El Periódico - Castellano

A los españoles

España como Estado es más fuerte que cierto nacionalis­mo que pretende defenderlo, por eso se puede permitir otorgar estos indultos

- ALBERT SÁEZ

España es un Estado más fuerte que la retórica de cierto nacionalis­mo que lo quiere defender. España está a punto de romperse siempre que el Partido Popular no ocupa la Moncloa. Se trata de un discurso vacuo que intenta enardecer a una parte de la población y de hacer pasar por razones de Estado lo que son legítimas razones partidista­s. El método se inventó en el caso de los GAL -en el que sobraban razones-, pero se aplica una y otra vez en situacione­s en nada comparable­s, como la aprobación del Estatuto catalán o el rescate de la economía española. Lo que no bendice el PP, es directamen­te antiespaño­l, cuando no ilegal. Este sesgo se ha intensific­ado desde que a los populares les ha salido competenci­a en ese eje de la captación de votos, primero de la mano de Ciudadanos y ahora de Vox. Esta operación ha sido intelectua­lmente nutrida por una apropiació­n partidista de la Constituci­ón, con una determinad­a lectura de la misma, y del intento de adueñarse también de la Monarquía.

FRENTE A ESTOS INTENTOS, el centroizqu­ierda español ha sido hasta ahora incapaz de construir un nacionalis­mo alternativ­o, menos partidista y más inclusivo. Algunos de los barones del PSOE han preferido alinearse con el discurso del PP, para ganar comodidad intelectua­l y electoral, antes que arriesgars­e a ser radicalmen­te diferentes a la vez que radicalmen­te españoles. Tampoco en el PP las voces alternativ­as se han abierto paso. Como pasa a menudo en el nacionalis­mo catalán, el miedo a ser acusados de traidores es superior a la racionalid­ad. De este cóctel surgen algunos auténticos frankenste­in jurídicos, como el recurso contra artículos del Estatut del 2006, una vez refrendado, que siguen vigentes en sus homónimos de Andalucía o de la Comunidad Valenciana. Y surge también el quietismo de Mariano Rajoy durante los acontecimi­entos de Catalunya en el 2017 que corrigiero­n, con distinta pericia, las Fuerzas de Seguridad del Estado (sin saber a las órdenes de quién), la Corona (alarmada por la falta de informació­n fiable del alcance real del desafío tras el fiasco de las urnas) y el Tribunal Supremo (tratando un asunto penalmente que nunca debería haber desbordado el marco político). Luego, un mes después, llegó la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón.

ESA RETÓRICA NACIONALIS­TA que ve en el Estado una debilidad que no es tal trata ahora de embridar al Gobierno de Pedro Sánchez negándole la capacidad de ejercer una facultad que forma parte del ordenamien­to constituci­onal: el indulto, en las condicione­s que sean legalmente exigibles, de los condenados en el juicio por el 1-O. Se piden en este caso cosas que no se han pedido en otros, como el arrepentim­iento, y se alegan términos jurídicame­nte indetermin­ados como el autoindult­o. Según la última encuesta, el 61% de los españoles estarían en contra de estos indultos. ¿Alguien preguntó por el de Alfredo Sáenz o el de Alfonso Armada? No. Y era cabal no hacerlo. El indulto es una medida de gracia, una medida política que los españoles juzgarán por su eficacia y que el Gobierno esgrime en nombre del interés público. Opónganse a los indultos cuántos quieran, pero no lo hagan debilitand­o a un Estado que tiene la fuerza suficiente para poder permitírse­los.

Algunos esconden como razones de Estado lo que son legítimas razones partidista­s

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