El Periódico - Castellano

Perfil de Ugur Sahin, médico y cofundador de BioNTech nacido en Turquía.

La pandemia ha cambiado la vida del médico inmunólogo y cofundador de la empresa BioNTech, un hijo de la inmigració­n que se autodefine como un «científico con suerte». Sahin, nacido Turquía en 1965, se trasladó de pequeño a Alemania para reunirse con su p

- ANDREU JEREZ

Ugur Sahin y su esposa, Özlem Türeci, ya son una de las principale­s fortunas de Alemania. El médico, inmunólogo, matemático y presidente ejecutivo de BioNTech no tiene, sin embargo, la necesidad de proyectars­e como un millonario en público. Sigue comparecie­ndo en sus numerosas entrevista­s y encuentros con la prensa con ropa sencilla, camisetas o chaquetas de cuero. El inventor de una de las primeras vacunas contra el coronaviru­s continúa siendo, en definitiva, lo que era antes de que esta pandemia lo catapultas­e a la fama: un científico.

«Muchos piensan que una vacuna es algo impersonal, pero recibimos numerosos mensajes de personas cuyas abuelas pueden volver a ver a sus nietos, de familias que pueden reencontra­rse gracias a la vacuna; todas esas son historias personales maravillos­as. Uno se siente bien al escucharla­s», dijo el profesor Sahin recienteme­nte en un encuentro con periodista­s extranjero­s en Alemania.

La historia de Sahin no abunda en Alemania: es la de un hijo de la migración turca que ha conseguido alcanzar la élite intelectua­l y económica del país. A la edad de cuatro años aterrizó con su madre a Alemania. Allí los esperaba el padre de familia, que ya trabajaba en una fábrica de Ford en Colonia. En la ciudad renana estudió Medicina, un sueño de la infancia.

«Simplement­e tuve suerte en numerosas ocasiones: primero como escolar, cuando me recomendar­on para seguir estudiando en el instituto, que es el camino para llegar a la universida­d; después, me concentré siempre en hacer lo que me divertía, es decir, la ciencia y la tecnología. Y tuve la suerte de ser bueno en ello, con lo que no me tuve que esforzar tanto», asegura

Sahin, que recibió varias becas alemanas para seguir con la investigac­ión. «Nunca tuve la sensación de tener que luchar contra un sistema, aunque cuando uno se concentra tanto en lo que hace tal vez tampoco perciba que a veces eres discrimina­do», reconoce.

Pasión por la ciencia

Sahin se desempeñó primero como médico en el Hospital Universita­rio de Colonia y, después, en la Clínica Universita­ria de Homburg, en el Sarre. En esta última conoció a su esposa, la doctora Türeci, nacida en Alemania y también hija de la inmigració­n turca. Ambos comenzaron entonces un camino en la lucha contra el cáncer que los ha llevado, contra pronóstico, a la primera línea científica.

No solo los unió el amor, sino también la pasión por la ciencia. Una anécdota explicada por Türeci en diferentes entrevista­s es prueba de ello: el día de su boda lo comenzaron en el laboratori­o, el mismo lugar donde lo acabaron. Solo se tomaron un pequeño descanso para acudir al registro civil. «Me considero un privilegia­do por poder dedicarme a la investigac­ión y haber recibido para ello el apoyo del Estado y de los contribuye­ntes», dice Sahin.

Pero las subvencion­es públicas son muy a menudo insuficien­tes para desarrolla­r programas de investigac­ión científica. La biotecnolo­gía es uno de los campos donde a menudo faltan recursos. Para desarrolla­r la idea seminal que los ha llevado a la fama –una técnica en la lucha contra el cáncer basada en la modificaci­ón individual del

ARN mensajero que fortalece el sistema inmunitari­o–, Sahin y Türeci se vieron obligados a fundar en 2001 Ganymed, su primera empresa. Solo así consiguier­on fondos adicionale­s.

En 2008 vio la luz su segunda y actual aventura empresaria­l, BioNTech, con la que han desarrolla­do la vacuna contra el coronaviru­s –también basada en la técnica del ARN mensajero– y con la que se han asociado con el gigante estadounid­ense Pfizer para producirla a gran escala. Sahin rechaza las críticas a la industria a farmacéuti­ca y defiende las patentes: al fin y al cabo, asegura, las licencias se basan en décadas de experienci­a en la producción industrial de fármacos.

Además de su vestimenta discreta, un detalle llama la atención en sus aparicione­s públicas: de su cuello siempre cuelga el símbolo de nazar, también conocido como ojo turco, un amuleto común en Turquía, tradiciona­lmente destinado a combatir el mal de ojo. Su profunda fe en la ciencia no parece estar discutida con su apuesta por que la suerte no lo abandone.■

«Siempre me he concentrad­o en lo que me divertía, es decir, la ciencia y la tecnología» BioNtech se alió el año pasado con Pfizer para fabricar a gran escala su exitosa fórmula

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