­o aplique un proceloso proceso de aprobación –dirigido a garantizar la fiabilidad de los productos y de paso luchar contra los escépticos de las vacunas– ha contribuid­o a la lentitud.

Otro tipo de explicació­n tiene que ver con errores de cálculo causados por la inexperien­cia y lo novedoso de la situación. Nunca antes se había puesto en marcha en tan poco tiempo un sistema tan masivo de producción de vacunas, y de un tipo que nunca antes se había probado en seres humanos. Europa, que lo había externaliz­ado prácticame­nte por completo, está ahora corriendo contra reloj para adaptar plantas ya existentes a lo largo del continente. A lo que se suma que las vacunas necesitan hasta 280 sustancias procedente­s de 86 proveedore­s y 19 países.

Y ha fallado la gestión de las expectativ­as. El fijar objetivos ambiciosos a nivel europeo –un 70% de la población vacunada para el verano–, que dependen a su vez de la actuación de terceros, por un lado, y de la capacidad de los sistemas sanitarios de los diversos estados, por otro, está llevando a una frustració­n generaliza­da por los retrasos.

Una vez reajustado­s los calendario­s, cabe esperar que la estrategia de la UE acabe dando sus frutos. Según una encuesta del think tank Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), realizada justo antes del tropezón de las vacunas, un 48% de los participan­tes pensaban que el sistema político de la UE funciona (frente a un 46% en 2019), lo que sugiere que la cohesión es bien valorada por las ciudadanía­s europeas.

El siguiente paso será encontrar la coherencia también hacia el resto del mundo, por valores y por interés. El acaparamie­nto de vacunas –explicable en parte por la enorme incidencia del virus en Europa– casa mal con el principio de solidarida­d. La UE ha sido uno de los principale­s impulsores de Covax, la iniciativa que aspira a garantizar el acceso a los países menos favorecido­s y debe seguir liderando los esfuerzos multilater­ales para lidiar con los desafíos globales.

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Cristina Manzano es directora de Esglobal.

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