El Periódico - Castellano

El disco rayado de Trump

- RICARDO MIR DE FRANCIA

En el panorama mediático, Donald Trump roza la irrelevanc­ia. Su expulsión de las redes sociales, su incapacida­d para atraer un número significat­ivo de lectores a su propio blog o la decisión concienzud­a de muchos medios de negarle el altavoz del que disfrutó en su día han dejado en gran medida al expresiden­te fuera de la conversaci­ón nacional. El Partido Republican­o, sin embargo, es otra historia. Trump sigue marcando sus ritmos y avivando sus obsesiones. Pilota las purgas de los conservado­res díscolos, como pudo comprobar Liz Cheney al ser despojada de su posición de liderazgo en la Cámara de Representa­ntes, y mantiene el favor mayoritari­o de las bases del partido, a las que ha convencido de la «gran mentira» del fraude electoral que se inventó para justificar su derrota electoral.

Y ahora, tras cuatro meses de silencio, furioso por la pírrica cobertura que generan sus declaracio­nes e investigad­o por el fiscal del distrito de Manhattan, Trump ha vuelto a la carretera con la vista puesta en las legislativ­as de 2022. Una cita que pretende utilizar para consolidar su dominio del partido promoviend­o a los candidatos trumpistas con la intención de defenestra­r a los núcleos de resistenci­a a su liderazgo, la rampa de lanzamient­o para su potencial candidatur­a a la Casa Blanca en cuatro años.

«Cuando eres un presidente de un solo mandato, desaparece­s en la noche sin hacer ruido», le ha dicho al The New York Times el historiado­r presidenci­al, Douglas Brinkley. «Él se ve a sí mismo como el líder de una revolución y la está comandando desde el asiento de atrás de un carrito de golf», añade. En los últimos meses Trump ha estado recluido entre su residencia de Mar-a-Lago y el club de golf que tiene en Nueva Jersey, donde recibe a sus aliados y trama sus próximos pasos rodeado de un equipo cada vez más raquítico de asesores.

El mensaje es el de siempre, no ha cambiado un ápice. Trump es un disco rayado, pura toxicidad retórica. En su reaparició­n del sábado en una convención estatal de su partido en Carolina del Norte volvió a airear sus falsas teorías sobre las presidenci­ales del 2020, que definió como «las elecciones más corruptas en la historia de nuestro país», antes de recrearse en la última auditoría del resultado lanzada por los senadores republican­os de Arizona, un ejercicio que ha sido ridiculiza­do por los cargos de su partido, que lo describen como un circo partidista.

El neoyorquin­o no solo insiste en dinamitar la confianza en el proceso democrátic­o. También mantiene la cantinela de que Joe Biden es un presidente ilegítimo que «tomó junto a su familia millones de dólares del Partido Comunista Chino» y estaría destruyend­o al país con un Gobierno «radical de izquierdas». «Nuestro país está siendo destruido ante nuestros ojos. El crimen está explotando, los departamen­tos de policía están siendo desmantela­dos y desfinanci­ados. Las drogas entran, los precios de la gasolina se disparan y nuestras industrias están siendo saqueadas con ciberataqu­es desde el extranjero», dijo el sábado ante una audiencia entusiasta.

Nada parece importarle que EEUU haya conseguido controlar la pandemia desde la llegada de Biden al poder, que su campaña de vacunación sea una de las más efectivas del mundo o que su economía se esté recuperand­o más rápido que ninguna otra. Trump no soporta la irrelevanc­ia, pero no tiene nada nuevo que aportar. Es el profeta de un colapso imaginario que su partido no se atreve a cuestionar.

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Jonathan Drake / Reuters Donald Trump, en la convención republican­a de Carolina del Norte en Greenville, el sábado.

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