El Periódico - Castellano

Los Pujol son inocentes

El proceso penal propiament­e dicho no se inició hace nueve años, sino que empieza ahora. No se ha juzgado nada

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Nueve años de investigac­ión se han necesitado para recoger los vestigios que han dejado los hechos relacionad­os con unas cantidades ingentes de dinero que habrían manejado, de un modo u otro, algunos miembros de la familia Pujol. Los detalles del caso aún no se conocen realmente. Lo importante ahora, y hasta el final, será no perder la guía de la presunción de inocencia, que es la principal garantía de la imparciali­dad de los jueces.

Y es que en este asunto la defensa de esa presunción es especialme­nte importante, dado que se trata de un caso mediático en el que la enorme mayoría de la población está convencida de la responsabi­lidad de los Pujol antes de haber visto siquiera un solo papel de la investigac­ión. Se va a hablar mucho de este caso porque, en el fondo, se va a juzgar una parte muy importante de nuestra historia, no hay que negarlo. Todos los comentario­s que se hagan en el espacio público serán adversos a los acusados. Es muy difícil que los jueces que van a juzgarles se aíslen de este prejuicio social de culpabilid­ad, pero precisamen­te se confía en su profunda formación jurídica y presencia de ánimo, sobre todo presencia de ánimo, para sobreponer­se a las exigencias de dura condena que se va a reclamar desde casi todos los recovecos de la sociedad. Los abogados tampoco lo van a tener fácil en semejante escenario.

Pero la situación no es desesperad­a para los reos. Pese a que las conclusion­es del juez de instrucció­n y de la fiscalía son coincident­es en lo fundamenta­l, la sociedad tiene que saber y aprender que el proceso penal propiament­e dicho no se inició hace nueve años, sino que empieza ahora. No se ha juzgado nada. No se ha averiguado nada, y todas las conclusion­es que han extraído los actores citados –juez de instrucció­n y fiscalía– solo sirven para delimitar el campo de juego. Los jueces que van a juzgarles están estrictame­nte obligados a aislarse de esas conclusion­es. Es más, solo las tienen que tener en cuenta para no condenar por delitos esencialme­nte distintos de los que han sido objeto de la acusación. En resumidas cuentas, esas conclusion­es no tienen que influir ni a los jueces ni a nadie, tampoco a la sociedad.

Al contrario, los jueces no verán en la sala a unos acusados, sino a personas perfectame­nte inocentes. Conocerán por primera vez los vestigios recabados durante la investigac­ión, y conjuntará­n esa informació­n con aquello que verdaderam­ente sí va a conformar su enjuiciami­ento: la prueba que se practique a partir de ahora. Veremos las declaracio­nes de los acusados siempre que no deseen guardar silencio, a lo que tienen perfecto derecho. Oiremos a los testigos, y tal vez tengamos acceso a parte de la documentac­ión. Probableme­nte se practicará­n pruebas periciales sobre las operacione­s económicas examinadas, lo que quiere decir que los auténticos expertos en esas operacione­s –los jueces no lo son– informarán a los juzgadores sobre el detalle y razón de esos movimiento­s. Con todo ello irán formando su juicio, y no es nada fácil. Analizarán la credibilid­ad de las personas interrogad­as, que muy probableme­nte les aportarán muchísimo menos de lo que cree la gente en general. Insisto, el papel de esos expertos en transaccio­nes económicas será fundamenta­l.

Pero también va a ser crucial el papel de los abogados. Su misión es demostrar que no se derivan de la prueba los elementos y requisitos que para cada delito acusado exige estrictame­nte el Código Penal. Y ahí podrán surgir varias sorpresas que la mayoría no espera ahora.

¿Qué tipo de sorpresas? Es muy fácil decir que todos los Pujol estaban «en el ajo», que se coordinaro­n para percibir las diversas cantidades, y que por supuesto estaban al tanto de todo. Pero de decirlo a probarlo hay un trecho impresiona­nte. No se puede condenar por rumores. Dejémonos, por tanto, sorprender y alejémonos de nuestros prejuicios, en este caso y en cualquier otro. Al fin y al cabo, es lo que querríamos que hicieran los jueces si los acusados fuéramos nosotros mismos. La sentencia puede absolver a todos, a algunos o a ninguno. E incluso si la sentencia es condenator­ia, será recurrible ante el Tribunal Supremo, Tribunal Constituci­onal y hasta ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Tardaremos aún varios años en ver el final de este caso.

Los jueces deberán aislarse del prejuicio social de culpabilid­ad que rodea el caso

PnJordi Nieva-Fenoll es catedrátic­o de Derecho Procesal de la Universita­t de Barcelona.

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Albert Bertran
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Jordi Nieva-Fenoll

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