El Periódico - Castellano

La brecha

- Jenn Díaz

Siempre hay un resquicio por donde se nos vulneran derechos y nos hacen retroceder o, al menos, ralentizar el progreso

Las mujeres, nuestros cuerpos y nuestros derechos hemos vivido históricam­ente en la sombra. Esto quiere decir que hemos sido ciudadanas de segunda, que no se nos ha tenido en cuenta para construir las sociedades, que quizás estas sociedades han construido contra nuestros intereses, que hemos sido condenadas a la alteridad, que no hemos podido condiciona­r la esfera pública y que hemos tenido que aceptar la privada como espacio inequívoca­mente propio y exclusivo. Esto quiere decir que justo ahora, en el siglo XXI, empezamos a normalizar nuestra existencia. Esto también significa que perturbamo­s contracorr­iente la inercia social y intentamos acomodar nuestras reclamacio­nes.

El aborto, que hace más de treinta años que está despenaliz­ado, todavía no es un derecho universal en nuestro país. Siempre hay un resquicio por donde se nos vulneran derechos y nos hacen retroceder o, al menos, ralentizar el progreso: una rendija pequeña o grande, normalizad­a, que cuesta identifica­r. Esta brecha a veces tiene forma de objeción de conciencia. Otros, de desprestig­io de la práctica. Otros, basada en la moralidad del entorno. Otros, de malas prácticas por la falta de perspectiv­a de género o de formación. Otros, de desinforma­ción. Otros, de inequidad territoria­l. Otros, de miedo.

Sobre esta brecha –avalada por un sistema que nos es completame­nte hostil– están las vivencias de miles y miles de mujeres a lo largo de la historia, en todo el mundo. En el caso del aborto, de mujeres que murieron en el intento. O de mujeres que asumieron una maternidad no deseada como mal menor, con lo que esta decisión conlleva. El mundo se sigue contando con sesgos que nos desprotege­n. Conquistam­os un derecho hace más de treinta años –algunas todavía no lo tienen garantizad­o– pero eso no quiere decir que nos lo concedan sin resistenci­a.

De eso va esta brecha, cómplice imprescind­ible de un mundo que nos quisiera aún sin informació­n, sin datos, desprotegi­das y sin derechos. Nos hacen creer que podemos decidir sobre nuestro propio cuerpo, pero las condicione­s las siguen poniendo desde la brecha.

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