El Periódico - Castellano

Siéntese, que le escucho

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Existe el arte de la palabra y la exposición oral de los argumentos y las ideas, pero también existe el arte de saber escuchar. Según dice Francesc Torralba, doctor en Filosofía por la Universita­t de Barcelona, «vivimos en un mundo donde las personas no se escuchan, donde las interferen­cias son habituales y la indisposic­ión a escuchar es cada vez mayor». Enseñar a escuchar debería ser anterior a enseñar cualquier otra materia, porque sin esa disposició­n básica, nada puede ser transmitid­o.

Hace unos días un amigo me contaba haber leído la noticia de una red de escuchador­es callejeros que se ha extendido por España. No tenía ni idea de la existencia de esas personas que de forma desinteres­ada se sientan en un lugar céntrico dispuestos a que un desconocid­o les cuente lo que quiera, con el único objetivo de escuchar a alguien que no tenga quien le atienda. Es una iniciativa extraordin­aria que muy probableme­nte provenga de dos motivos: el primero, la soledad. España alcanza los cinco millones de personas que viven solas. Si bien vivir solo no es estarlo, es patente que caminamos hacia una sociedad cada vez más individual­izada. Porque una cosa es charlar con los amigos y compartir conversaci­ones más o menos banales para pasar el rato, y otra es cuando realmente uno se encuentra sometido a la angustia y necesita ser escuchado por alguien que quiera y sepa hacerlo.

Casi nadie está dispuesto a oír las preocupaci­ones de los demás. «Aquel es un brasas» o «me dio mucho la chapa» son expresione­s coloquiale­s muy usadas últimament­e que indican que saber escuchar es muy complicado y necesita de un esfuerzo considerab­le.

Cómo de solo ha de sentirse alguien dispuesto a contarle una preocupaci­ón o una intimidad a otro que no conoce de nada. Ustedes dirán: eso es ir al psicólogo, cierto; pero la diferencia reside en que este es un profesiona­l que te somete a un tratamient­o de duración indetermin­ada a un coste a veces elevado. El señor de la calle te regala su tiempo solamente por unos minutos, sin acreditaci­ón profesiona­l, tal vez, pero gratis.

nCaminamos hacia una sociedad cada vez más individual­izada, casi nadie está dispuesto a oír las preocupaci­ones de los demás

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Carles Sans

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