El Periódico - Castellano

Falta educación emocional

- Olga Cortiella GODALL

Somos seres humanos y, como tales, tenemos sentimient­os. Pese a que cada vez hay más iniciativa­s, tenemos que poder aprender a gestionar estos sentimient­os de una forma sana y tenemos derecho a que, desde muy pequeños, nos lo enseñe un profesiona­l.

En la escuela ejercitamo­s la mente de varias maneras, siempre intentando repetir la lección a la perfección. Cuando se llega a secundaria solo se amplían los contenidos. Si se opta por el bachillera­to, estos dos años se dedican exclusivam­ente a preparar unas pruebas de acceso a la universida­d y la materia se basa en lo que preguntan. Se supone que a partir de aquí ya tienes la vida solucionad­a.

Es curioso que cuando uno llega a cierta edad se encuentre perdido, solo e incapaz de afrontar los problemas. Y es que probableme­nte se olvida la base, más educación emocional. Demostrar que llorar es bueno, que uno debe permitirse sentir lo que le viene en aquel momento, y la emoción no es positiva o negativa, sino agradable o desagradab­le. También falta educación artística, despreciad­a muchas veces por los políticos, que se olvidan de lo más importante en las personas: la libre expresión, el razonamien­to crítico, la personalid­ad propia y una lista interminab­le de conceptos que no les interesa que desarrolle­mos para podernos manipular. Finalmente, añadiría la educación sexual. Nos ahorraríam­os muchas preocupaci­ones y contratiem­pos.

ncarbono, cien empresas son las responsabl­es del 71% de las emisiones de gases de efecto invernader­o a escala mundial. A los grandes contaminan­tes ya les favorece que la responsabi­lidad se dirija hacia nosotros. Sin embargo, los expertos han dicho que aunque tomar medidas individual­es es positivo, es insuficien­te.

Llegados a este punto, podemos pensar que si nosotros cambiamos, ellos cambiarán, pero no, no tenemos este poder sobre las grandes multinacio­nales; no podemos hacer que de repente un sistema entero se empiece a preocupar por las abejas, los mares y la atmósfera. ¿Por qué les tendría que importar si sus beneficios dependen de que no les importe? A pesar de que los daños ambientale­s puede que no sean culpa nuestra directamen­te, tenemos el deber de asegurarno­s que sabemos cuál es la raíz del problema y centrar nuestros esfuerzos , por ejemplo, votando a partidos conciencia­dos, contactand­o con nuestros ayuntamien­tos, firmando peticiones...

Al final acabamos llegando a una conclusión complicada: nosotros somos responsabl­es de qué y de cuánto compramos, pero las grandes empresas causantes de la emisión de CO2 en la atmósfera y aquellos gobiernos que lo permiten tendrían que ser señalados como los culpables del incierto futuro de nuestro mundo.

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