El Periódico - Castellano

HAY BAILE EN MARTE

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En tiempos de cierre perimetral de comarcas, cuando uno no se puede plantear ni hacer una excursión a Castelldef­els, qué menos que desear pasar el fin de semana, como mínimo, en otro planeta.

Escribió Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas:

«Los hombres de la Tierra vinieron a Marte. Lo hicieron porque tenían miedo o porque no tenían miedo en absoluto, porque eran felices o porque no lo eran. Venían con sueños pequeños o grandes o sin sueño alguno». Venían a Marte, podría añadir, porque no podían ir ni a Cuenca.

Además, estos días, veo indicios para mudarme allí en todos los rincones. Primero fue la NASA quien publicó hace unos días imágenes de Marte recogidas por un robot muy listo. Estamos tan enfrascado­s en las desgracias del planeta azul que ni siquiera le hemos hecho mucho caso a un desembarco tan espectacul­ar (y caro) en el rojo. Olvidamos que, como dijo Carl Sagan, solo somos «un punto azul pálido en la inmensidad del cosmos».

La noticia, sin embargo, podría al menos invitarnos a leer las novelas marcianas de K. Dick o Arthur C. Clarke, aunque yo recomiendo una ambientada en otro lugar donde viven unas extrañas criaturas que contestan con preguntas y desenfunda­n la cartera con más rapidez que una pistola de rayos calóricos. En el fin del mundo. O, en otras palabras, en la Costa da Morte. Allí transcurre la historia de la maravillos­a nueva novela de Manuel Jabois, sentimenta­l e inteligent­e, trepidante e intimista, sobre la desaparici­ón de una niña el día de la boda de su madre. Esta llega al pueblo a principios de los noventa envuelta en una nube de misterio. Cuando

EN CIERRE PERIMETRAL, QUÉ MENOS QUE DESEAR PASAR EL FIN DE SEMANA EN OTRO PLANETA

le preguntan su nombre, llega a soltar: Miss Marte. Y entonces, cito, porque este libro hay que citarlo: «Dice, con la gracia natural de una niña a la que todo le sale bien: ‘Es que allí hay otro canon de belleza’». Ojalá en Marte las novelas sean, de hecho, tan bellas como esta.

‘El espejo rojo’

También esta semana se inauguraba una gran exposición en el CCCB:

Marte. El espejo rojo, que explora nuestra fascinació­n por ese planeta desde la ciencia, la literatura, el cine. Mediums, científico­s, guerreros y escritores. Asociacion­es que defienden que deberíamos mudarnos cuanto antes y proyectos de parque temático en la provincia de Huelva con la mascota más improbable de la historia: Jamonciano (un jamón verde, marciano). En la última parte de esta exquisita exposición, dedicada a los preparativ­os para nuevos asentamien­tos, me daba cuenta de que leía los letreros con la impacienci­a con la que reviso las noticias sobre la vacuna. Es decir, echaba cuentas para saber cuándo podremos pirarnos de este planeta.

Aun así, mientras esperamos los primeros taxis a Marte, podemos escuchar a David Bowie preguntánd­ose si hay vida allí, a T. Rex queriendo bailar, como lo harían Radio Futura, en los salones de baile de Marte, a Sisa queriendo devolver el calor, el sabor, las ganas de disfrutar a esos «marcianito­s» que han perdido el brío, que viven como esquimales, que olvidaron el ritmo… o esperar a que sean ellos, los marcianos, los que nos lo devuelvan como en esa popular canción cubana en la que un objeto volador alcanza La Habana y de él salen unas curiosas criaturas bailando algo llamado Richachá, «porque así llaman en Marte al chachachá». Ojalá, aquí o allí, podamos volverlo a bailar pronto.

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