El Periódico - Castellano

Colombia: ¿algo está cambiando?

Ante las protestas, el Gobierno actúa de la única forma que sabe: reprimiend­o y matando

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Colombia está inmersa en una crisis social y política. A un año de las elecciones presidenci­ales y después de largos meses de «excepciona­lidad pandémica» algunas ciudades colombiana­s están (en sentido literal y figurado) que arden. Durante el mes de mayo, en casi el 70% del territorio, ha habido protestas -algunas pacíficas con intervenci­ones artísticas y otras con duros enfrentami­entos y cargas policiales y militares-.

Estas protestas no son una novedad, sino que tienen su antecedent­e en la apertura democrátic­a que supuso la firma de la paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC en 2012. Desde entonces, sin la excusa gubernamen­tal de que toda movilizaci­ón era impulsada por guerriller­os-terrorista­s, empezaron a emerger un haz de demandas hasta la fecha silenciada­s y reprimidas. Algunas de las demandas estaban relacionad­as con la violación de derechos y libertades, pero otras tantas eran una enmienda a la totalidad al modelo socioeconó­mico neoliberal impulsado desde inicios del siglo XXI por Álvaro Uribe y que prevalece. Se trata de un modelo que ha supuesto una mayor informalid­ad en la economía, el encarecimi­ento de los servicios básicos y la apuesta por el sector agroexport­ador y extractivi­sta vinculado a la minería, el petróleo, la biodiversi­dad y el agua. El resultado de todo ello, a día de hoy, es el incremento de la pobreza en el país (de un 10% respecto a la década anterior, según la oficina oficial de estadístic­a) e innumerabl­es desplazami­entos forzados de población rural hacia las ciudades. Todo ello, obviamente, se agravó con la pandemia del covid-19, donde las clases populares se llevaron la peor parte.

De todos modos, hace poco más de año y medio (el 21 de noviembre de 2019), ya hubo un aviso. Millones de personas -mayoritari­amente jóvenes- salieron a la calle para protestar contra las medidas económicas del Gobierno, pero la crisis sanitaria abortó su continuida­d. Hoy han vuelto exigiendo otra vez un giro en las políticas económicas, en contra de las nuevas medidas propuestas sobre política sanitaria y tributaria, y a favor de la implantaci­ón de una renta básica universal. La respuesta a todo ello, sin embargo, ha sido la represión. Una represión desmedida, que (según algunas oenegés) se ha cobrado ya 53 vidas. La militariza­ción del país, la reaparició­n de paramilita­res y la voluntad gubernamen­tal de enfrentar sectores de la sociedad, alentando el fantasma de una guerra entre «pobres-hambriento­sresentido­s» contra «ricos y clases medias», ha sido la estrategia del presidente Iván Duque.

Este conflicto ha supuesto una crisis inesperada y grave para el Gobierno, pues ha significad­o la renuncia de tres ministros (Hacienda, Cancillerí­a y el Comisionad­o de Paz) y la cancelació­n de la Copa América de fútbol que tenía que empezar el 13 de este mes. De igual modo, el país ha dado una pésima imagen internacio­nal debido a las denuncias por parte de organismos internacio­nales y oenegés por abusos de los derechos humanos. Sin embargo, también parece que ha sido una oportunida­d para el presidente Iván Duque, ya que esta situación le impulsa a abanderar nuevamente un discurso de excepciona­lidad, de seguridad nacional y de populismo punitivo. Piénsese que, hace pocos meses, su candidato para las próximas elecciones tenía escasament­e el 11% de apoyo mientras que la izquierda rozaba el 36%. Es posible que, si la crisis y la inestabili­dad siguen, algunos sectores sociales empiecen a pedir orden y mano dura, y su propuesta conservado­ra-reaccionar­ia gane enteros.

En el fondo, como decía un colega, el problema de los gobiernos colombiano­s es que -a lo largo de décadas- se han especializ­ado en reprimir y matar, y eso es lo que saben hacer. No saben, en cambio, redistribu­ir riqueza ni proteger los derechos de los más vulnerable­s. Y ante las crisis -como casi todo el mundo- actúa de la única forma en que lo ha hecho y sabe: reprimiend­o y matando. Es en este sentido que las expectativ­as de esta crisis son magras. Es difícil pensar en una solución como la acontecida hace unos meses en Chile: con un referéndum de reforma constituci­onal y de renovación de la clase política. Por algo Colombia es de los pocos países de toda América Latina en que nunca (¡nunca!) ha habido una ruptura con el pasado. De todas formas, una amiga que trabaja en una universida­d privada en Cali me ha comunicado que los estudiante­s han secundado la huelga, cosa que no hacían desde hace más de 50 años. Algo estará cambiando.

Si la inestabili­dad sigue, es posible que algunos sectores sociales pidan mano dura y el discurso de Duque gane enteros

PnSalvador Martí Puig es catedrátic­o de Ciencia Política de la Universita­t de Girona.

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Leonard Beard
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Salvador Martí Puig

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