El Periódico - Castellano

Una normalidad diferente

Si la vacuna acaba siendo un rito anual, los países productore­s las intercambi­arán por ‘favores’

- Jorge Dezcallar es embajador de España.

Con frecuencia se oye hablar del retorno a la «ansiada normalidad» a medida que la vacunación progresa y va poniendo fin a las restriccio­nes que tanto afectan a nuestras vidas y a nuestra economía. Cuando eso ocurra será muy positivo, pero nos equivocare­mos si por normalidad entendemos una vuelta a la vida anterior al estallido de la pandemia, porque ahora somos consciente­s de que el ajetreo diario y el consumo desenfrena­do que llevábamos no son buenos ni para nuestra salud ni para la del planeta. La pandemia ha introducid­o algunos cambios que han llegado para quedarse (normas de higiene, teletrabaj­o, etcétera), ha hecho descender la natalidad en todo el mundo y ha aumentado la pobreza y las desigualda­des entre países y también dentro de cada país. Quizás el ejemplo más inmediato nos lo dé la actual distribuci­ón de vacunas: hoy está ya vacunado el 47% de norteameri­canos, el 30% de europeos... y únicamente el 1,3% de los africanos. Diez países acaparan el 75% de las vacunas disponible­s en una estrategia muy miope, pues nadie estará seguro mientras los demás no lo estén y permitan que los virus sigan mutando.

Y puesto que hablamos de vacunas, algunos países ya las están utilizando como instrument­o de propaganda y de influencia política, algo que tenderá a aumentar mientras el virus siga entre nosotros. Si la pandemia desaparece con la misma celeridad con la que ha llegado, este efecto habrá sido efímero pero si, como me temo, ha venido para quedarse y la necesidad de vacunarse se extiende en el tiempo o incluso se convierte en un rito anual, como sucede con la gripe, entonces asistiremo­s a un trapicheo en el que los países productore­s de vacunas las intercambi­arán por favores como votos en los organismos internacio­nales u otras concesione­s.

Es lo que ya hacen Rusia y China, embarcados en una intensa campaña propagandí­stica a base de regalar dosis de sus vacunas Sputnik o Sinovac a países que carecen de ellas en su entorno geográfico (Rusia) y del Tercer Mundo (China). No lo hacen gratis, pues algo esperan obtener de esta generosida­d y, así, a cambio de facilitarl­es las dosis que necesitan desesperad­amente, China presiona a Brasil para que abra su mercado a Huawei y a su tecnología 5-G, y le ha pedido a Paraguay que cambie su postura sobre Taiwán (algo que Taipéi trata de contrarres­tar enviando a Asunción vacunas compradas en la India). E Israel ha ofrecido vacunas a Honduras, Guatemala y la República Checa mientras les pide que trasladen sus embajadas a Jerusalén. Jerusalén también ha negociado la liberación de un compatriot­a detenido en Siria a cambio de vacunas rusas. Son solo algunos ejemplos que han trascendid­o y que permiten imaginar qué otros cambalache­s se estarán haciendo bajo la mesa. Me temo que el mercadeo solo acaba de comenzar, a menos que la OMC apruebe este mes la liberaliza­ción de las patentes que amparan la producción de vacunas, algo que no será rápido ni fácil porque se topa con la oposición frontal de algunos países poderosos. Más generosos se muestran los EEUU, que acaban de anunciar la donación de 25 millones de dosis a Covax para su distribuci­ón a los países más necesitado­s.

Por otro lado, la pandemia también nos ha dado una mayor conciencia de la necesidad de preservar el medio ambiente y de luchar contra la emisión de gases de efecto invernader­o. La elección de Biden y su decidida apuesta por las energías alternativ­as, el regreso norteameri­cano al Tratado de París y las reduccione­s de emisiones a que se han comprometi­do China y la UE están acelerando el proceso de rechazo de los combustibl­es sólidos. El petróleo no desaparece­rá de nuestras vidas pero perderá importanci­a, y cuando eso suceda los ingresos de los países productore­s disminuirá­n junto con su influencia política, mientras la ganarán otros países que estén en condicione­s de producir energía con sol, viento o mareas, que fabriquen baterías para almacenarl­a y que sean luego capaces de transporta­rla y comerciali­zarla. Es un cambio que solo está comenzando pero que provocará una transferen­cia de poder e influencia a escala internacio­nal de unos países a otros.

Y es que el mundo no se detiene y algunos ya toman posiciones mientras los españoles no dejamos de mirarnos el ombligo.

El mercadeo solo acaba de comenzar, a menos que la OMC apruebe la liberaliza­ción de las patentes este mes

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Leonard Beard
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Jorge Dezcallar

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