Una visita
rios», dice Adrià Terol, historiador y gestor cultural de Cementiris de Barcelona, «pero el único donde hay una zona gitana claramente diferenciada es el de Poblenou. Es el departamento cuarto, que era el protestante. Después de ser restaurado se llenó de tumbas gitanas».
El monumento fue inaugurado el día 14, el día del cumpleaños del difunto. Unos 30 integrantes de la familia se congregaron en el lugar y «enmudecieron de emoción» cuando fue retirada la tela que la mantenía oculta y la estatua quedó al descubierto. La muerte de Andrés tuvo lugar en tiempos de covid y los familiares no habían podido celebrar el funeral debido, de modo que se dieron cita por su cumpleaños para rendirle el homenaje que le debían. «Salvo la familia más cercana, nadie sabía de la escultura, fue una absoluta sorpresa -dice Ruiz-. Y aunque fue triste y hubo mucho llanto, fue una celebración de la vida».
El proceso que puso en marcha el encargo terminó ese día, pero no fue el proceso habitual entre un cliente que quiere algo y el artista que lo provee. Por la naturaleza del trabajo, por la disposición de la familia a compartir su memoria de Andrés y porque la mayoría de ellos aún no habían hecho las paces con su desaparición temprana, las dos escultoras consideran que en cierto modo formaron parte del duelo. «Al final sentíamos que les estábamos ofreciendo una especie de bálsamo con nuestro trabajo», dicen. «Hemos vivido tantas cosas con ellos en estos meses que no tenemos más que gratitud por la confianza que depositaron en nosotras en algo tan trascendental».
Aportaciones familiares
Se vea como se vea, el conjunto funerario es el resultado de un excepcional proceso, tanto desde la perspectiva del duelo como desde la perspectiva artística. «El encargo original era él sentado con un móvil. Parece que se pasaba el día haciéndose selfis», recuerda Torres, subrayando por omisión todo lo que se fue añadiendo a la comanda original: pesas, ron, cigarrillos, Biblia, gorra… Según cuentan, pequeñas delegaciones de la familia se presentaban de vez en cuando en el taller a ver cómo avanzaba el trabajo y a opinar sobre lo que veían. Un hermano dijo que debía llevar la Biblia. Otro , que la gorra. La botella, otro hermano, y una hermana propuso las pesas. «El monumento es fruto de la participación de toda la familia», dice Ruiz. Alguien preguntó si no sería posible que el homenaje incluyera coche que Andrés conducía, otro de sus objetos fetiches, pero eso disparaba las horas y el presupuesto. También se sucedían los comentarios sobre el rostro. Alguien dijo que tenía la nariz más ancha. Alguien, que tenía un rictus un poco triste. Y Ruiz y Torres se lo arreglaban. «Tanto las fichas de dominó como los cigarrillos son ofrenda nuestra, los aportamos nosotras», explican las escultoras.
Susana Ruiz y Nuria Torres trabajan juntas desde hace tres años. La primera tiene su taller en Badalona y la segunda en Montgat. Ruiz es conocida por haber hecho las estatuas de Anís del Mono y de Manolo Escobar que Badalona tiene prácticamente por patrimonio cultural, mientras que Torres es conocida por su trabajo con mármol, porcelana y bronce, sus colaboraciones con artistas como Antoni Miralda y la presencia de sus obras en colecciones públicas de Suiza, Portugal, Corea del Sur y España.
Que de su asociación haya brotado el monumento funerario a Andrés Aguilera no parece casual, toda vez que es la reflexión en torno a la muerte y a su representación lo que las unió. «Es nuestro nexo. Teníamos eso a nivel individual y desde que nos juntamos ha estado presente en la investigación conjunta». El encargo de la familia Pascua fue «como un regalo caído del cielo».
«A Andrés lo fuimos conociendo primero a través de su tía, Mari
Pascua, que fue la que se puso en contacto, y después a través del resto de la familia», cuenta Ruiz. «Conocimos al Andrés que hay en el corazón de ellos», dice Torres. Al final, el monumento es un retrato, y cada elemento es un adjetivo de la personalidad de Andrés: Andrés fumaba, Andrés se hacía selfis con el móvil, Andrés bebía Ron Camarón, a Andrés le gustaban los coches, las motos, los tatuajes, Andrés alzaba pesas, Andrés saludaba y sonreía afablemente; Andrés, a su modo, era un rey. «Como escultoras hemos prestado las manos para que la familia pueda expresar sus sentimientos por él. Al final acabó siendo un trabajo de médiums, de conocerlo, de ponernos en comunicación con él a través de la familia. Hemos llegado a considerar que es nuestro amigo aunque haya fallecido».
Técnicamente la escultura también tiene una historia detrás. Andrés está hecho de resina de poliéster con fibra de vidrio, un material diseñado para soportar las inclemencias de la intemperie, más una capa de gel coat de reel fuerzo. Los tatuajes que luce en los brazos y en la cabeza son los que llevaba en vida, y para que fueran una reproducción fidedigna, las escultoras llevaron fotos del difunto al local de un tatuador de Badalona y le pidieron que dibujara los tatuajes en plano. Que los reinterpretara. «Fueron mil horas de observación de sus fotografías», resume Ruiz. Para diseñar el pantalón pidieron prestado un pantalón suyo, y la camiseta la diseñaron ellas con base en las imágenes de Andrés y con la aprobación de la familia. «Las bambas, el anilllo, la pulsera, la cadena, el móvil, todos son reproducciones de los originales». El efecto es el de un Andrés vivo, como quería la familia.
Un reclamo cultural
Una Biblia, unas pesas, una gorra, un Ron Camarón y unas fichas de dominó, entre otras cosas, forman parte del conjunto
«Hemos llegado a considerar que es nuestro amigo aunque haya fallecido», dicen las escultoras para ilustrar el grado de compromiso con el encargo
El conjunto solo es comparable en elocuencia a obras que salen al paso en los cementerios andaluces como la ya famosa del Pirata de los Camiones en el cementerio de Pinos del Puente. Antonio F. C., el Pirata de los Camiones, fallecido de un ataque cardiaco en la cárcel de Jaén en 2018. Su familia lo recuerda con un conjunto que incluye una estatua realista con elementos como una cartera de Gucci, un paquete de cigarrillos, un mechero… y un Audi de aluminio sobre cuatro columnas de mármol. No a tamaño natural, pero bastante grande. De modo que no es tan raro poner un coche en el mausoleo. Se piense lo que se piense de este tipo de arte funerario, al final funciona como reclamo. «Cuando hago las rutas culturales por los cementerios –dice Terol– la gente siempre tiene preguntas al respecto. Son tumbas muy vistosas, muy coloridas, y siempre llaman la atención, además de ser representativas de una comunidad de Barcelona». El cementerio de Badalona gana en interés gracias a la nueva obra.
Ninguna de las dos artistas es ajena a la clase comentarios que suscitan los mausoleos gitanos: que son kitsch, extravagantes, de mal gusto… Pero subrayan que poner una botella de ron en una tumba, o un móvil, o un coche, que el arte funerario como herramienta para representar los objetos que nos fueron caros en vida es lo que hacían los egipcios cuando enviaban a sus difuntos con vasijas, coronas y cetros al último viaje. «Todo el mundo va a ver la tumba de Tutankamón y les parece normal todo lo que había en el su interior», reflexiona Ruiz, «y en cambio esto les parece kitsch». «La verdad es que representa un contraste con la sobriedad cristiana de los últimos siglos, que es como una castración».
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