El club de los malos conductores
Un informático de la Dirección General de Tráfico de Girona logró expedir más de 2.000 permisos de conducir fraudulentos. Pero lo más importante para los Mossos d’Esquadra no era arrestar al informático, sino sacar de la carretera a personas que eran un p
todos era más importante que arrestarlo a él.
Joan, agente del GRD (Grup de Recerca Documental) de los Mossos d’Esquadra, se ha pasado más de cien días frente al ordenador de su casa, sesiones de más de diez horas en alpargatas, haciendo el trabajo más aburrido del mundo: rastrear los movimientos que hizo el informático en la base de la DGT de Girona. Con la tenacidad de una hormiga pero sin la compañía del hormiguero, escudriñando hojas Excel y con el reflejo de miles de datos en el cristal de sus gafas. Moviendo el ratón de su ordenador, hacia abajo, hasta descubrirlos a todos. Y había muchos.
Un permiso para su madre
El informático que ha armado el enredo más grave en la historia de la DGT se incorporó como técnico de mantenimiento en la oficina hace unos dos años. Tuvo acceso a los perfiles y contraseñas de los funcionarios que inscriben en la base de datos las fichas de cada conductor con licencia. No tardó ni una semana en usar ese poder para corromper el registro e inscribir a una persona que no había sido capaz de sacarse el carnet de conducir por las buenas: su madre.
Gracias a la incursión ilegal del informático, la mujer, una vecina de Llagostera, constaba en el sistema en caso de ser identificada policialmente como una ciudadana con permiso vigente.
Se corrió la voz: había un hombre que regalaba carnets de conducir. Apareció un socio, de Quart (Gironès), que se convirtió en su protector y representante. A través de él comenzaron a llegar más y más encargos. La red creció y llegó a oídos del dueño de un locutorio pakistaní y, a través de este, a otro locutorio de Vic. Tanto dinero generaba –lo de regalar era un decir porque conseguir uno de estos carnets costaba entre 3.000 y 15.000 euros– que también requirió una estructura para blanquearlo. De esto segundo se ocuparon sus suegros. Estos son los integrantes de una red que llevaba un año a pleno rendimiento cuando, en verano de 2020, en un control ordinario cerca de Figueres,
los Mossos identificaron a un conductor que ya había sido multado en cuatro ocasiones por circular sin carnet. Ese día resultó que por fin se lo había sacado. Pero había algo extraño. Según la fecha de expedición del permiso que constaba en la DGT, ya disponía del carnet cuando fue multado la última vez. Los policías se plantearon lo siguiente: ¿Puede alguien disponer del carnet de conducir, ser multado por no tenerlo y no presentar alegaciones? Como la respuesta era que no, tocó investigar quién lo había inscrito irregularmente en el registro. Así arrancó una investigación que recayó sobre Joan y que condujo al agente del GRD a revisar quién había introducido al conductor embustero de Figueres en el sistema. Pero en lugar de dar con el informático dio con un funcionario cuyas claves había usado el sospechoso para llevar a cabo el registro falso. Vio asimismo que para aquella operación no se habían pagado tasas. Después buscó otros movimientos en los que no se hubieran abonado esas tasas y observó que eran cientos. Demasiados. Y ejecutados desde perfiles de otros funcionarios. Joan se dio cuenta de que era imposible que todos los funcionarios fueran corruptos. Tenía que haber otra explicación y apuntó a otro empleado con acceso a las claves de los funcionarios: el informático. Bingo.
Con la pandemia, además, el informático había estado teletrabajando. Desde casa se conectaba a todas horas: de madrugada o en fin de semana. Los movimientos fraudulentos se dispararon. Hubo días en los que inscribió a 40 personas. Joan pidió librar aquel combate en igualdad de condiciones: trabajando desde casa para concentrarse en hacer aflorar todas las inscripciones apócrifas.
«¿Sabes cuántas casillas tiene una hoja Excel?», pregunta Joan ahora que la Operación Loki ya ha desarticulado a la banda y localizado a la mitad de los conductores. «1.048.765», responde. «Lo sé porque con este caso he llenado un
Excel entero y estoy a punto a llenar el segundo», añade. «Ha hecho un pleno, de las primeras 900 personas que ha encontrado creemos que no ha cometido ningún error. Es un trabajo excelente», le reconoce el sargento Rafa Aguilar, el jefe de los GRD.
El trabajo más aburrido
El adjetivo excelente cobra aquí un doble significado. «Si vuelvo a ver un Excel en una pantalla de ordenador, la rompo a patadas», bromea Joan, exhausto. Ha sido el trabajo más aburrido del mundo pero también el más satisfactorio: los 2.000 conductores que eran un peligro ya no están en la carretera. «Aquí somos un poco freakys de la seguridad vial. Realmente nos preocupa que no se nos pase nada por alto, proteger a los conductores», explica Aguilar.
Los GRD son una unidad desconocida de apenas una veintena de agentes distribuidos por las regiones policiales. Especializados en los accidentes de tráfico y capacitados como peritos judiciales son quienes persiguen a los conductores que dejan muertos o heridos graves en la carretera, quienes velan porque no haya impunidad sobre el asfalto. Aunque haga falta perseguirlos en alpargatas.
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