Una luz en el infierno

Vuelves a casa de trabajar, estás cansada y solo tienes ganas de abrazar a los tuyos y de tranquilidad. Pero tu hijo pequeño está un poco constipado, todo bajo control, te crees tú... Ilusa. Ves como empieza a respirar mal, ves como está más que apagado, se duerme de pie. Tu instinto te grita que corras a buscar ayuda, y vas. Y de repente: ambulancia, el niño a punto de ser intubado, tú que no ves más allá de las lágrimas, ni eres capaz de escuchar nada que no sea el tono serio y preocupado de la médico del SEM. Y llegas a lo que crees que es muy cerquita del infierno, la uci pediátrica.

Entras temblando, te apartan, no puedes estar ahí, pero tú no te mueves. No es que no quieras, no es que te rebeles. Es que no hay nada capaz de arrancarte de su lado. Porque no, porque ni un leviatán podría moverte un ápice. Y en ese infierno, una luz. Una luz cálida que te envuelve, que te pregunta cosas con una voz muy dulce. Que te seca las lágrimas como buenamente puede sin saltarse el protocolo covid.

Esa luz fue todo el equipo de enfermería y médicos de la uci pediátrica del Hospital Vall d’Hebron. Ángeles que me sonreían cada vez que entraban en nuestro

pequeño trocito de infierno, ángeles que nos mimaban en cada gesto, ángeles que te preguntaban cuántas horas llevabas sin dormir, sin comer...,y te traían un yogur, y te decían que salieras con ellos aunque fueran solo 10 minutos para que me diera el aire.

Y pasan los días, y tú te haces con las rutinas. Aprendes a leerles las caras, bueno, los ojos. Y aprendes a imitar sus gestos y atenciones para facilitar el trabajo y para vencer a esa puta impotencia que tienes dentro por no saber cómo ayudar a tu hijo. Esos