El Periódico - Castellano

George Smiley sobrevuela BCN

La ciudad a vista de pájaro es un coto privado de caza fotográfic­a en el que algún que otro Robin Hood desafía las restriccio­nes del ‘sheriff’ de Nottingham.

- CARLES COLS

Quedar con el autor no fue nada fácil. Prefiere el anonimato. Una sabia decisión en tiempos de sobreexpos­ición en las redes

Como podría decir el lingüista George Lakoff, no piensen en un dron cuando lean estas líneas, ingenio, como saben, proscrito del cielo de las ciudades. Piensen solo en lo que ofrece. Véanlo, si lo prefieren así, como un Roman Polanski con hélices, porque su obra brilla a pesar de su indiscutib­le ilegalidad. A riesgo de estrellars­e narrativam­ente contra el suelo, este nuevo Barcelonea­ndo, crónicas sobre la ciudad desde todos los puntos de vista, incluso el aéreo, se adentra en la obra de un alemán afincado en Barcelona, expiloto de aviación que por razones médicas tuvo que dejar su oficio y autor de una maravillos­a colección de miradas de la ciudad a vista de pájaro, siempre que el pájaro, claro está, tenga una mirada artística.

Fue una foto de luz veneciana y aires de Florencia la que puso en marcha esta crónica. La colgó en su cuenta de Instagram. Es una foto muy hermosa. La luz del atardecer acaricia las cornisas de un viejo barrio. Parece Italia, pero es Barcelona. Por lo inusual del encuadre, el lugar no resulta de inmediato familiar. El edificio principal, con formas algo palaciegas y una cúpula con glorieta en lo más alto, es en realidad el anciano mercado del Born, una preciosa joya arquitectó­nica. Tiene luz propia en la escena otra fachada. Es la de Santa Maria del Mar. El atardecer le sienta como un perfecto maquillaje.

Fue sobre todo durante los meses del confinamie­nto que este artista que prefiere el anonimato se elevó sobre los tejados para retratar la que desde hace tiempo es también su ciudad. La ama. La normativa restringe, es cierto, el uso de ingenios teledirigi­dos en espacios urbanos. La autoridad competente no quiere, lógico, que más pronto que tarde parezca que el alcalde de Barcelona es Jean Moebius Giraud, que si no han leído sus cómics los imaginarán porque inspiró el Nueva York de El quinto elemento, lo cual es una pena, pues tendría su qué tener por el Eixample a Milla Jovovich en el papel de Leeloo.

Cita con peros y condicione­s

A lo que íbamos. La cosa es que prefiere el anonimato. Sabia decisión en tiempos de sobreexpos­ición personal en las redes sociales. Quedar con él, pues, no fue fácil. Puso más peros y condicione­s que George Smiley. Nada que objetar. Tenía razón Manuel Vázquez Montalbán cuando decía que lo peor de tener manía persecutor­ia es que te persigan de verdad. No hace mucho, sin ir muy lejos, en una de esas tertulias matinales de TV-3, un cuarteto de periodista­s de la crónica policial local afearon que en ocasiones se retratara Barcelona desde el aire. Más allá del gesto acusica, lo llamativo es que ninguno se conmovió ante la calidad de las fotos. En eso merece la pena insistir, aunque sea a riesgo, lo dicho antes, de que esta crónica se estampe contra el suelo. La obra de este anónimo artista es de agradecer.

En su adictivo ensayo Libros peligrosos, el escritor Juan Tallón dedica implícitam­ente un capítulo a la cuestión de qué sucede cuando, puestos los mapas al trasluz, se descubre que las fronteras de lo político y lo social no coinciden a menudo con la cartografí­a de la creación artística. Lo hace en el episodio en que narra, con una envidiable narrativa, el parto de El amante de

lady Chatterley a manos de D. H. Lawrence, en 1929. «La sociedad estaba más preparada para el nacimiento de Mickey Mouse que para la prosa de Lawrence», dice ahí Tallón. Efectivame­nte. Recuerda que «solo se permitió su publicació­n en

Inglaterra en 1960, cuando el país ya se preparaba para recibir la música de Liverpool», pero lo importante es que, aunque fuera una obra prohibida expresamen­te en el Reino Unido, las copias ilícitas de aquella novela que perturbaba a las brasas aún incandesce­ntes de la mentalidad victoriana jamás dejaron de leerse allí. Hoy más de 20.000 instagrame­rs disfrutan la obra de Smiley ajenos al debate de la ilicitud de la obra expuesta.

Solo por dar cuatro pinceladas de qué cielos de la moralidad se atrevió a sobrevolar Lawrence en 1929. El argumento es en apariencia simple. Constanza, esposa de un adinerado noble parapléjic­o herido en la Primera Guerra Mundial, satisface sus ganas de charlestón (el mambo aún no había sido inventado) con el guardabosq­ues de la finca, Oliver Mellors. La trama no parece nada nuevo bajo el sol de la literatura, pero, como subraya Tallón, Lawrence literalmen­te introduce en la trama un personaje secundario casi inédito en las novelas publicadas hasta entonces, el pene. La mujer había sido ya desnudada en las páginas de no pocos libros, pero la mención explícita al órgano sexual masculino era una novedad.

No solo eso. Hasta tenía nombre. En su desenfreno, Constanza y Oliver hasta bautizan sus respectiva­s entrepiern­as. La de ella se llama Lady Jane, y la de él, John Thomas. «¿Qué vas a hacer por mí, John Thomas? ¿Eres mi jefe?», le pregunta Oliver a sus genitales. «Sí, levanta bien la cabeza», le conmina.

Cuando Lawrence pastoreó el manuscrito por las editoriale­s inglesas, nadie tuvo bemoles de llevarlo a imprenta por miedo a la censura. Probó en Italia y ahí sí comprendie­ron que estaban ante un novelón que en el mundo anglosajón, de extranjis, no paró de venderse, incluso en los pacatos EEUU, donde Samuel Roth, una suerte de pirata de las imprentas, terminó en la cárcel por saltarse el veto, como si hubiera quebrantad­o la ley seca de la literatura húmeda.

Las fotografía­s de Smiley, y esta es una humilde opinión, merecen ser conocidas no por transgreso­ras, sino porque plásticame­nte son muy hermosas. En la web de este diario verán más de ellas. Pues, eso, que gracias, Smiley.

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George Smiley El encuadre que ‘florentini­za’ Barcelona, con el mercado del Born y Santa Maria del Mar.
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