Nuevas (viejas) herramientas
La Caixa d’Eines i Feines es una ‘biblioteca’ de herramientas de uso comunitario en la que alquilar, por un precio simbólico, desde un taladro hasta una cuna de viaje. Realizan talleres semanales en la plaza del Pou de la Figuera, uno de los espacios más cargados de significado del barrio.
La mesa está situada justo a la entrada, frente a la puerta de cristal y lo que algún día fue el escaparate de una lampistería y, más tarde, la recepción de un centro evangelista. Tras algún tiempo con las persianas bajadas, el discreto local las ha vuelto a subir convertido en la Caixa d’Eines i Feines. El letrero, hecho de forma artesanal, todavía no está colgado en la fachada, pero los carteles anunciando las primeras actividades pegados en los cristales no dejan lugar a dudas.
A través de sus vidrios y de su puerta abierta se ve la casita de madera de intercambio de libros de la plaza del Pou de la Figuera, L’Hortet del Forat, una palmera y niños jugando en la plaza de tierra, uno de los espacios más característicos y únicos del barrio, el distrito y la ciudad. «Si esta plaza es así es porque no la diseñó ningún urbanista, sino que la hicieron los vecinos», recuerda Daniel Pardo, la cara visible del proyecto que acaba de echar a andar siguiendo la estela de iniciativas similares en la ciudad, como la Biblioteca de les Coses de Sant Martí.
Origen de la iniciativa
La semilla de la Caixa d’Eines i Fei- nes (www.einesifeines.org) se sembró hace un lustro, cuando a un grupo de vecinos del Casc Antic se les metió en la cabeza la idea abrir una biblioteca de las cosas en el barrio, similar a las que funcionan en otras ciudades del mundo. Llegaron a registrar la asociación para crearla, pero, tras mirar un par de locales y comprobar sus prohibitivos precios, guardaron el proyecto en el cajón. Fue precisamente la noticia, a finales de 2019, de que en La Verneda se habían atrevido lo que les hizo retomar la idea y darle forma. Coincidió, además, con la convocatoria de las ayudas Impulsem el que fas, de Barcelona Activa, y su proyecto encajaba a la perfección en el apartado «aixequem persianes». «Fuimos unos pioneros del Pla d’Acció del Pou de la Figuera», añade Pardo, muy contento con las estanterías de madera que acaban de llegar. En ellas, dominan las herramientas de bricolaje –el catálogo de llaves inglesas haría las delicias de cualquier manitas– y de movilidad –sillas de ruedas, muletas y bastones–, pero no solo eso. Hay otros objetos inclasificables como un colchón inflable con una mancha y una cuna de viaje. Está calculado que la vida útil de un taladro es de 13 minutos. ¿Es eso sostenible? La respuesta, obviamente, es no, así que romper con ese hiperconsumismo y librar una interesante batalla a la obsolescencia programada son los objetivos de la entidad, que persigue cuidar el planeta mientras teje una red comunitaria, todo ello en la plaza del Pou de la Figuera o el Forat de la Vergonya, como la bautizaron sus vecinos en una intensa lucha vecinal en los primeros 2000.
Decir «en la plaza» no es una exageración. Evidentemente, los elementos a alquilar –a un precio casi simbólico– están en el interior del local, pero las actividades que este mismo organiza todas las semanas se realizan fuera. En la propia plaza. Como el taller de autorreparación de pequeños electrodomésticos celebrado este viernes, el primero de muchos. Para este junio hay también programados un taller de costura a cargo de las compañeras de La Negreta, en el vecino Gòtic, y otro de Linux, en el colaboración –la gracia aquí es hacer red– con Maker Convent.
El punto de partida de este tipo de iniciativas es que todos tenemos en casa muchas cosas que no usamos casi nunca, y hay gente que necesita cosas que no tiene y que es totalmente insostenible desde todos los puntos de vista comprar para un solo uso. Los organizadores empezaron haciendo un llamamiento para que la gente hiciera donaciones y empezar a crear el fondo. «Pero somos muy flexibles. Procuramos dialogar con la realidad», señala el impulsor. Es decir, a la tercera vez que entra alguien por la puerta pidiendo algo que no tienen, empiezan a mirar precios «o a pensar quién lo puede tener».
La comunidad del Forat
Hace muy pocos días que subieron la persiana, pero es evidente que el proyecto no nace de la nada y que la base comunitaria forma parte de su ADN. Son las once de la mañana de un miércoles y asoma por la puerta abierta una trabajadora de la Fundació Roure, cuya sede está a pocos metros. Se ha enterado de que abrían y le interesa mucho. A ellos les llegan cosas a la tienda que no tienen demasiada salida, explica, y quizá las podrían traer. Y seguro también que la persona que tienen de mantenimiento puede encontrar aquí las herramientas que necesita, añade la mujer, quien queda con Pardo en que volverá. No es la primera profesional vecina que se asoma para colaborar. El dramaturgo Roger Bernat, quien tiene su local allí delante, también se pasó por el local para ofrecerles material de sonido que él prácticamente no usa.
La iniciativa lidia con la obsolescencia programada y el hiperconsumismo a la vez que teje una red comunitaria