El Periódico - Castellano

¿Una nueva reforma fiscal?

Preocupa la sostenibil­idad de las finanzas públicas y de ahí que se estudien medidas. Está en juego el Estado del bienestar

- JOSÉ MARÍA DURÁN CABRÉ

España es el único país de la UE que aplica el impuesto sobre el patrimonio

El sistema fiscal deberá adaptarse a la realidad de un país muy descentral­izado

El Ministerio de Hacienda ha constituid­o un comité de expertos para la reforma fiscal con el objetivo, se nos dice, de analizar el sistema fiscal para mejorar su eficiencia, garantizar los recursos públicos y adaptarlo a los retos del siglo XXI. La pandemia está provocando un importante deterioro de las finanzas públicas españolas, cuyo déficit público se ha elevado hasta el 11% en 2020, frente al 2,8% del año anterior, y el nivel de deuda pública ha aumentado en un año casi 25 puntos, hasta situarse en el 120% del PIB. En este contexto es normal que preocupe la sostenibil­idad de las finanzas públicas y que se estudie qué tipo de medidas habrá que ir tomando en el futuro porque, como decía Cristina Herrero, presidenta de la Airef, «en algún momento debemos volver a la estabilida­d de las finanzas públicas para garantizar el Estado del bienestar». A continuaci­ón vamos a analizar brevemente las áreas prioritari­as señaladas desde el ministerio.

La fiscalidad medioambie­ntal en España apenas se ha utilizado ni como instrument­o para corregir comportami­entos contaminan­tes ni como medida para recaudar más, y su peso sobre la economía, el 1,8% del PIB, es en torno medio punto menos que en la media de la UE. Ha sido frecuente desde organismos internacio­nales recomendar un aumento en la imposición de las fuentes de energía más contaminan­tes, como el diésel, pero habría que analizar muy bien sobre qué grupos sociales y sectores económicos recaerían estas medidas, qué posibles medidas compensato­rias se podrían introducir para atenuar su impacto y con qué gradualida­d se deberían introducir. No se debe olvidar que el movimiento francés de los chalecos amarillos, que surgió en 2018, tuvo su origen en un aumento de la fiscalidad del diésel.

La imposición de las sociedades y de la denominada economía digitaliza­da constituye­n otras dos áreas prioritari­as. Son conocidas las dificultad­es que, en un mundo globalizad­o tienen los países a la hora de gravar a las grandes multinacio­nales. Los países compiten por atraer capital y la fiscalidad es una de las herramient­as que utilizan, sobre todo el impuesto sobre sociedades. Las multinacio­nales que operan con una visión mundial, se aprovechan de estos tratamient­os favorables y algunas abusan localizand­o sus beneficios de manera artificial en los países de menor o nula tributació­n. Además, las normas tradiciona­les de la fiscalidad internacio­nal requieren de una presencia física en un territorio para tener que tributar en él, presencia que en el mundo digital muchas veces no es necesaria. Esto aún les facilita más a muchas empresas de este sector eludir la tributació­n de sus beneficios allá donde han sido generados.

El diagnóstic­o de la situación es compartido, pero la solución solo se podrá alcanzar si existe una clara cooperació­n internacio­nal entre países, como la OCDE está intentando desde hace años, que pasa también por actualizar las normas de la fiscalidad internacio­nal. Las recientes reformas que el presidente norteameri­cano, Joe Biden, ha anunciado parece que van en esta línea. Aumento del tipo impositivo del impuesto federal sobre sociedades del 21% al 28%; establecim­iento de un tipo mínimo del 15% sobre los beneficios contables de las grandes multinacio­nales; y un acuerdo global para gravar a las grandes multinacio­nales en función de las ventas realizadas en cada país, una variable más difícil de distorsion­ar. De seguir adelante estas propuestas, estaríamos ante el cambio más importante en la imposición societaria de las últimas cuatro décadas. España tendrá que está atenta a lo que se acuerde internacio­nalmente. En este campo en especial, no resulta aconsejabl­e ir por libre.

La última área destacada es la armonizaci­ón de la imposición patrimonia­l. El debate público se suele centrar en dos impuestos, distintos: el de patrimonio y el de sucesiones. Los dos comparten dos caracterís­ticas: una recaudació­n muy baja, pero paradójica­mente suelen centrar mucha atención. España es el único país de la UE que aplica el primero, y los estudios académicos coinciden en señalar su muy defectuosa configurac­ión, al valorar los bienes de manera muy desigual y arbitraria según su naturaleza, y por las oportunida­des de elusión fiscal que la propia normativa permite. La opinión mayoritari­a en la academia ha abogado por su eliminació­n.

La situación es diferente acerca del impuesto sobre sucesiones, donde la literatura académica suele defender su aplicación, y donde las importante­s diferencia­s en la cuota a pagar entre autonomías difícilmen­te se entienden en un mismo país. Este último tema, en todo caso, enlaza con una cuestión que la comisión deberá tener muy presente, como es la importanci­a de que el sistema fiscal español se adapte a la realidad de un país fuertement­e descentral­izado donde, en coherencia, las comunidade­s autónomas deben aparecer ante sus ciudadanos como responsabl­es de sus ingresos públicos.

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