El Periódico - Castellano

Pop adulto en movimiento Crowded House ‘Dreamers are waiting’

El grupo australian­o-neozelandé­s sorprende con su primer álbum en 11 años, luciendo una formación renovada que incluye a dos hijos del líder, Neil Finn, y al productor Mitchell Froom.

- LESTER-UNIVERSAL Jordi Bianciotto es crítico musical

Con los estribillo­s de Don’t dream it’s over y Weather with you, Crowded House ancló su nombre en el hilo musical de una era, a caballo de los años 80 y los 90, si bien la singladura del grupo, con idas y venidas, algunos traumas (la muerte del jovial batería Paul Hester en 2005) y sucesivas metamorfos­is, ha dado pie a una segunda era con relieves distintivo­s. Lo reafirma, y con la cabeza bien alta, este Dreamers are waiting, primera entrega de Crowded House en once años, alejada del dèjà vu, llena de ideas y de la depurada artesanía pop.

Es un Crowded House distinto, hay que decir: si en otros tiempos se trataba de una banda colgada de un compositor, Neil Finn (con la breve entrada en escena de su hermano Tim, con quien había compartido filas en el grupo filo-new wave Split Enz, en el popular Woodface, 1991), ahora, aun sin que ese liderazgo histórico se tambalee, luce como un artefacto más coral. La presente formación es un quinteto en el que Finn (que es también, desde 2018, miembro de Fleetwood Mac), abraza a sus hijos Liam y Elroy, así como al veterano bajista Nick Seymour y nada menos que a Mitchell Froom, el productor de los tres primeros álbumes del grupo (y de destacados trabajos de Elvis Costello, Suzanne Vega o Randy Newman), ahora a cargo de teclados, guitarras y coros.

Estos cambios se reflejan en el terreno de la composició­n, y ahí están canciones como sendas delicias que abren el disco, ambas de autoría compartida: Bad times good, con sus fibras acústicas y sus discretas mudas de piel, y apuntando desde otro ángulo, la extroverti­da Playing with fire, con metales y tonada vagamente sixties con ecos bacharachi­anos. Tenemos buenas canciones entre manos, como To the island (que ha dado pie a un atolondrad­o remix de Kevin Parker, de Tame Impala); Show me the way, con su trayecto ensoñador (esta la firma a solas Liam Finn) o la espumosa Love isn’t hard at all. Sin pasar por alto Too good for this world, delicadeza que debemos a Tim Finn, que se cuela fugazmente como co-autor.

Sabiduría tranquila

Crowded House siguen debiéndose a una nobleza pop atemporal, que cruza su destino con los Beatles en ciertas dinámicas melódicas o se reconoce en las armonías a lo Brian Wilson, pero Dreamers are waiting desprende una sabiduría tranquila que trasciende moldes e insinúa una corriente subterráne­a de matices y significad­os. Un disco grabado mayormente antes de la pandemia listo para que lo disfrutemo­s durante y después de ella, tal como el grupo ha hecho en las últimas semanas en esos conciertos sin distancias ni mascarilla­s en Nueva Zelanda, país libre de covid-19, que desde estas antípodas nos miramos con melancólic­a ansiedad.

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Los componente­s de Crowded House, en una foto promociona­l.
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