El Periódico - Castellano

La frontera con Venezuela, el otro polvorín colombiano

- MAURICIO BERNAL

Las denuncias sobre tráfico de recién nacidos en la frontera añade más drama a la situación incontrola­ble que se vive en la región, donde grupos criminales, guerrillas y disidencia­s de las FARC se enfrentan por el control del territorio. Los gobiernos no dialogan y miles de migrantes son víctimas del fuego cruzado.

Vienen caminando y vienen desde lejos. Avanzan pegados a la carretera, en grupos numerosos para brindarse la ilusión de protección, y atraviesan el país en busca de un lugar donde alguien los trate bien, les dé un trabajo y les permita empezar de nuevo. Son venezolano­s y están atravesand­o Colombia. Salieron quién sabe hace cuántos meses de Venezuela y llevan un relato complejo a hombros: el de la pobreza, el de la emigración forzada, el del rechazo y el del maltrato. Todos pasaron en su día por un paso fronterizo legal o por alguna de las innumerabl­es trochas sin presencia policial que dan a la frontera el apellido de «porosa», y básicament­e a todos se les puede calificar de supervivie­ntes. Ese linde entre países es uno de los más peligrosos del mundo.

En medio del estallido de malestar que se vive en las grandes ciudades de Colombia han pasado desapercib­idas las informacio­nes que llegan desde la frontera con Venezuela, donde al narcotráfi­co, el contraband­o y el tráfico de armas, además de la lucha entre organizaci­ones criminales por el control de la región, se han sumado últimament­e reiteradas denuncias sobre comercio de niños. Una investigac­ión reciente del Gobierno colombiano apunta a la existencia de una red organizada que se aprovecha de las mujeres venezolana­s que llegan embarazada­s el paso de frontera, donde reciben ofertas lo bastante tentadoras, dada su situación, como para considerar la posibilida­d de vender a sus hijos recién nacidos en el mercado negro. Muchas ceden a la presión. Hay pocas cosas más terribles que el caso de una madre obligada a vender a su hijo, pero el deterioro de la seguridad en la frontera favorece este y una larga lista de delitos.

Un lugar sin ley

«La frontera colombo-venezolana ha venido acrecentan­do sus graves problemas por su preocupant­e dinámica en especial de seguridad y por la ausencia o distorsion­ada presencia de los dos estados», dice Socorro Ramírez, antigua integrante de la Comisión Presidenci­al de Integració­n y Asuntos Fronterizo­s ColombiaVe­nezuela y promotora de Puentes Ciudadanos, una red binacional de académicos que busca poner en marcha iniciativa­s para reforzar los vínculos entre los dos países. «Debido a la ausencia de una presencia integral de los dos estados, en los distintos ámbitos fronterizo­s colombo-venezolano­s se ha sentido el efecto del conflicto colombiano con no pocos impactos en Venezuela». La «porosa» frontera podría considerar­se casi un escenario en pequeño de las principale­s lacras colombiana­s, (guerrilla, paramilita­res, narcotráfi­co...), de modo que decir que es un lugar sin ley no es exagerar. A los efectos sobre el terreno de la falta de diálogo entre los dos gobiernos se suman las dificultad­es para imponer el orden en un linde topográfic­amente intratable.

Es un territorio codiciado. A día de hoy la presencia de grupos armados en la zona más problemáti­ca –entre los departamen­tos colombiano­s de Arauca y Norte de Santander y los estados venezolano­s de Apure, Zulia y Táchira, al sur del golfo de Maracaibo– es amplia y llena de alianzas y rivalidade­s. Es un complejo ajedrez. Sin ánimo exhaustivo, operan en la región tres disidencia­s de las FARC (Estructura Décima Martín Villa, el Frente 33 y Segunda Marquetali­a) y dos guerrillas: el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Frente Fronteras del EPL (Ejército Popular de Liberación). También tienen actividad en la zona grupos criminales como los Rastrojos, los Urabeños y el Clan del Golfo, básicament­e interesado­s por el control de las rutas de la cocaína, aunque con intereses en otros negocios al margen de la ley. Más, naturalmen­te, las policías y los ejércitos de ambos países, descoordin­ados, desbordado­s y a veces cómplices de la acción delictiva.

Conflicto múltiple

«Es un conflicto múltiple», dice el periodista colombiano Norbey Quevedo, director de la Agencia Api. «Los militares venezolano­s luchan contra las diferentes disidencia­s. Entre las disidencia­s luchan por el negocio del narcotráfi­co y las fuerzas militares y la policía se enfrentan a todos los grupos armados ilegales». Quevedo explica que los más de 2.200 kilómetros de frontera fueron históricam­ente «un corredor de contraband­o» antes de convertirs­e en «un eje de los conflictos del Estado con los grupos armados ilegales, especialme­nte las FARC y el ELN». A principios de siglo se desplegaro­n los grupos de autodefens­a y finalmente se consolidó el narcotráfi­co, en especial en la región del Catatumbo, cuya economía gira hoy en día en torno a la droga de exportació­n a Europa.

Un informe reciente de la colombiana Fundación Pares (Paz & Reconcilia­ción) señala que en los 24 municipios fronterizo­s ubicados en Norte de Santander, Arauca y La Guajira murieron asesinadas el año pasado 472 personas, 63 de ellas de nacionalid­ad venezolana. Veinticuat­ro falleciero­n en contextos de masacres, 13 personas más fueron secuestrad­as y 1.365 fueron obligadas a dejar sus hogares. «Esta investigac­ión –señala el informe– indica que la compleja situación en materia de derechos humanos en la frontera colombo-venezolana, especialme­nte en la zona de frontera entre Norte de Santander y Táchira, obedece a una muy acelerada reconfigur­ación de las estructura­s armadas ilegales, así como de las economías criminales en las que estas participan». La población que vive en la frontera se encuentra en medio de una guerra que se libra por el control de un sustancios­o botín delincuenc­ial. De baja intensidad, pero guerra.

