El Periódico - Castellano

Por carreteras estrechas

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En 1982 y de cara al Mundial del año siguiente la FISA que presidía Jean-Marie Balestre, un tipo despiadado y carente de cualquier escrúpulo, decidió reformar el reglamento que gobernaba el mundo de los rallies y crear el nuevo Grupo B en el que se flexibiliz­aban al máximo las homologaci­ones. La idea era invitar a las marcas a fabricar coches de competició­n y ponerles pocos obstáculos. Tan solo se exigía la fabricació­n de 200 unidades de calle y para obtener el permiso sobre alguna evolución simplement­e bastaba con producir 20 unidades de la misma. Esa circunstan­cia sumada a la ausencia de limitacion­es tecnológic­as propició la aparición de la saga de coches más radicales que se han visto fuera de los circuitos.

Los ingenieros comenzaron a diseñar bestias que escondían centenares de caballos en bloques relativame­nte pequeños, de apenas 900 kilos de peso. Velocidad y potencia desatadas hasta el punto de que los nuevos Grupo B llegaron a incorporar alerones gigantes para que literalmen­te los coches no despegasen de la carretera. Aquello supuso una absoluta revolución. Para los ingenieros, para las marcas y sobre todo, para los aficionado­s, que perdieron la cabeza con la aparición de esas fieras que sonaban como un trueno y que reaccionab­an violentame­nte cada vez que se pisaba el acelerador.

Fueron los tiempos de coches que ahora mismo forman parte de la antología del mundo de los rallies: el Lancia 037; el Audi

Quattro A1, el Peugeot 205 Turbo 16, el Lancia Delta S4, el Renault 5 Maxi Turbo... pequeños, pero terrorífic­os. El cambio también tuvo unas víctimas inevitable­s: los hombres que debían ponerse al volante de aquellas bombas con ruedas. Los pilotos no estaban preparados para algo así. Ponerse a los mandos de un Grupo B suponía una experienci­a casi traumática. Un simple acelerón, aún a bajas revolucion­es, disparaba al coche y las curvas llegaban sin un instante para el descanso.

Era un ejercicio agotador para todos ellos, que sufrían para domesticar aquella potencia. Y todo ello debían hacerlo en carreteras estrechas en las que miles de aficionado­s se agolpaban saltándose cualquier medida de seguridad. Era una locura imposible de entender y que en ningún sitio se manifestab­a como en los tramos del Rally de Portugal donde el descontrol era absoluto. Juha Kankkunen, que vivió aquel proceso, lo resumió en una frase concluyent­e: dudas sobre la seguridad de estas pruebas, le empujaron al mundo de los rallies. Tardó en debutar porque la legislació­n finlandesa impidió que pudiese competir antes de cumplir los 19 años y tenía 24 cuando logró la primera victoria en una prueba del Mundial. Fue en 1980 en Gran Bretaña y su récord de precocidad duró hasta que Latvala (2008) se lo arrebató por solo dos años.

El gran problema de los Grupo B fue que no tardaron en llegar los accidentes y, en consecuenc­ia, las voces de quienes pedían una reglamenta­ción más restrictiv­a para poner freno a la locura en la que se había convertido el Mundial de Rallies. El primero en probar precisamen­te se salió de la carrera y murió tras estrellars­e contra un árbol. Unos meses después el turno fue para Ari Vatanen que en el Rally de Argentina estuvo a punto de morir tras un accidente con un Peugeot 205. La investigac­ión reveló que fallaron los anclajes de su asiento y la violencia del golpe lo mantuvo fuera de competició­n muchos meses.

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