Toldrà, Ros-Marbà y el ‘Giravolt’
Con esta propuesta semiescenificada de El giravolt de maig (1928) de Eduard Toldrà, la única ópera escrita por el compositor, regresaba al podio su discípulo, Antoni Ros-Marbà, y lo hacía con 84 años; íntimo conocedor de la obra, el director de L’Hospitalet la ha dirigido, grabado y, además, firma la edición crítica de la partitura. Ante una OBC que no llegaba a los 40 efectivos aplicó su experiencia sobre una música llena de felices momentos que se pasea por la magia de un modernismo empapado de genio melódico. Ros Marbà acompañó a los cantantes con cuidado controlando la transparencia de los planos sonoros y consiguiendo un equilibrio envolvente.
Marc Rosich planteó una dirección de escena limpia, clara y más que nada útil, ya que las limitaciones que plantea el Palau para la ópera escenificada son más que conocidas; primaron los detalles y la coherencia en los movimientos de los personajes – sin vestuarios de época–, siempre con la orquesta a sus espaldas. También tuvo que luchar contra el poco teatral libreto de Carner, que se detiene en pequeñas situaciones que, en general, explican pulsiones íntimas de los personajes más que acciones concretas.
Elena Copons brilló como una Rosaura cómoda y segura, mientras que Gemma Coma-Alabert dibujaba una Jovita sobre todo elegante, debiendo sacar partido de un registro grave muy exigido; la partitura pide una contralto y la mezzo se llevó el rol a su terreno.
Roger Padullés dibujó un Golferic muy bien fraseado, cuya circunstancia vital –la de un seminarista de revoloteadas hormonas– supo trasladar a su canto con gran efectividad. Josep Miquel Ramón impuso un Perot de l’Armentera autoritario y sonoro, aunque de graves algo mermados. Lluís Vilamajó propuso un Marcó y un Pastor hechos a su medida, asumidos con un canto expansivo y una voz bien timbrada, mientras que Josep-Ramón Olivé volvía a demostrar su valía con un Corvetó impecable.