«No existe el alumno promedio, hay que atender los márgenes»
La educación atraviesa momentos de cambio. Hemos pasado de la memoria a las competencias. Pero ojo, porque en el tránsito podemos dejarnos a niños y niñas por el camino. Coral Elizondo es experta en educación inclusiva y reclama, por encima de todo, respetar los ritmos. Y no olvidar que es el profesor el que debe adaptarse al alumno, no al revés. Lo contó la semana pasada en un ‘webinar’ de EduCaixa.
“«Pensar que todos aprenden igual en clase es un error de base, cada niño es único» «Hay que salir de la zona de confort, romper con ‘el todos al mismo ritmo’ en el aula» «Tenemos que transformar el recreo con ayuda de padres, niños y familias»
— Parece que hay un malentendido entre integración e inclusión.
— Sí. El término integración todavía no lo hemos superado. Aparece en los 80 cuando se quiere integrar al alumno con necesidades educativas. Antes estaba en coles especiales y empezó a ir a centros ordinarios. Ahí nace la confusión.
— O sea, ¿se les incluyó en el centro sin cambiar nada?
— La Unesco dice que hace falta transformar las metodologías. La forma de repartir el aula. Es clave un cambio de mirada. A veces transitamos entre la integración y la inclusión con despropósito y seguimos con prácticas segregadoras.
— ¿Por ejemplo?
— Cuando surge la buena integración aparece un profesor de apoyo en el aula y no en clases aparte que todavía señalan más al niño. Debe ser dentro de la clase, con una docencia compartida. Dos docentes que se apoyan para dar respuesta educativa a todo el alumnado.
— ¿Entonces el modelo educativo actual es segregador?
— Totalmente. Pensar que todos aprenden igual es un error de base, porque nuestros cerebros son únicos. No pueden aprender igual y si siempre haces lo mismo dejas en los márgenes a los más lentos y a los más rápidos. Y también debes atenderlos. Es un tema de ética. Hacen falta grupos interactivos y heterogéneos en una educación variable y adaptada; dinámica y que promueva las interacciones. Escuchamos poco la voz del alumnado. Todo lo que se hace en base al hombre promedio tiende a fracasar. Se trata de justicia social.
—No hay nada más promedio que la selectividad…
— Creo que por ahí vendrán cambios. La evaluación tiene un carácter social, un examen que te clasifica. Los exámenes no tendrían que estar basados solo en procesos memorísticos, sino competenciales.
— ¿Se pide poco la colaboración de los padres en las escuelas?
— Es otro de los aspectos fundamentales. Redes naturales de apoyo a la comunidad educativa. Docentes que se ayudan, familias que entran en el aula, que participan en tertulias en bibliotecas tutorizadas. El papá meteorólogo que va a la clase. Es básico potenciarlo. Generar redes desde una perspectiva mucho más amplia e ir a una visión comunitaria, una mirada de procesos participativos.
— ¿Y se puede ser inclusivo en clases con 25 alumnos?
— Cómo garantizar la inclusión en centros educativos masificados y con pocos recursos es todo un reto. Lo primero es un cambio de mirada que aclare conceptos. Tener claro que el apoyo específico no debe darse fuera del aula. Hace falta formación en medidas organizativas del aula. Debemos trabajar por parejas cooperativas, con rincones, ambientes. Como docente, implica romper con la idea de la homogeneización. No existe el estudiante promedio. Hay mucha variedad. No puedes educar a unos pocos y dejar al resto en los márgenes.
— Habrá quien le diga que con este planteamiento se baja el nivel.
— Eso no es cierto. Si realmente hablamos de educación inclusiva, personalizamos el aprendizaje. Hacemos ajustes para que todo el mundo desarrolle su talento. Habitualmente buscamos un nivel medio y piensas que todos tienen que llegar hasta ahí, pero tenemos niños por arriba y por abajo. Hay que salir de la zona de confort como docente. Romper con el ‘todos al mismo ritmo’. Tenemos que personalizar el aprendizaje.
— ¿Pero eso no hará que el profe siempre esté pendiente de los que necesitan más apoyo?
— O no. Tienes que ofrecer apoyo a todo el alumnado. Lo que haces es trabajar la autonomía. El grupo de menos nivel necesita más ayuda, sin duda, pero no siempre será soporte de un docente. Imagina que estamos haciendo matemáticas. Al grupo de menor nivel le puedes dejar que tenga las tablas de multiplicar sobre la mesa.
—Formar en la inclusión para luego entrar en un mundo profesional que no lo es demasiado… Menudo golpe, no?
— Yo nunca estudié con una persona con discapacidad. Me la encuentro por primer vez siendo maestra. Todas las comunidades están trabajando mucho. Pero es cierto lo que dices. Solo con escuelas inclusivas no basta para que la sociedad sea inclusiva. Debe ser habitual estudiar y trabajar con personas con discapacidad. Y no es solo los que tienen necesidades educativas especiales, sino todo el alumnado que se sale de la norma. Identidad de género, temas interculturales... Eso nos llevará a sociedades mucho más inclusivas porque lo vivirán desde el principio.
— ¿La educación actual despierta el talento o lo deja en barbecho?
— No tratamos con cariño las altas capacidades en la escuela. Las ocultamos. Mientras que con el niño con discapacidad intelectual podemos pensar pobrecito, es un
angelito, con las personas con altas capacidades la mirada es menos humana. Partes de la idea de que no necesitan ayuda, y siguen siendo niños. La base de todos es reconocer al otro. Cuando reconoces a la persona con sus necesidades y fortalezas le puedes ofrecer una educación de calidad.
— ¿Y qué hacemos con el recreo?
— Gey Lagar creó el concepto patios dinámicos. Me parece fundamental. Suele decirse que las escuelas no son lugares de esperanza porque hay mucha segregación y
bullying, pues imagínate en los patios. Hay que transformarlos. La calidad de vida se debe garantizar en el recreo, ofreciendo juegos para que puedan participar todos. Tienes unos patios grises, de cemento, donde en los márgenes se quedan los que no son hábiles con la pelota. Y sobre todo el alumnado con necesidades educativas especiales. Si no les das espacios para jugar, no van a hacerlo nunca porque el fútbol y los que sí saben jugar a ese deporte ocupan todo el espacio. Hay que estructurarlos de otra forma. Y una buena manera es preguntar a los chicos qué tipo de patio quieren. Eso implica diseñarlos de manera colaborativa, con familia, docentes y niños. Pero también hay que abrirlos a la naturaleza para que dejen de ser grises.■