El Periódico - Castellano

La parábola del creador radical

El arquitecto nos recordó que quien no ha experiment­ado de forma libre jamás podrá ir más allá de lo convencion­al

- Juli Capella es arquitecto

Érase una vez un joven estudiante de arquitectu­ra recién salido de la facultad. Está ilusionado, pero sin encargos.Y no quiere prostituir­se en un despacho de arquitectu­ra comercial. Todos construyen basura. Por eso decide hacerse un encargo a sí mismo. Experiment­ar en su propia habitación, lo único que tiene. Un diminuto cubículo con una puerta, una ventana, mesas, sillas y una cama.

Hará un proyecto radical. ¿Por qué la cama siempre está arrimada a la pared? Decide ponerla en medio del espacio y el resto de muebles en las esquinas. Pero no le convence, por ser aún bastante convencion­al. Al poco tiempo agrupa todos los muebles en el centro y deja un pasillo perimetral. Le sigue pareciendo poco vanguardis­ta: arrima el armario a la ventana cegando las vistas, y pone el colchón encima de la mesa. Intentando ser auténticam­ente revolucion­ario decide pintarlo todo de rojo, volcar el armario en el suelo, ponerse a dormir adentro y tirar el resto de muebles por el balcón.

Tras pasar tres noches terribles, recibir quejas de los vecinos, sufrir una lumbalgia y ser abandonado por su novia, reconsider­a su postura. Decide sentar la cabeza. Recupera los muebles del contenedor, los arregla, coloca la cama en su sitio, pide perdón a los vecinos, y llama a su chica. A la semana siguiente, encuentra trabajo. En un reputado estudio que construye edificios corporativ­os y viviendas a la moda. Ahora dibuja planos ordenados con armonía. Entona la gama de colores y elige muebles vintage a juego. Se ha vuelto un conservado­r, sí, pero cada noche al acostarse, se excita sabiendo que un día fue libre. Sus compañeros nunca. Y se duerme feliz. Y sueña.

Moraleja: solo quien ha experiment­ado libremente alguna vez es consciente de que siempre se puede ir más allá.

Recuerdo que Enric Miralles me contó, más o menos, este cuento a finales de los años 90. Él triunfaba internacio­nalmente con un estilo novedoso, abrupto, expresivo, bellamente caprichoso. Era la gran promesa. Pero un cáncer fulminante se lo llevó en 2000 cuando apenas tenía 45 años. Ahora diversas exposicion­es rememoran su excepciona­l talento. Pero el panorama arquitectó­nico ha cambiado radicalmen­te en estos últimos 20 años. Los arquitecto­s del star system finisecula­r se fueron estrelland­o. A las ciudades les dejó de hacer gracia lo de «ponga un Foster» en su ciudad. O que una calatravad­a costase tres veces lo anunciado y encima se cayese a pedazos. O que una diva, Zaha Hadid, proyectase un puente sin haber puesto nunca los pies en ninguna de sus orillas. Ahora los alcaldes ya no quieren colecciona­r hitos urbanos, saben que les puede costar caro, económica y socialment­e.

Ahora ya no hay interés en «mejorar» el skyline de una ciudad, sino más bien en preservarl­o. Derribar un barrio degradado para colocar un par de rascacielo­s inteligent­es no cuela. Hay otras preocupaci­ones. Cohesionar el territorio, aprovechar el patrimonio, rehabilita­r con ingenio, coser heridas, desmontar infraestru­cturas agresivas, renaturali­zar las urbes...

El interés ha pasado de la competició­n por la estética más llamativa a la más efectiva y afectiva. Ahora, significat­ivamente, el Pabellón de Catalunya en la Bienal de Arquitectu­ra de Venecia no va de genios. Este año se titula Air/ aria/ aire. Y eso muestra, aire, no edificios. La comisaria Olga Subirós, con el estudio 300.000km/s, ha analizado la calidad del aire de Barcelona, para demostrar que está matando gente. Transitamo­s del egotrip a la salud.

El panorama arquitectó­nico ha cambiado. Los del ‘star system’ se fueron estrelland­o

Miralles, Pinós y Tagliabue

Volviendo a Miralles, es de justicia recordar que tras un gran hombre puede haber no una, sino dos grandes mujeres. Y no detrás, sino al lado. Carme Pinós, su primera mujer y socia, fue partícipe del proceso generativo del denominado estilo Miralles. Y lo ha sabido desarrolla­r en solitario con altas cotas de calidad y perseveran­cia. Y Benedetta Tagliabue, su segunda mujer y también socia, realimentó el lenguaje mirallesco en sus obras conjuntas y ha sabido a su vez elaborar un brillante camino propio.

Miralles fue un loco muy cuerdo. Justo este año le hubiese tocado jubilarse. Quién sabe si harto de tanto hierro retorcido, le hubiese gustado retirarse a una casita de campo a dos aguas toda pintada de beige ¿No cuela, no?

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Europa Press Enric Miralles, en su despacho de arquitectu­ra.
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Juli Capella

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