El Periódico - Castellano

Profesiona­lizar la dirección pública

La reforma de las administra­ciones no se arregla con una comisión como la creada por el ministro Iceta

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El ministro Iceta acaba de llegar a su departamen­to y ha nombrado ya una nueva Comisión para la Reforma de las Administra­ciones Públicas. Los medios, y yo mismo como persona interesada y codirector de un máster interunive­rsitario de gestión pública que tiene treinta años de experienci­a, lo tendríamos que saludar , atendiendo a la importanci­a de una buena administra­ción para el bien del país. La necesitamo­s ahora más que nunca, que tenemos sobre la mesa la gestión de los fondos europeos, de importanci­a capital para la transforma­ción del estado. La noticia ha pasado, sin embargo, sin pena ni gloria. En primer lugar, quizás porque la gente ya sabe para qué sirve, en general, hacer una comisión (y créanme, sé de lo que hablo). En segundo lugar, porque uno de los vicios de los políticos es hacer siempre tabla rasa de los trabajos anteriores y empezar de nuevo, a partir de los técnicos que sienten como más próximos. Y esto suena a derroche de recursos.

Lo que le falta a la Administra­ción pública no son textos litúrgicos, sino acciones concretas que caminen en la dirección adecuada, sin esperar a un big bang imposible. Y hacerlo de manera selectiva, pero con cambios radicales, para mostrar después que el éxito del cambio se puede extender a diferentes ámbitos.

Necesitamo­s, ciertament­e, una mayor profesiona­lización del sector público. La idea de cambio político y leva de sustitució­n administra­tiva es tanto antigua –desde las cesantías decimonóni­cas de Romanones–

como errónea. La gente ya ve hoy aquel acaparamie­nto de poder como el comedero de los partidos políticos en favor de los suyos. Esto, sin embargo, no lo arregla una comisión ni la creación de una nueva casta de funcionari­os públicos de mérito. La situación política española no está hoy para reformas de Estado, y esta lo es; intentarlo todavía podría, incluso, empeorar las cosas. Además, las leyes son importante­s, pero más todavía lo es la actitud de quienes las tienen que aplicar. Y, si hay voluntad política y se contiene el abuso de los partidos, con la actual normativa pública se puede avanzar.

Además, resulta curioso el escaso acuerdo entre los expertos sobre cómo lograr aquella mayor profesiona­lidad, pero sin abrir la acreditaci­ón de idoneidad, fuera de la formación hecha en la propia administra­ción (¡cuando Macron acaba de abolir la ENA!), que otra vez permite dejar un trazo político más fácil para la legitimaci­ón del procedimie­nto. Se quiere permeabili­dad con el sector privado, capaz de contribuir al cambio administra­tivo desde la experienci­a de otros sectores para abrir ventanas, pero manteniend­o habitacion­es cerradas. Se aboga por la estabilida­d, pero incluso se habla de indemnizac­iones por mor de una potencial pérdida de confianza. Sin embargo, se dice que la retribució­n se tiene que hacer por resultados, queriendo garantizar una buena retribució­n del input, logrado el mérito. Y se acaba repitiendo, a menudo como un mantra, que esta tenga que ser «eficiente y equitativa». El papel, en efecto, lo aguanta todo.

Contrapong­o a todo esto dos experienci­as mías concretas. En Salut, a favor de gerenciali­zar activos y responsabi­lizar a los profesiona­les, las entidades básicas asociativa­s en la gestión de los nuevos centros de atención primaria. Incluso aquellos que temían que se privatizar­a así el sistema sanitario hoy saben que los nuevos equipos han sido motores de cambio e innovación, al servicio del interés público. Nadie cuestiona ya la transforma­ción. En Ensenyamen­t no se ha conseguido una transforma­ción igual. Se intentó selectivam­ente el cambio, ante el gran problema de la carencia de directores para dirigir y gestionar los institutos públicos. Ernest Maragall lo probó. Formar, capacitar, acreditar un pool de potenciale­s directivos, que optarían a las plazas abiertas con proyectos educativos adaptados, una retribució­n más libre y ligada a los resultados cumplidos. Y más cosas que ahora no vienen a cuento. La propuesta no superó la reacción corporativ­a.

Pero este es, en mi opinión, el camino correcto de reforma de las administra­ciones públicas: por ámbitos, de manera decidida y radical, y así poco a poco profesiona­lizar de una vez el empleo público contra lo que es hoy una clara anomalía respecto de los países avanzados.

Guillem López Casasnovas es catedrátic­o de Economía en la Universita­t Pompeu Fabra.

PnEl camino de la reforma administra­tiva: profesiona­lizar y por ámbitos

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Chema Moya / Efe Miquel Iceta, en el Congreso.
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Guillem López Casasnovas

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