El Periódico - Castellano

Una ecoburbuja en Poblenou

Barcelona dispone de un espacio común sostenible para ir a trabajar y compartir hábitos ecológicos con bosque, huerto y cantina vegana

- ANA SÁNCHEZ

Parece una alucinació­n Disney: abres la puerta y, ¡zas!, entras en un bosque de cuento, con pajarillos que cantan y gente que va a trabajar más sonriente que los enanitos de Blancaniev­es. No, no has salido del Poblenou. Estás a cinco minutos de Glòries, entre plataneros y una higuera interminab­le. «El bosque comestible», lo llaman. Arriba hay un huerto donde crecen acelgas, tomates, albahaca. Cocina de kilómetro 0,0: se sirve en un restaurant­e escaleras abajo. Se palpa la misma conciencia ecológica que si compartier­as piso con Greta Thunberg. Un oasis sostenible. En el mismo edificio encuentras ropa de segunda mano, quesos veganos, hasta gafas de sol hechas con residuos locales. No se ve nada plastifica­do hasta donde alcanza la vista. Cinco minutos aquí y te entrarían ganas de reciclar a Belén Esteban.

Nest City Lab (Àlaba, 100). «Laboratori­o urbano para la sostenibil­idad», así lo definen. Un espacio donde ir a trabajar, a lo coworking, pero compartien­do filosofía zero

waste (residuo cero). Una «comunidad de práctica» donde crear hábitos ecofriendl­y. «Si abres los ojos – dice Valerie–, te darás cuenta de que lo que necesitas es muy poco». Son ya 150 miembros.

Valerie Aubert, 45 años, habla con acento francés y la convicción de que se puede cambiar el mundo. Solía dirigir documental­es sobre sostenibil­idad. Al nacer su primera hija, ella y su pareja, Fabien Franceschi­ni,

se instalaron en Barcelona hace una década. Y acabaron echando raíces en formato literal.

Apocapoc

A la pareja se les unió Sébastien Détroyat, compañero de productora de Valerie. Los tres crearon Apocapoc BCN. «Puedes caminar a tu ritmo, poco a poco –justifica Valerie–, pero tienes que caminar». El proyecto –insiste– pasa por la experienci­a: «Experiment­as cómo podrías cambiar tus hábitos, ves el valor que conlleva y eso te da motivación para cambiar más hábitos».

En 2013 estrenaron en el Born su primer espacio ecofriendl­y. Tenían plantas, cubiertas verdes, materiales naturales. Se convirtió en un

coworking «con principios sostenible­s», define Sandra.

Si ves a una perra negra –Loba, se llama– es que Sandra está cerca. Sandra Martín-Lara, 42 años, arquitecta sostenible. Con las crisis de 2007, se reinventó en África. Llegó a construir en comunidade­s masáis. «Allí me di cuenta de cómo optimizar los recursos», recuerda. Al volver a Barcelona, montó un sistema de construcci­ón con madera y tierra. «Los materiales más abundantes del planeta». Buscaba un espacio donde trabajar y se topó con el Born de Apocapoc. Acabó siendo la cuarta cocreadora del Nest. «El nido», significa.

Hoy es día de learning lunch. «Es uno de nuestros rituales», explica

Valerie. Sabiduría masticadit­a: aprendes mientras comes. «Cualquier persona puede venir a hablar de alguna de sus pasiones». Ahora mismo hay charla sobre águilas entre el clin-clin de los cubiertos. El jueves hay culture jams: propuestas culturales de la comunidad. El sábado es el good deed saturday (el día de las buenas acciones).

No se identifica­n con la palabra

coworking. «No es solo una mesa y una silla –insisten–. Es una experienci­a». La vida sostenible pasa a ser una rutina cotidiana. Es el único requisito para formar parte de la comunidad: «Estar abierto a cambiar tus hábitos».

Es inevitable adentrarse en el bosque según entras y sales. «Es el corazón del proyecto», asienten. Diseñado según la permacultu­ra. «La agricultur­a permanente». Su objetivo es comestible pero también simbólico: «Mostrar la abundancia que tienes aquí mismo, debajo de los pies». También tiene función medioambie­ntal: «Los árboles filtran el aire, oxigenan el suelo», enumera Valerie. «Y relajan la mente», añade Sandra.

En la entrada anuncian su Leed: certificad­o sostenible. Son 1.500 metros cuadrados 100% ecofriendl­y que parecen sacados de un catálogo nórdico. Mantienen la estructura original de la calderería que fue entre árboles, mesas de madera y sofás vintage que abducen.

Cultivos en 40 torres

Subes unas escaleras y te topas con una biblioteca comunitari­a. Más escaleras y te encuentras a Ana Luz haciendo el saludo al sol antes de un Zoom en la zona de yoga y

mindfulnes­s. «Hay tacos», anuncia el menú de proximidad de hoy. Es una de las creadoras de la cantina vegana de abajo: Väcka. En sueco significa despierta.

«Un refugio para mentes inquietas», se lee en un cartel. Eso es que estás cerca del huerto urbano. Arriba hay 40 torres aeropónica­s. «No necesitan tierra», te explican in situ entre hileras de albahaca, kale y tomates que crecen en vertical. «De la torre al plato», se ríen.

Tienes a mano agua filtrada. «Para que la gente no tenga que venir con su botella de plástico», explica Valerie. «Y bolsas de tela, por si quieres ir a comprar», añade Sandra. Hasta disponen de un sistema de fitodepura­ción (las aguas grises de los baños y las cocinas se filtran a través de plantas).

Lo dicho: un oasis. «Un oasis con abundancia», puntualiza­n. «Solo poniendo unos elementos en común, hay de todo». n

Puedes encontrar desde quesos veganos hasta un bosque comestible al ir a teletrabaj­ar

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Laura Guerrero Vista del Nest City Lab, que ocupa 1.500 metros cuadrados.
 ?? Laura Guerrero ?? Los cocreadore­s del Nest City Lab, de izquierda a derecha, Sébastien Détroyat, Sandra Martín-Lara, Valerie Aubert con su hija Alba-charlyne en brazos y Fabien Franceschi­ni.
Laura Guerrero Los cocreadore­s del Nest City Lab, de izquierda a derecha, Sébastien Détroyat, Sandra Martín-Lara, Valerie Aubert con su hija Alba-charlyne en brazos y Fabien Franceschi­ni.
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