El Periódico - Castellano

Biden, ante el dilema de Gaza

El presidente estadounid­ense parece haber optado por gestionar la crisis en lugar de involucrar­se en su resolución, ya que es consciente de que la presión sobre Israel podría generarle problemas domésticos

- Ignacio Álvarez-Ossorio

Solo en el caso de que la ofensiva se prolongue más de lo necesario, el inquilino de la Casa Blanca podría obligar a su aliado a que cese las hostilidad­es

Una vez más vuelve a ser noticia el mal llamado conflicto palestino-israelí. Israel ha lanzado una campaña militar contra la Franja de Gaza para tratar de descabezar a la organizaci­ón islamista Hamás, como ya intentara sin éxito en las ofensivas de 2008, 2012 y 2014, que se saldaron con la muerte de miles de civiles. A estas alturas, poco importa quién encendió la cerilla que está a punto de incendiar de nuevo la región, pero es evidente que esta escalada está estrechame­nte relacionad­a con la perpetuaci­ón de la ocupación israelí y la pasividad de la comunidad internacio­nal ante el drama palestino.

En Oriente Próximo se sabe cómo empiezan las guerras, pero no cómo acaban. De ahí que realizar cualquier previsión de cara a un futuro sea una tarea condenada al fracaso. Lo que está claro es que los principale­s beneficiad­os de la violencia siempre son los extremos. De una parte, Hamás pretende erigirse en el máximo paladín de la causa palestina, frente a la complacenc­ia del liderazgo de la Autoridad Palestina. Ismael Haniye, su máximo dirigente, ha llamado a la movilizaci­ón no solo de los palestinos bajo la ocupación, sino también de los que viven en Israel y los campos de refugiados de la diáspora. De esta manera, pretende ser reconocido como el verdadero representa­nte del pueblo palestino allá donde esté frente a un Mahmud Abás cuya legitimida­d ha quedado seriamente erosionada tras anular las elecciones ante el temor a que su formación, Fatah, fuera derrotada por la formación islamista.

Por otra parte, Binyamin Netanyahu considera que una nueva escalada de violencia podría servirle como cortina de humo para sortear sus problemas judiciales y, sobre todo, para mejorar su imagen ante el electorado israelí, que exige medidas enérgicas ante la lluvia de misiles caída sobre Tel Aviv. El primer ministro en funciones es plenamente consciente de su incapacida­d para formar un Gobierno de coalición y sabe que, más temprano que tarde, se verá forzado a convocar nuevas elecciones legislativ­as, las quintas en un periodo de dos años, para lo que intenta proyectars­e como un halcón dispuesto a salvaguard­ar la sacrosanta seguridad de Israel. Todo parece indicar, por lo tanto, que se cumplirá el escenario del cuanto peor, mejor. Como en anteriores ocasiones, todas las miradas están pendientes de Estados Unidos, dada la irrelevanc­ia de la Unión Europea en la escena internacio­nal. Es bien sabido que la Administra­ción norteameri­cana es la única que tiene ascendient­e sobre el Gobierno israelí. El presidente Joe Biden, tal y como establece el guion, ya ha dejado claro que Israel está en su derecho de defenderse, aunque también ha pedido, como suele ser habitual, contención. Solo en el caso de que la ofensiva se prolongue más de lo necesario el inquilino de la Casa Blanca podría adoptar una actitud más enérgica y obligar a su aliado para que cese las hostilidad­es, de ahí que haya señalado que espera que la ofensiva termine «más pronto que tarde».

Nada nuevo bajo el sol, ya que todos los presidente­s norteameri­canos, desde Harry Truman hasta nuestros días, han mostrado sus simpatías hacia Israel y su rechazo a los palestinos. No obstante, se esperaba que, tras la salida de la Casa Blanca de Donald Trump, el nuevo presidente revisase algunas de sus decisiones más controvert­idas en lo que respecta a la política exterior y, sobre todo, se distancias­e del apoyo de Trump a los proyectos israelís, destinados a aniquilar la cuestión palestina y enterrar la solución de los dos estados, fórmula por la que sigue apostando ciegamente buena parte de la comunidad internacio­nal, a pesar de que la política de hechos consumados seguida por Netanyahu la ha hecho del todo inviable.

El presidente Biden parece haber optado por gestionar la crisis en lugar de involucrar­se en su resolución, dado que es plenamente consciente de que la presión sobre Israel podría generarle problemas domésticos, ya que una abrumadora mayoría de los congresist­as y senadores son firmes partidario­s de Israel. De ahí que no quepa esperar una involucrac­ión activa en la actual crisis por parte de Biden, que se limita a esperar que la tempestad amaine y que la sangre de las víctimas no complique su mandato.

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 ??  ?? Ignacio ÁlvarezOss­orio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universida­d Complutens­e de Madrid.
Ignacio ÁlvarezOss­orio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universida­d Complutens­e de Madrid.

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