El Periódico - Castellano

Sr. Chinarro Antonio Luque, alias Sr. Chinarro, actúa hoy en la sala Wolf de Barcelona, donde ofrecerá un concierto acústico en solitario. El bando bueno es su último disco, publicado el año pasado en plena pandemia.

MÚSICO

- JORDI BIANCIOTTO

Antonio Luque vuela desde Málaga para ofrecer hoy en la sala Wolf de Barcelona un concierto acústico en solitario con su marca artística, Sr. Chinarro (abrirá el dúo barcelonés Canciones de Nadie). Cita con un clásico de la escena pop ‘indie’ surgida en los años 90, que sigue publicando discos sustancios­os y con mordiente a razón bienal: el último es ‘El bando bueno’, lanzado el año pasado en plena pandemia, pero ya está preparando su relevo para el próximo invierno. — En El bando bueno le veo muy motivado por el ecologismo y la sostenibil­idad.

— Sí, aunque hace tiempo que yo apuntaba a todo eso en canciones

Vacaciones en el mar o La plaga, o en el título del disco El progreso (2016). Tiene que ver con la idea de que realmente el mundo es estúpido. Ya no voy a decir que la gente es tonta, porque es muy agresivo, pero todo lo que se hace es una completa estupidez, y como decía Goethe, eso hace más daño que la maldad si cabe. Envasar una piña de Costa Rica en Tailandia y vendértela en Cuenca... Es absurdo. El Banco de Santander anuncia ahora que lo que queremos hacer todos es empezar a dar vueltas por el mundo otra vez… Pero ¿se puede usted quedar en su puta comarca? ¿No hay nada bonito allí que ver?

— ¿Está en contra del turismo?

— Claro que sí. Estoy con lo que decía Thoreau, el del libro Walden, que al final la gente cruza el mundo para ver unas piedras apiladas en homenaje a un hijo de puta. Las pirámides aztecas, la catedral de no sé qué… Eso no me interesa para nada. Yo entro en una iglesia y creo que estoy poseído, porque me da un mal rollo impresiona­nte.

— ¿Cree que la pandemia ha reforzado los mensajes del disco?

— Queda un poco presuntuos­o decir que era un adivino, pero algunas canciones parecía que vaticinaba­n lo que ha ocurrido. Es evidente que no nos estamos asfixiando solamente porque haya un virus, que es la causa principal, pero que nos pilla ya debilitado­s. El virus es el estoque, pero hay unas banderilla­s, y un picador, que son las partículas de gasoil, la obesidad… Me gustan las metáforas de los toros, no sé por qué, será por ir contracorr­iente.

— Con los años se le ve a usted cada vez más ácido.

— Voy a peor, sí.

—Pero no falta el sentido del humor, como en esa portada donde evoca al Caballero de la mano en el pecho, de El Greco.

— Si es que todo es para reírse. Mira lo de Ayuso: «Abro los bares, libertad…», y saca 65 escaños. Si esto no es para reírse… ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a llorar?

— El de Ayuso, ¿es el triunfo del bando malo, entonces?

— ¡Del bando tonto! Todo lo que ha dicho es lo de la cerveza y demás, cuando se han muerto personas ahí como chinches. La gente ha visto cómo sus abuelos se morían en las residencia­s, ni siquiera en los hospitales. Igual es mejor, porque si heredan, como no hay impuesto de sucesiones… Si no, que alguien me lo explique. Pero en España, el motor del país es la cerveza. La portada de mi novela, Exitus, ya eran unas cajas de cervezas apiladas.

— En Una famiglia reale habla de la «princesa Leticia», con ce, y de las organizaci­ones mafiosas.

— Leticia con ce, porque no me fio; soy muy vengativos. Sí, esa idea es central en mis letras: la familia es la «famiglia», la mafia. La otra marca España, aparte de la cerveza, es el enchufismo y el nepotismo.

— Musicalmen­te, el disco es muy abierto, con sintetizad­ores y guitarras, y guiños al funk, la bossa nova y la rumba, sin salir de su canon pop muy definido.

—Siempre se intenta que los discos sean variados, amenos, a pesar de que mis recursos como músico no son enormes, porque soy un autodidact­a. Pero es cierto que un tema anterior como

Sal de la tarta se puede comparar

rítmicamen­te con Planeta B, por ejemplo.

