«El modelo turístico se basaba en la precarización de la vida»
— ¿Cómo están viviendo la pandemia los vecinos del Gòtic?
— Cuando pudimos empezar a salir nos permitió darnos cuenta de que había más personas viviendo aquí de las que pensábamos. Antes nos costaba pararnos en el espacio público. Nos encontrábamos en el bar de turno o en el centro social, pero la masificación turística dificultaba mucho hacerlo en la calle. Con la pandemia empezamos a recuperar la sensación de que en la calle también podíamos interactuar. Hemos recuperado lugares que el turismo se había comido, como la plaza Reial y la Catedral.
— Entre los turistas había vecinos.
— Exacto. También es verdad que la gente está ahora más tranquila. Tenemos menos presiones en el espacio público y ese cambio se ha notado en la salud mental de mucha gente; poder dormir, poder pasear... Antes estábamos permanentemente en estado de crispación: mira ese grupo de turistas qué está haciendo, mira qué rabia me da que ha cerrado esa tienda... Esa crispación ya no está. Sentimos más propio nuestro espacio y hemos recuperado un poco la tranquilidad.
— ¿Demasiada tranquilidad?
— La otra cara de la moneda es que la quiebra del modelo basado en el monocultivo turístico ha dejado tirada a mucha gente. Estamos viviendo en nuestras carnes cómo nuestros vecinos y vecinas, la mayoría de los cuales estaban en una situación precaria, malvivían del turismo y muy al día, se han quedado sin dinero de un día para otro.
— Destaca la constatación de que eran más de los que pensaban.
— El discurso de que el barrio está muerto es un discurso interesado, clarísimamente. Interesa vender que el barrio está muerto y vacío. Interesa vender que está perdido porque un territorio sin vecinos da vía libre a la especulación, la ciudad-negocio y el parque temático turístico. Ese es un discurso interesado que, además, por una cuestión de desgaste, mucha gente de Barcelona e incluso del distrito ha comprado. ¿Por qué no reivindicamos a la gente que resiste, la gente que aguanta, la gente que sigue cuestionando este modelo de ciudad, que al final se ha visto que es la que queda aquí?
— ¿Por qué no?
— Pues eso le preguntamos nosotros al ayuntamiento, que está apostando por todo lo contrario. Ahora, de golpe, les interesa repoblar el Gòtic. Jaume Collboni lo dice abiertamente: «Hay que hacer que la gente vuelva a vivir y a trabajar en el centro de la ciudad». Pero no les interesa que sea la gente pobre que ya vive aquí o que ha estado aguantando durante años las embestidas, con la complicidad del ayuntamiento, para echarla; al contrario, tenemos que atraer al talento internacional, a los extranjeros de clase alta. Y resulta contradictorio decir que quieres que venga gente a vivir al centro cuando no estás fijando a la población que ya vive aquí o no estás permitiendo a la población inmigrante, que hace tiempo que está repoblando el barrio, quedarse y generar sus propias dinámicas comunitarias. Ahora interesa repoblar, pero como vehículo de captación de capitales.
— ¿Hacia dónde deberíamos ir?
— Hay que generar otras economías y un nuevo modelo productivo más justo social, laboral y ambientalmente. Ahora dicen que hay que ir hacia la economía verde, la tecnología y la digitalización. Fantástico. Pero eso sirve de poco si no cambia el modelo productivo. ¿Por qué no lo hacemos desde lo público o lo público-comunitario? Lo que está haciendo el ayuntamiento es fiar la recuperación económica de la ciudad a los mismos actores privados de siempre. Te lo venden como una diversificación económica, porque en teoría pasaremos del turismo a la economía verde, digital y tecnológica, que según ellos genera puestos de trabajo de calidad, pero al final es lo de siempre: regalar dinero público a los privados para que decidan y gestionen ellos el futuro de la ciudad. Y ya sabemos cuál es su fórmula: precarización, gentrificación... Capitalismo, en definitiva.
— En pocos días se celebrará el 10º aniversario del 15-M. ¿Cómo van de fuerzas una década después los movimientos sociales?
— La gente tiene muchos problemas para vivir, en general, y la institucionalización de parte de los movimientos sociales en los últimos años se ha notado. Los movimientos sociales más autónomos estamos en un periodo de renovación de fuerzas. Además, invertimos gran parte de la energía en parar golpes en la crisis de la vivienda.
— ¿Es esa su principal batalla?
— La más urgente. Muchas de las personas que vienen a nuestras asambleas viven en la más absoluta precariedad, tanto que no les ha afectado la moratoria de desahucios. No tienen contratos de alquiler a su nombre, ocupan pisos hechos polvo de grandes propietarios que ya se han encargado de repartir el pastel en pequeñas SL para quedar fuera de la moratoria, que debería haber parado todos los desahucios y no ha sido así. Ahora se alarga tres meses, de acuerdo, pero estos tres meses seguiremos con los desahucios que nunca se pararon, en los que, además, nos estamos encontrando con que las comitivas judiciales van cambiando los protocolos y se muestran más violentas que nunca. En los casos que han quedado fuera de la moratoria han ido muy a saco; parece que quisieran ejecutar sí o sí.
— Y con los casos que sí han podido acogerse a la moratoria, ¿qué pasará cuando esta acabe?
— Aquí lo que realmente importaba era aprovechar esa moratoria para blindar los derechos, algo que no se está haciendo. A los bancos y a los fondos de inversión les da igual esperar seis meses para desahuciar, no tienen prisa. Lo que hay que blindar es un marco legal que garantice que los grandes tenedores estén obligados a ofrecer un alquiler social, la ley 17/2019 que tumbó el PP. Aprobar una ley de vivienda que amplíe el parque público, cambios estructurales a nivel estatal que no se están haciendo. Todo son parches.