Fumiaki Miura, o la pureza mozartiana
Mozart regresó el jueves al Palau, y esta vez con acreditados intérpretes, la Orquesta de Cámara de Viena con el joven violinista Fumiaki Miura como director –y solista– y con Varvara al piano. En el programa, presentado por Ibercamera, el Concierto para violín Nº 5, en La mayor, K. 219, la Sinfonía Nº 29, en La mayor, K. 201/186ª y el Concierto para piano Nº 8, en Sol mayor, K 246, conocido como Lützow.
Armado de su Stradivarius de 1704, Fumiaki Miura –que tocó y dirigió de memoria– encandiló al público ya desde el principio del Concierto Nº 5, también llamado Turco por su característico rondó final, una obra de una belleza solemne pero que da alas al virtuosismo del solista. La obra estuvo muy bien defendida por Miura, desde el primer movimiento. De pulcra afinación, el violinista japonés exploró los recovecos que propone Mozart en esta partitura, sin sobresaltos y fascinando con su cadenza.
El diálogo con los músicos de la Orquesta fue espléndido, un conjunto que brilló especialmente en la Sinfonía Nº 29, obra muy popular pero poco programada que llegó servida en una versión transparente y precisa, sin tintas cargadas. Miura equilibró debidamente los planos sonoros incluso en el movimiento lento, con la cuerda en sordina y resaltó la sencillez y la pureza melódica mozartiana.
En el Concierto para piano Nº 8, Lützow, la pianista rusa Varvara demostró cómo la sencillez no está reñida con el virtuosismo, ya que esta obra, poco exigente si se compara con las sonatas mozartianas, entraña sorpresas si la ejecución tiende a la introspección. Varvara optó por un acento trascendente en contraste con el enfoque del resto del programa, pero Miura –junto a la orquesta– la siguió con complicidad. La pianista convence por su pulcra digitación, dándose tiempo para lucirse en la cadenza y para deleitar con el movimiento lento.
CRÍTICA PABLO MELÉNDEZ-HADDAD