— Los amores musicales de la adolescenc­ia, ¿son para siempre? Ese bajo a lo New Order de Aplauso.

— Sí, para mí la música es eso. Igual que dicen que para los esquimales, color y blanco es el mismo concepto, porque otros colores ya ni los ven, pues para mí, música y eso es lo mismo, ya ni lo considero. No escucho flamenco, ni reguetón… No lo puedo soportar. Sigue ahí lo que me impactó cuando era adolescent­e, que es cuando eres más impresiona­ble. Esa música inglesa, aunque también otras cosas, como The Nomads: las canciones que estoy haciendo ahora están saliendo más garajeras. Pero, al final, esto es una rueda que va girando y no progresa demasiado, igual que no progresamo­s los humanos en general.

— ¿No descubre bandas nuevas?

— Al revés, solo escucho novedades, pero que se parezcan a aquellas. Yo no me pongo ya a New Order, ni a The Cure… A The Smiths, a veces. Pero escucho grupos nuevos que hacen exactament­e lo mismo que aquello. Son actualizac­iones. Tengo mis favoritos, aunque ninguno los ha superado, como MGMT o Metronomy. Y Ariel Pink. Y en guitarras, Real Estate. Por ahí va. Los buenos, los que gustan a todo el mundo a quien le guste esta música.

—Ha hablado de canciones nuevas. ¿Han sido fértiles pese a todo los confinamie­ntos?

— Vamos a grabar el nuevo disco en septiembre, para que salga a final de año. En el confinamie­nto nadie pudo hacer nada más que tener miedo y beber cerveza, pero siempre tengo un fondo de armario, maquetas, y de este tiempo me han salido unas cuantas canciones. Lo más reseñable es que me trasladé a Málaga y monté una banda allí con la que empecé a trabajar, algo que ya había intentado hace diez u once años. Porque antes yo estaba viviendo entre Barcelona y Málaga, y la banda estaba en Granada, y el trabajo era más a distancia, con el ordenador. En los últimos cinco meses, ensayando en persona, y cada semana, se ha desarrolla­do otro tipo de sonido. Ahora me parece un lujo ir con 50 años en autobús de línea al ensayo.

— Las nuevas composicio­nes, ¿siguen el hilo del bando bueno al que apuntaba en el último disco?

—Son una continuaci­ón. Yo cada vez que me piden que diga algo para promociona­r un disco, digo: «Es una transición entre el anterior y el siguiente». Voy contando mis movidas y cada año le doy una vueltita a la historia.

—¿Cómo han ido los bolos para Sr. Chinarro en este último año?

— No ha habido muchos, aunque menos mal que el formato de guitarra y voz es bastante fácil para programar, con una sillita y una distancia. Pero ha sido un año muy difícil. Las escuchas en streaming bajaron porque la gente no estaba en casa para ponerse música más allá del Resistiré del Dúo Dinámico. Hay grupos que sí, que estaban en su momento de apogeo y han tenido mucho éxito, pero Sr. Chinarro va un poquito por otro camino, más por mi cabezonerí­a que por otra cosa.

— El mundo de la música protestó durante largos meses, acusando a las administra­ciones del abandono del sector, y últimament­e se le oye menos. ¿Ya se ha dicho todo?

— Hay que agradecerl­e a este país que tenga misa y toros. Si no los hubiera, no habría habido ningún concierto. Pero, aunque lo intentaron al principio, las primeras normas que sacaron daban más aforo a las misas que a los conciertos. La cosa era de película: ¿y si hago una misa y toco la guitarra? No pudieron colarlo porque era muy fuerte y tuvieron que dejar hacer conciertos. Y con eso ha habido descaros muy grandes: yo tenía un bolo en los jardines de la Sedeta, al aire libre, del aniversari­o de Heliogàbal, y la señora alcaldesa de Barcelona lo tiró. Al cabo de poco anunciaron las elecciones a la Generalita­t. Todo ha sido así: unas cosas sí, y otras, no.

«Todo es para reírse. Mira lo de Ayuso: ‘Abro los bares, libertad…’, y saca 65 escaños»

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Jordi Santos Antonio Luque, alias Sr. Chinarro, en Barcelona.
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