Coleta guillotinada
Lo del moño era muy arriesgado; un hombre ha de ser muy guapo o moderniqui, tipo hipster, para que el rodete le favorezca. Así que, visto lo visto, cabría interpretar el recogido de Pablo Iglesias como un preaviso, una etapa intermedia –muy meditada– antes de la eliminación definitiva de la coleta, un adorno capilar que lo había acompañado desde la adolescencia (¿habrá guardado el pelo como un fetiche de la juventud?). Zas, adiós melena. Parecer ser que la tijera clavó sus dentelladas la semana pasada… Escribo arrepentida. O casi. De haber sido una mujer la protagonista del cambio de estilo, se estaría crucificando al autor de cualquier comentario al respecto por incorrección política y, sin embargo, la analogía resulta demasiado golosa como para prescindir de ella, de su jugo. Más metafórico el gesto, imposible. Despedida a la torera. Coleta guillotinada, después del órdago y fracaso de las elecciones madrileñas. Cuando la seductora Dalila le corta el cabello a Sansón en el Antiguo Testamento, el superhéroe hebreo pierde todo su poderío, él, que había derribado las columnas de un templo filisteo con la sola fuerza de sus brazos, ay. Ha habido montones de memes sobre el asunto; siguen dándole bambú.
La foto con que se ha divulgado el
pelicidio también tiene su miga. Camisa de cuadros, que siempre da un toque más festivo que la simplemente lisa, blanca o negra. Sobre la mesa, un subrayador amarillo fosforito, costumbre profesoral. Y no está repasando a Gramsci, no. Lee el ensayo ¡Me cago en Godard! Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre, del periodista y escritor Pedro Vallín. Un título que no es blasfemo, sino burlón. Vallín ha contado que la expresión escatológica se le escapó a un apóstol de la nouvelle vague un día en que salía del cine tras ver Indiana Jones y cayó rendido ante la inteligencia narrativa de Spielberg. Eso pretende el libro, invitar a la reflexión, a voltear las tornas: ni las películas de Hollywood son todas un trampolín de la carcunda, ni el cine de autor tan progresista. O sea, que Iglesias estaría relajándose, como si se hubiese apeado de los maximalismos. Aunque la fotografía parece revestida de un halo melancólico, el exlíder de Podemos debe de estar respirando ahora hasta el fondo del diafragma, tras la liberación de su propio personaje público, que ha escenificado con el corte. El pelo se había convertido casi en un insulto metonímico, la parte por el todo: El Coletas.
Parece que volverá a la docencia y al periodismo crítico, a la vida tranquila, pequeño burguesa. Lo mismo que Albert Rivera, también conocido como el novio de Malú. No deja de ser sintomático que los dos líderes que habían aglutinado el malestar contra el discurso político del establishment, el español y el catalán, se esfumen ahora en la nada, ellos y sus partidos, como un espejismo deshecho por la tiranía del mismo sol. ¿No había que regenerar la cosa pública?
Pablo Iglesias respira ahora hasta el fondo del diafragma tras la liberación de su personaje público