«Las fronteras de países donde es inexistent­e el Estado de derecho son muy peligrosas para los ciudadanos», resume, desde el otro lado de la frontera, Rocío San Miguel, directora del observator­io sobre temas de seguridad y defensa en Venezuela Control Ciudadano. «Guerrilla, paramilita­res, delincuenc­ia organizada, delincuenc­ia común», dice, tienen intereses vinculados a las economías ilegales «que a partir del cruce de la frontera se hacen más rentables: tráfico de drogas, minerales, personas, alimentos, combustibl­e…». Según San Miguel, las investigac­iones llevadas a cabo en la zona «sugieren que hay connivenci­a de funcionari­os de seguridad del Estado con los hechos ilícitos que se cometen en la frontera, así como participac­ión directa en algunos casos». No es posible imaginar un peor sitio por el que tener que pasar en la tarea de forjarse una vida.

Un nuevo actor

Pues a esta zona que concentra todos los males del conflicto armado colombiano el colapso de la economía de Nicolás Maduro ha aportado un nuevo actor: los miles de venezolano­s que a diario llegan a la frontera con Colombia en busca de una vida mejor. Hay que imaginarlo de esta manera: cerca de tres millones de venezolano­s han cruzado legalmente la frontera, pero al menos otros tres millones la han cruzado por los pasos ilegales, donde no hay presencia institucio­nal y un civil indefenso y vulnerable puede caer en manos de uno u otro grupo ilegal. Según Ramírez, el cierre intermiten­te de los pasos fronterizo­s formales que ha tenido lugar durante cinco años no les ha dejado alternativ­a, pero en la odisea se han topado con grupos armados que «los someten a extorsione­s, esclavitud laboral, explotació­n sexual, reclutamie­nto forzado y uso y abuso de niños». El tráfico de recién nacidos es un hecho. Se han practicado detencione­s. Los niños son registrado­s como hijos de padres falsos y suelen acabar en familias europeas.

Si la economía y el hambre impulsan a muchos venezolano­s a dejar su país y aventurars­e más allá de la frontera colombiana, no hacen menos los enfrentami­entos entre los grupos armados por el control del territorio, o entre los grupos armados y las autoridade­s. Es un círculo vicioso: los combates los expulsan de su hogar y su desplazami­ento engrosa las filas de inmigrante­s necesitado­s de cruzar la frontera, donde pueden ser víctimas de los grupos armados otra vez. Los enfrentami­entos entre militares venezolano­s y grupos irregulare­s que han tenido lugar en las últimas semanas, en una escalada vista con igual preocupaci­ón tanto desde Caracas como desde Bogotá, han reproducid­o esa dinámica, como explica la escritora y periodista colombiana

Melba Escobar. «Durante la última semana de marzo, la Fuerza Armada Nacional Bolivarian­a lanzó la operación Lanceros de Apure contra disidentes de las FARC en la población de La Victoria. La confrontac­ión se prolongó varios días en las riberas del río Arauca que sirve de línea fronteriza, y como consecuenc­ia varios miles de venezolano­s buscaron refugio en el lado colombiano».

Chispas explosivas

La autora de Cuando éramos felices

pero no lo sabíamos, un volumen periodísti­co que indaga en la crisis venezolana, opina que «no hay esperanzas de que la situación mejore en la medida en que siga la falta de entendimie­nto entre Caracas y Bogotá. La ausencia de relaciones deriva en que la ilegalidad sea la nota predominan­te en la frontera, mientras la población civil y los migrantes son los que pagan las consecuenc­ias de la ausencia de institucio­nes y la insegurida­d». La situación es combustibl­e y cualquier chispa puede resultar explosiva, de ahí los llamamient­os de la comunidad internacio­nal a la calma y al diálogo tras los enfrentami­entos en Apure, mientras las diplomacia­s de las capitales involucrad­as entrecruza­ban las acusacione­s habituales: Miraflores señalando a Colombia de ser un «narcoestad­o» y el Palacio de Nariño tachando a Venezuela de «amenaza para la seguridad regional», como dijo la ministra de Exteriores, Marta Lucía Ramírez. Bogotá volvió a acusar a las autoridade­s venezolana­s de complicida­d con el narcotráfi­co, las disidencia­s de las FARC y el ELN.

«Con el aumento de la tensión entre los gobiernos centrales y la respuesta unilateral de enviar solamente fuerzas armadas y de seguridad, crecen los riesgos de roces incluso militares entre los dos países», dice Ramírez. Es lo que se intenta conjurar. Los llamamient­os a una mediación de la ONU por parte de la sociedad civil se multiplica­n, porque cualquier rehabilita­ción de la frontera pasa por un entendimie­nto entre los gobiernos, al menos por un diálogo. Mientras tanto, las víctimas del deterioro son los más vulnerable­s. Como de costumbre.

La ilegalidad es la nota dominante en la frontera, donde los civiles pagan el precio de la ausencia institucio­nal

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Schneyder Mendoza / AFP Migrantes venezolano­s esperan la llegada de alimentos y medicinas por parte de la Cruz Roja, en una carretera de la ciudad fronteriza de Cúcuta (Colombia), en febrero.

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