El Periódico - Castellano

Taburete Foster Wallace

- JAVIER GARCÍA RODRÍGUEZ

Me persigue David Foster Wallace desde el año 2000 más o menos. Desde que leí, cuando era más joven y viajé en sucios trenes que iban hacia el norte (esto va con música de Sabina), su artículo Noticias bastante exageradas, una reseña académica que dinamitó mi manera de entender las reseñas y la Academia. Era un tren que me llevaba de una casa a otra casa durante los años en los que viví un poco nómada (ni mónada ni gónada ni monada, como se empeña el corrector de Word). No he puesto mucho interés en escapar del escritor. Lo he leído, reseñado, estudiado, criticado, disfrutado y recomendad­o (mucho, quizá demasiado, pero siempre a las personas indicadas).

Y aunque sigo leyéndolo por prescripci­ón de mi primo, mi gastroente­rólogo, ahora me acecha desde la pantalla. Ya me había topado (dopado, insiste el corrector) con sus libros en Amor y letras, y ahora me los encuentro en otras películas y series como una especie de certificad­o de autenticid­ad del tipo «yo también he estudiado Cultural Studies, you know, pero eso no quita para que viva atormentad­o, aunque distante y un punto nihilista». Wallace en serie: Weeds (una viuda que vende hierba para sobrevivir en su barrio pijo con un adolescent­e más salido que el pico de una iron y que lee La broma infinita para ligar); Your honor («aquí, leyendo a

Foster Wallace», dice el chico en el primer encuentro; en otro capítulo la chica le regala dos marcapágin­as: uno para las notas al pie); Las chicas Gilmore (aparece Hablemos de langostas); el primer episodio de Devils (el «exdoctor macizo» Patrick Dempsey relata en una reunión de trabajo la historia de la pecera, convertida ya en charla de autoayuda TEDx: «David Foster Wallace contó esta historia»); The wilds («Escuchan vinilos y llevan La broma infinita

encima», dice un posadolesc­ente de sus compañeros); y la película de animación Soul,

donde el Esto es agua

cala como el ídem en nuestra alma musical.

Y en esto llegan los Taburete, sacan un disco titulado La broma infinita y parecen cantar «si yo tuviera una escoba del sistema». Camisas de cuello abotonado de PH neutro, pantalones chinos, mocasines (todo esto es inventado, ya lo saben): ni bandana, ni botas desatadas ni hiperhidro­sis. Del after-pop al pop. No sé lo que pensarán los seguidores de esta banda (¿tabureters?) ni lo que opinarán las poetas feministas. Silla Barcelona de Mies van der Rohe, mesa Nomos de Norman Foster, armario Songesand de Ikea y taburete Foster Wallace. En 25 años (¡25!) hemos pasado de Infinite Jest al Jes-Extender. No es broma.

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