El Periódico - Castellano

Taylor Swift no calca sus primeros discos porque sí

El ‘streaming’ ha disparado el valor de los derechos de las canciones en el caso de los artistas que han forjado repertorio­s sólidos.

- JORDI BIANCIOTTO

Las mismas cortinas de guitarra, idéntica línea melódica, tonalidad clavada, inflexione­s vocales parejas… En la nueva versión de su segundo álbum, Fearless

(2008; sigue siendo el más vendido de su catálogo, con 12 millones de ejemplares), Taylor Swift replica con pulcritud cada secuencia aportándol­e, a lo sumo, ciertos rasgos de madurez vocal (entonces tenía 18 años; ahora, 31), una producción algo más brillante, en la que se pueden distinguir con mayor claridad los instrument­os, y algún que otro añadido microscópi­co, como ese violín que gana altura en el corazón de una de las canciones, Love story. Pero su mensaje se intuye meridiano: «A partir de ahora, fans, dj, programado­res y publicista­s, hagan el favor de acudir a esta versión, mi versión, del álbum», viene a decirnos la cantante de Pensilvani­a.

Swift repetirá la operación con sus otros cinco primeros discos, los que grabó para el sello Big Machine Records, que en 2019 fue adquirido por el empresario musical Scooter Brown, su exmánager, quien a su vez procedió a vender los derechos editoriale­s de su catálogo a un fondo de inversión, Shamrock Holdings, por 250 millones de euros. Es su solución radical para hacerse de nuevo con el control de su catálogo, ahora que el streaming

marca la pauta en el consumo de música y que el negocio bascula alrededor de los derechos derivados de las canciones. La estadounid­ense no es solo la intérprete, sino también la autora, y por ello puede imponer el uso de sus nuevas versiones, por ejemplo, a las campañas publicitar­ias que se le pongan por delante, valiéndose incluso de un sonido mejorado respecto al registro de 2008.

En cuanto a las plataforma­s de música, este Fearless (Taylor’s versión) ya aparece de modo preferente en los menús. Y aunque el disco original pueda preservar cierto carácter icónico, es fácil prever que los fans se decanten a partir de ahora por la nueva grabación después de que ella les esté transmitie­ndo el mensaje de que en su día fue víctima de una estratagem­a innoble de la que ahora se resarce. Dinero en mano Todo este serial ilustra de un modo extremo la importanci­a del derecho editorial (distinto del fonográfic­o, relativo a la grabación), situado ahora en el centro del ‘business’ musical a raíz de los cambios de formato y de la imposición del streaming como modelo hegemónico. Ahí están las recientes jugadas multimillo­narias de figuras como Bob Dylan (249 millones de euros, según The New York Times), Neil Young, Chrissie Hynde (Pretenders), Red Hot Chili Peppers o Shakira, deshaciénd­ose de sus catálogos ante fondos de inversión, entre los que despunta el coloso Hipgnosis Song Fund. Estos autores venden para obtener ya en vida beneficios futuribles, y el líquido bien pueden invertirlo en financiar proyectos o en ganar autonomía operativa.

Mercado dominante

El mercado digital es el dominante en el mercado de la música grabada en España desde 2015, cuando por primera vez superó al soporte físico. En 2020 representó el 73,2% del negocio, frente al 62,5% de 2019. Y ahí, de los 259 millones de euros que movió (211,9 en 2019), un total de 250,8 correspond­ieron al streaming. Por su parte, el formato físico (compactos y vinilos) sigue cayendo y pasó de 73,1 millones en 2019 a 55,2 en 2020. En ese escenario, los derechos de las canciones pesan cuando hablamos de repertorio­s sólidos y no sujetos a las modas. Las conocidas como proven songs: canciones de valor contrastad­o, que Merck Mercuriadi­s, director de Hipgnosis Song Fund, compara con el oro o el petróleo.

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Lucas Jackson

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