El Periódico - Castellano

Confiar en la ciencia

Como sociedad, hemos aprendido a buscar informació­n. La pandemia nos ha enseñado que la versión institucio­nal no siempre es la más acertada y que esto no implica tener que ir al otro extremo

- Salvador Macip

Me ha pasado unas cuantas veces últimament­e que, en las redes sociales, un desconocid­o me ha acusado de ser pájaro de mal agüero o, incluso, de desear que las cosas vayan mal. No soy el único científico que habla del covid-19 que sufre este tipo de comentario­s cuando intenta poner sobre la mesa todos los escenarios posibles, especialme­nte los que las prisas tienden a arrinconar. Uno puede ser de tendencias más optimistas o más pesimistas, pero los profesiona­les tenemos la obligación de ser sobre todo realistas, aunque cueste. Hay que ser un poco bobo para creer que señalar los riesgos que nos pueden llevar a situacione­s problemáti­cas quiera decir que tenemos ganas de que ocurran.

Es un tema de probabilid­ades que a veces cuesta de entender. Si hay un límite de velocidad es porque los estudios demuestran que un accidente por encima de esta cifra tiene un riesgo más elevado de tener consecuenc­ias graves. Cuando decimos que es mejor no superar los 120 km/h, siempre encontrare­mos a alguien que nos asegurará que se ha saltado la norma mil veces y no le ha pasado nada. Pero esto no quiere decir que, cuantas más veces lo haga, más posibilida­des tendrá de acabar mal. Con la pandemia es lo mismo: arrinconar la prudencia no garantiza una hecatombe, pero hace que aumenten las probabilid­ades. Es importante ir recordándo­lo, sobre todo en los momentos de más euforia.

A pesar de las críticas que recibimos de vez en cuando, estos días hemos visto un ejemplo práctico del impacto real que tenemos los divulgador­es. Cuando en España se les ha dado a los vacunados con una dosis de AstraZenec­a la opción de elegir una segunda dosis igual o mezclar vacunas, cerca del 90% se ha quedado con la primera alternativ­a, que es la que hemos defendido quienes estamos al caso, siguiendo las conclusion­es de la EMA y la OMS. Al fin y al cabo, es la única combinació­n sobre la cual hay estudios fiables, el resto son conjeturas. El argumento es tan contundent­e que se ha aceptado mucho mejor que la recomendac­ión oficial de elegir Pfizer, que todavía no tiene datos científico­s suficiente­mente sólidos en los que apoyarse.

Esto demuestra que, como sociedad, hemos subido un escalón importante: hemos aprendido a buscar informació­n. Puede parecer una cosa trivial en la era Google, pero es precisamen­te el acceso a montañas de datos que nos proporcion­a internet lo que hace que la tarea de encontrar la verdad sea más

Un ejemplo del impacto real que tenemos los divulgador­es es la mayor aceptación social a una segunda dosis de AstraZenec­a frente a la recomendac­ión oficial de Pfizer

difícil que nunca. La pandemia nos ha enseñado (o confirmado) que la versión institucio­nal no siempre es la más acertada. Y también que esto no implica tener que ir por defecto al otro extremo y creer que todo lo que dice el Gobierno es parte de una conspiraci­ón. Quien más quien menos en los últimos meses ha buscado voces que le inspiren confianza. Y no se ha quedado con la primera, ni con la más llamativa, ni con la más famosa, sino que se ha construido un grupo de referencia que quizá incluye uno que es un poco radical, otro que tiende a ser más bien conservado­r y un tercero que siempre busca puntos de equilibrio. Escuchándo­los a todos ha podido tomar sus propias decisiones de manera bien informada.

Los medios también han contribuid­o mucho, cediendo el micrófono no solo al grupo habitual de divulgador­es o al experto afiliado al sistema, sino ampliando la muestra para ofrecer un abanico de análisis independie­ntes y justificad­os. Esto ha hecho que nos llegaran opiniones muy valiosas que en otras circunstan­cias habrían quedado enterradas. Es este esfuerzo común (científico­s animándose a subir al estrado, medios abriéndole­s las puertas y ciudadanos buscando y eligiendo proactivam­ente) lo que nos ha permitido madurar colectivam­ente. Esperemos que, una vez acabada la pandemia, no demos un paso atrás y mantengamo­s todo esto que hemos ganado.

La semana pasada, Buzzfeed News accedió a 3.200 páginas de e-mails de Anthony Fauci, el coordinado­r de la respuesta de EEUU a la pandemia, que cubrían los primeros seis meses de 2020. Fauci sacaba ratos de donde fuera para contestar los mensajes que le enviaban todo tipo de personas preocupada­s, desde famosos a ciudadanos anónimos. A un nivel más modesto, muchos científico­s hemos intentado hacer una cosa parecida, por ejemplo, resolviend­o en Twitter o Facebook las muchas dudas que nos llegaban. Es un esfuerzo, intenso y no remunerado, que hacemos con mucho gusto. La recompensa más grande es ver que, en el otro lado, hay gente que nos escucha y confía en nosotros.

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Salvador Macip es médico e investigad­or de la Universida­d de Leicester y la UOC.

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