Recuerdos fijados en la memoria
Alice Fugazza IMPERIA (ITALIA)
La memoria que guardamos del pasado no es inmóvil, ni tampoco eterna. Algunos acontecimientos pueden ser olvidados, otros reinterpretados; un día se acabarán las narraciones de los testigos presenciales y a las generaciones del porvenir esos acontecimientos les parecerán lejanos, recuerdos ajenos, memorias vacías.
Lamentablemente, ya sabemos que la historia se repite, sobre todo cuando los intereses del presente tienen más fuerza que las enseñanzas del pasado. ¿Cómo podemos legar nuestra historia para que las memorias individuales sean compartidas y educativas? Desde el principio de su existencia, la humanidad ha resuelto este problema gracias a un instrumento tan complejo y potente como sencillo y eficaz: el arte y su enorme capacidad de despertar nuestra memoria colectiva. El arte habla una lengua universal, y no es solo un testimonio, ni tampoco solo un homenaje a las víctimas o a los héroes del pasado. Es una voz clara que denuncia, que nos impide mirar a otro lado, que condena el silencio; es una expresión catártica que no quiere cerrar heridas, sino recordarnos que el mundo puede ser un lugar mejor. Sobre todo, es una advertencia para que no olvidemos lo que pasó, porque podría volver a suceder. Nos recuerda que debemos seguir contando lo que aconteció en nuestras sociedades, sobre todo las peores cosas. Nos incita a hablar, recordándonos que los culpables no fueron solamente los tiranos y los dictadores, sino también todos los que los apoyaron o los que miraron sin hacer nada, los que callaron. Algunos creen que, al final, acabaremos por acostumbrarnos a los cuentos de la memoria y terminaremos por considerarlos solo pinturas, monumentos, parte de la arquitectura; sitios para sacar fotos cuando estamos de vacaciones. Yo, en cambio, creo en la inmortalidad del mensaje del arte, que es precisamente la capacidad de fijar un recuerdo en nuestras conciencias aunque este recuerdo no nos pertenezca.