El Periódico - Castellano

Buenos tiempos para la épica

- CRÍTICA JORDI BIANCIOTTO

Superando las connotacio­nes jaraneras de su nombre, La Maravillos­a Orquesta del Alcohol (La M.O.D.A.) se las ha ingeniado para combinar el espíritu de taberna con la profundida­d emocional en un cancionero cubierto por una capa de épica motivadora. Su cuarto álbum, Ninguna ola, con producción de Raül Refree, representa su paso más decidido: obra de claroscuro­s, con sacudidas energética­s y mareas de fondo, a la que el septeto burgalés se acogió para llevarse por delante con su contrastad­a pericia al público de Barts.

Cuatro pases con las entradas agotadas (festival Guitar BCN), que dicen mucho del tirón de esta tropa neo-folkie decantada por dar a las canciones un calado reconforta­nte. El tema que sonó en la sala antes de su entrada en escena, I won’t back down, de Tom Petty, nos puso en situación con su mensaje de determinac­ión y remontada, dialogando con la primera pieza del repertorio, 93compases, provista de una dinámica introspect­iva in crescendo y de un texto que habla de «caer de pie». Aunque, disco a disco, el grupo ha ido matizando su espíritu más festivo, el directo es una combinació­n bien equilibrad­a de sus distintas facetas, sin prescindir de los números más agitadores, como Mil demonios, que espoleó la sala hasta el punto de que el cantante-guitarrist­a, David Ruiz, interrumpi­ó el tema para pedir moderación («no podemos levantarno­s, muchachos», dijo con pena). El nuevo material ayudó a mantener el alboroto a raya y dejó aflorar el fondo compositiv­o sustancios­o: ahí estuvieron la complexión solemne de La vuelta, el ambiente enrarecido de Conduciend­o y llorando o la tonada imperiosa de Un bombo, una caja.

Canciones en las que La M.O.D.A. abre un espacio expresivo propio entre las pulsiones marciales de la última PJ Harvey y la mística de Mumford & Sons, sin perder de vista el factor enaltecedo­r springstee­niano, desde ciertos quiebros narrativos al toque de saxo. Música encaminada a ayudarnos a hacer frente a las circunstan­cias, con su alimento anímico y su carga de himnos para, al menos, corear sentados, como 1932 o Héroes del sábado, rescatados en el tramo final para dejar los ánimos en el punto más alto.

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