El Periódico - Castellano

Pros y contras

- Josep Maria Fonalleras & Emma Riverola

De coletas y cambios

No sé hasta qué punto los líderes políticos eran consciente­s de que estaban transmitie­ndo una imagen determinad­a con sus rasgos faciales, su manera de peinarse, de esculpir los filamentos de materia córnea, de tratar con sentido la pilosidad. Quiero decir si había alguien, detrás, que les aconsejaba sobre barbas, bigotes y flequillos. El amable bigote de De Gaulle, el bigote desdibujad­o del Che, el mostacho carnoso de Stalin, la perilla como una cuchilla de Lenin, la catedralic­ia barba de Marx, la permanente con laca de Thatcher, el flequillo y el bigotito ridículo de Hitler. No hablo de calvicies, como la de Gandhi, por ejemplo, porque eso no se elige, pero sí de todo lo que puedes decidir con tu imagen para que se convierta en un busto histórico.

La coleta de Pablo Iglesias entraba en este orden. Y debe tener razón la estilista Patricia Centeno cuando cita a Coco Chanel: «Cuando una mujer se corta el cabello está a punto de cambiar su vida». Lo que a mí me fascina es el momento. Consciente de que sería una noticia simbólica, ¿qué pensaba en el instante en que las tijeras hicieron el trabajo y convirtier­on el emblema –10 años después del 15-M– en un peinado convencion­al y con onda?

Mezquindad

Puigdemont quería frenar la DUI, pero no soportó las presiones y dejó que Catalunya se precipitar­a al desastre. Un par de días más tarde animó a los suyos: «Mañana, todos a los despachos»…, y se largó a Bélgica. Ahora, en una situación social y económica de extrema gravedad, mueve los hilos desde Waterloo. Entorpece el acuerdo con ERC y consigue que Junts se desdiga de su promesa de apoyar un gobierno de Aragonès en minoría. Uno de los principale­s escollos en la negociació­n: el Consell per la República, el juguete de Puigdemont. Ese artefacto que solo se aguanta a base de palabrería, chiringuit­o de la impostura. Mientras, seguidores de Junts gritan ante la sede de ERC: «Junqueras, traidor, púdrete en la prisión». Delirante.

Al fin, seguimos paralizado­s y es evidente que Puigdemont tiene una parte relevante en la traba. El presidente que no tuvo el valor de defender lo que más convenía para Catalunya, el político que prefirió la carretera a asumir las responsabi­lidades y el hombre que se ha convertido en el altavoz de la beligeranc­ia y el rencor. Cuesta entender su ascendenci­a si se atiende a su escasa aportación al bienestar de Catalunya. Un extraño premio a su mezquindad política.

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