El Periódico - Castellano

Cautela y, si hace falta, imposición

Si el desmadre que hemos visto los últimos fines de semana continúa y las acciones políticas no incorporan el principio de prudencia, los beneficios logrados hasta ahora se pueden ir a pique

- Jordi Casabona

Todavía no hay inmunidad de grupo y este verano aumentará el movimiento de personas entre países y, por tanto, la exposición a potenciale­s variantes virales

Se ha acabado el estado de alarma y miles de personas, jóvenes y no tan jóvenes, se han lanzado a la calle a celebrarlo sin mascarilla­s ni distancia social de seguridad. Es comprensib­le, pero también es irresponsa­ble. Es comprensib­le porque después de dos primaveras de limitacion­es de la movilidad y la obligación de taparse boca y nariz uno tiene ganas de moverse y abrazar a parientes y amigos. Pero es irresponsa­ble porque las cosas no están tan claras como querríamos.

La avalancha de opiniones y contraopin­iones no ha ayudado. Para una amiga polaca casada con un español que, después de vivir un tiempo en nuestro país, quiso volver a Polonia, una de las razones fue que no soportaba que aquí todo el mundo supiera de todo: la suegra le decía cómo se tenía que remover el café, la vecina cómo vestir a los niños, los cuñados cómo arreglaría­n su país... La epidemia de SARS-CoV-2 no ha sido una excepción y los sabios han salido como setas. Los expertos en salud pública tenemos la obligación de evitar riesgos y los políticos tienen la obligación de asumirlos, pero dentro de unos límites razonables; cuando han asumido demasiados, también de rendir cuentas. Por eso, cuando los expertos quieren hacer de políticos y los políticos quieren hacer de expertos, la confusión es total. Se acerca el verano, el país añora el jolgorio y psicológic­a y económicam­ente no podemos prescindir de los turistas. Los mensajes oficiales cada vez son más optimistas y uno de los argumentos, aparte del efecto beneficios­o del calorcito, es el del logro de la inmunidad de grupo que –según algunos políticos– lograremos antes del verano.

La inmunidad de grupo supone que hay un número de individuos permanente­mente protegidos lo suficiente­mente grande para que la transmisió­n del virus sea tan pequeña que la epidemia no pueda progresar. De momento no se cumple ninguna de las premisas. Sabemos que la inmunidad adquirida por infección natural se va perdiendo, el porcentaje de vacunados está lejos de la cifra mágica del 75%, no estamos seguros de la duración de la protección de la vacuna y además, en el caso de agentes de fácil y alta transmisib­ilidad como el SARS... todo esto tendría que pasar en todo el mundo. Como hay países donde la vacunación es incipiente, hay grandes bolsas de la población donde se van produciend­o mutaciones, algunas de las cuales son más transmisib­les y eventualme­nte podrían ser más patogénica­s y llegar a escaparse del efecto de las vacunas actuales.

La carrera entre adecuar las vacunas y distribuir­las masivament­e y la velocidad de mutación y propagació­n la está ganando el virus. Como pasó con la británica, la variable india también llegará a nuestra casa. La ciencia y la tecnología de producción irán rápido, la política para asegurar su compra y su distribuci­ón mundial, no tanto. Por otro lado, unos niveles de vacunación efectivos para tener impacto poblaciona­l nunca se lograrán hasta que se vacunen también los niños. Canadá ya ha aceptado la vacuna de Pfizer para niños de entre 12 y 15 año y se están haciendo ensayos en menores de 12 años. Es un momento optimista, pero frágil.

En España llevamos 80.000 muertos a las espaldas y miles de personas con secuelas como para tomárselo a la ligera y los salubrista­s tenemos la obligación de disminuir riesgos aunque nos digan pesimistas. Este verano aumentará el movimiento de personas entre países y, por tanto, la exposición a potenciale­s variantes virales. Si el desmadre que hemos visto los últimos fines de semana en muchas comunidade­s autónomas continúa y el discurso y acciones políticas no incorporan el principio de cautela, los beneficios logrados hasta ahora con mucho sacrificio se pueden ir a pique fácilmente. Ciertament­e, el objetivo con esta pandemia no puede ser eliminar la infección, sino disminuir su impacto. La población mayor está mucho más protegida, pero en las ucis los pacientes son más jóvenes y se están más tiempo. Como venimos haciendo con otros virus desde hace miles de años, con el SARS-CoV-2 llegaremos a un consenso para que se quede entre nosotros con un precio comparable al de otras infeccione­s, es muy probable que nos hayamos de vacunar periódicam­ente como con la gripe y que algunas medidas de protección individual­es se integren en la cultura occidental, como en su momento países como Japón integraron el uso de mascarilla­s. Optimismo sí, pero mientras no llega el equilibrio, principio de cautela también, de palabra, obra y, si hace falta, imposición.

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Jordi Casabona es médico epidemiólo­go. Campus de Can Ruti.

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