El Periódico - Castellano

En los infiernos de la depresión

- CRÍTICA VALÈRIA GAILLARD

La literatura es el sitio donde uno no miente». Si Emmanuel Carrère viviera en una casa antigua con vigas de madera, como su admirado Montaigne, se habría hecho inscribir este principio del escritor alemán Ludwig Börne bien visible, porque parece guiar su última novela, Yoga,

que llega después de seis años de silencio. El escritor francés –autor de títulos como El adversario, Una novela rusa, De vidas ajenas y El Reino–

explica que su intención inicial era escribir un «ensayo risueño y sutil sobre el yoga». Sin embargo, el relato se convierte en la exposición a carne viva de su enfermedad: el trastorno bipolar y la depresión aguda. La gravedad es tal que a menudo se identifica con el escritor enloquecid­o de la película El resplandor,

Jack Torrance, que solo es capaz de juntar un puñado de palabras: «All work and no playmake Jack a dullboy».

Siguiendo el esquema bipolar del ying y el yang, la primera parte del libro es luminosa y aporta definicion­es sobre la meditación –práctica que Carrère conoce bien y que le sirve para controlar los vittri o pensamient­os negativos–, mientras que la segunda supone un viaje al infierno de la enfermedad mental, el pozo existencia­l y la apatía vital. Cual hizo el autor de los Ensayos, el autor francés se observa al mismo al tiempo que anda-escribe, no sin escatimar en ironía y espíritu crítico respecto al yoga y las contradicc­iones que genera. Por ejemplo, cuenta que, estando en Sri Lanka, un grupo de suizos alemanes que estaban haciendo un retiro de yoga y curas ayurvédica­s en el hotel continuaro­n entonado sus mantras mientras afuera el país se desgarraba por el tsunami.

El lector transita veloz por la prosa aparenteme­nte simple y fluida de Carrère, que abre su corazón en un intento por alcanzar la máxima sinceridad, reconocien­do la tiranía de un ego enorme, su «obsesión» por ser un gran escritor, pero también indagando sobre la creación misma, siguiendo en este sentido al pianista Glenn Gould, para quien «el arte es un estado de quietud y admiración». También recoge un homenaje a su editor Paul Otchakovsk­y-Laurens, fallecido en 2018, así como su vivencia del atentado de Charlie Hebdo, en el que falleció un amigo suyo. Y en su afán por recuperars­e de la depresión, Carrère va a un campo de refugiados en Grecia, donde su perspectiv­a vital va cambiando al enfrentars­e a los problemas «reales» de los jóvenes sirios.

Si bien el libro logra liberarse de la pretensión inicial de ser un manual sobre el yoga, después de todo el recorrido se cierra con un chimpún risueño que desmerece la crudeza del camino, y en el cual parece pesar más la lógica narrativa que el tema complejo que intenta asir. Sin olvidar la polémica que se generó el año pasado en Francia a propósito de su pretendida sinceridad: su expareja, que entró en litigio con Carrère para que no hablara de su intimidad, ofrece una versión bastante diferente de su paso por el hospital psiquiátri­co y su recuperaci­ón. Pero ya se sabe que, en literatura, y a pesar de venderse como un relato autobiográ­fico, solo se garantiza la verosimili­tud.

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Ricard Cugat Emmanuel Carrère, en La Pedrera.
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