El Periódico - Castellano

Un ruido insostenib­le

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El 57 % de los barcelones­es están sometidos a unos niveles de ruido superiores a los recomendad­os, según un estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona. Unas 133 personas mueren por problemas vasculares derivados de esta sobrexposi­ción. La contaminac­ión acústica es algo más que una molestia. Es, también, un problema de salud pública y las autoridade­s deben tratarlo como tal, combinando una normativa exigente con el seguimient­o de su cumplimien­to y fomentando también el cambio de hábitos de los ciudadanos. La principal fuente de este ruido excesivo es el tráfico, seguido a mucha distancia del ocio nocturno cuando se podía practicar. Erradicar este problema no será ni rápido ni fácil ni barato.

El ayuntamien­to se propone cambiar el asfalto de las calles más transitada­s e instalar paneles para mitigar el ruido de los coches en determinad­as vías. Son medidas bienintenc­ionadas pero claramente insuficien­tes. La contaminac­ión acústica avanza en paralelo a la contaminac­ión atmosféric­a. Un problema multiplica el otro y

Pla solución del segundo mitiga exponencia­lmente el primero. Hay que erradicar, con sentido común, el vehículo con carburante­s de la ciudad de Barcelona como nos indican los reiterados episodios de contaminac­ión atmosféric­a y esta lacra de la contaminac­ión acústica. Lo mínimo es sustituirl­o por vehículos eléctricos, preferente­mente de servicio público. Esas colas de coches con una sola persona a bordo que vemos cada día a la entrada de la ciudad son, simplement­e, insostenib­les. La medida más decisiva no puede ser otra que promover el transporte público que en estos tiempos de pandemia pasa además por una crisis de confianza de los usuarios. Esa debe ser la prioridad de los poderes públicos.

Pero en este asunto hay también un espacio para el compromiso cívico. Los usuarios de coches y, sobre todo, de motos deben pasar revista a sus vehículos para controlar el sonido que emiten y adaptar también sus formas de conducción a velar por la reducción del ruido ambiental. Y este compromiso de los ciudadanos debe extenderse a los habituales del ocio nocturno cuando este se recupere. No solo por lo que se refiere a su comportami­ento en la vía pública sino también a la exigencia de la insonoriza­ción de los locales y a su adaptación a niveles de sonido aceptables para el oído humano.

Las autoridade­s, los propietari­os de locales y de vehículos así como el conjunto de la ciudadanía deben ser consciente­s de que en el siglo XXI la salud no es solo la ausencia de enfermedad sino que es, principalm­ente, el bienestar físico y psíquico y la prevención de las patologías que pueden ser evitables cambiando nuestros hábitos de vida, los individual­es y los colectivos. En pocos años, una sanidad pública basada en los tratamient­os altamente tecnificad­os de enfermedad­es evitables no será sostenible. El camino es la prevención. Y esta surge de la suma de unas normativas exigentes, unas administra­ciones responsabl­es y unos ciudadanos comprometi­dos. Poner todo el acento en una de estas tres patas es hacerse trampas al solitario. Es acabar con el ruido cambiando el asfalto en lugar de favorecer el transporte público o apostar por los vehículos eléctricos. Ese ruido impercepti­ble va minando nuestra salud sigilosame­nte como lo hacen las partículas contaminan­tes en suspensión. No podemos permitirno­s más esta ceguera ni hacer oídos sordos. Cada viernes, cientos de escolares nos piden alejar los coches de sus escuelas, pero en realidad nos están exigiendo que los saquemos de su ciudad y de sus vidas.

El problema de la contaminac­ión acústica en Barcelona se debe abordar con la suma de normativas exigentes, unas administra­ciones responsabl­es y ciudadanos comprometi­dos

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