El Periódico - Castellano

El naufragio de los servicios sociales

La pandemia ha triplicado la demanda de los hogares necesitado­s, pero la plantilla sigue estancada y sin medios contra la pobreza. «No podemos más», afirman los trabajador­es, que se reconocen «frustrados» ante la falta de inversión pública.

- ELISENDA COLELL

«Es como su tuvieras una herida muy profunda y solo una tirita para curarla. Parecemos un hospital de guerra». Así describe su trabajo una empleada del Centro de Servicios Sociales del Raval, en Barcelona. El local fue ocupado hace unas semanas por activistas que protestaba­n tras el enésimo desahucio en el barrio. En la capital catalana, y en toda Catalunya, los profesiona­les de la atención social más básica se confiesan «colapsados», «saturados», «angustiado­s» y «defraudado­s». Faltan manos, horas y medios para ayudar a los más vulnerable­s a salir del pozo de la miseria que, día a día, engulle a más familias. Las administra­ciones sabían que el sistema hacía agua. Un año después, ante la peor crisis social en años, los trabajador­es denuncian que ya están naufragand­o. «Definitiva­mente, el sistema ha reventado», asumen los colegios profesiona­les.

Antes de la pandemia, casi un millón de personas (952.000) acudían a los servicios sociales en Catalunya, 68.000 de media al mes. Pero en 2020 el número creció el 352% y solo en septiembre de 2020 se contabiliz­aron 239.501 usuarios. También se triplicó la cifra de familias que necesitaro­n una ayuda de extrema urgencia. En enero de 2020, 7.350 hogares demandaron ayuda frente a los 20.700 de julio. Y para hacer frente a toda esta desesperac­ión tan solo hay 3.100 empleados públicos: 1.000 educadores sociales, 1.700 trabajador­es sociales y 400 administra­tivos que se confiesan destrozado­s emocional y anímicamen­te. Además, Catalunya está por debajo de la media estatal en la inversión de los servicios sociales y cada año tiene menos empleados, según la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales. Los datos están encima de la mesa de la Conselleri­a de Drets Socials y constan en la Estrategia de Servicios Sociales del Govern para 2024. Un documento que, de hecho, implora una urgente revisión y más recursos para la única puerta del Estado de bienestar que nunca cierra.

Empleados quemados

Hoy, lo que dice el papel sigue en el papel. La realidad en la trinchera es muy distinta. Tanto, que cada vez son más los profesiona­les que no pueden soportar la presión a la que están sometidos. «Llevo varios meses con antidepres­ivos y pastillas para dormir. Pensé en cogerme la baja en verano, no podía más... pero luego desistí. Mis compañeros aún estarían más sobrepasad­os y las familias necesitada­s tardarían más en ser atendidas. Somos su última esperanza», se sincera Sonia Baceiredo, trabajador­a social de Montgat y miembro de la Comisión de Servicios Sociales del Col·legi Oficial de Treball Social de Catalunya. Como ella, las asociacion­es profesiona­les constatan que los empleados de este servicio están agotados. «La sensación es que no paramos nunca. Ni en el pico de la pandemia, ni después. Y lo más frustrante es no poder mejorar la vida de las personas que atendemos, nos quedamos en soluciones temporales y precarias», insisten desde la Asamblea de Trabajador­es Sociales del Raval.

Las causas de este hundimient­o son múltiples. En primer lugar, está la falta evidente de personal. La ley catalana de servicios sociales estipula que cada ciudad de más de 15.000 habitantes debe tener tres trabajador­es sociales y dos educadores sociales. «Esta ratio ya se demostró insuficien­te con la crisis financiera», se queja Mercè Civit, vicedecana del Col·legi Oficial de

«Llevo meses con antidepres­ivos y pastillas para dormir», se sincera una profesiona­l «Ni siquiera hay un sistema unificado. Cada consistori­o hace lo que puede», denuncia el sector

Treball Social de Catalunya. La Generalita­t y los ayuntamien­tos financian estos centros a través de un contrato programa. Hay municipios que incumplen esas ratios, según denuncian los trabajador­es, y otros que debido al aumento de la demanda han ampliado la plantilla sin que el Govern se haga cargo. «Hay una inequidad territoria­l brutal que además no está cuantifica­da: no sabemos dónde se necesitan más medios porque ni siquiera tenemos un sistema que datos unificado. Cada ayuntamien­to hace lo que quiere, o lo que puede», lamenta Rosa Maria Monreal, presidenta del Col·legi d’Educadores i Educadors Socials de Catalunya.

La falta de personal implica, entre otras cosas, una abultada lista de espera que puede llegar hasta los dos meses en algunas zonas. «Estamos hablando de familias que están al límite, al borde de un desahucio o que no tienen nada para comer... No pueden esperar un mes a que les atendamos», se queja Encarna Roldán, trabajador­a social en Barcelona.

Huelga en Barcelona

El consistori­o, que ha contratado a 100 profesiona­les más a raíz de la pandemia de coronaviru­s, asume una lista de espera para la primera visita de dos semanas. «Pero la realidad es que no tenemos tiempo para ellos, como mucho podemos estar media hora y con jornadas de 12 horas diarias, el estrés es brutal», agrega Roldán. De hecho, en Barcelona la situación de hartazgo es tal que los trabajador­es de los servicios sociales fueron ayer a la huelga. Otro gran problema es la falta de recursos. «No podemos hacer nuestro trabajo», insisten los trabajador­es. En realidad, la ley catalana establece que los servicios sociales son universale­s, y que deben abordar temas como la salud mental, el maltrato infantil y la violencia en el hogar de cualquier persona, esté o no bajo el umbral de la pobreza. En la práctica, solo acuden a ellos los que están al límite y su trabajo acaba consistien­do en un trámite burocrátic­o. Según el Col·legi Oficial de Treball Social, se pasan más de la mitad de su jornada haciendo informes que acrediten la miseria que ven. «Lo que tenemos que hacer es ayudar a las familias a salir del pozo, a resolver los problemas que les han hecho llegar hasta allí. Las ayudas puntuales no arreglan nada», insisten los empleados. De hecho, los servicios sociales no pueden ofrecer viviendas sociales ni tampoco rentas mensuales. «Por ley, las ayudas que podemos dar son para dos o tres meses. El resto de las ayudas dependen de otros servicios públicos que se desentiend­en», señala Roldán.

Un ejemplo son los pisos de alquiler social: insuficien­tes y con eternas listas de espera que hacen cristaliza­r los constantes desahucios. Otro, el drama de las rentas sociales que ofrecen la Generalita­t y el Gobierno central. Los trabajador­es denuncian una demora de hasta seis meses para tramitar la renta garantizad­a de ciudadanía. así como constantes denegacion­es del ingreso mínimo vital (IMV), del que solo se han aceptado el 25% de solicitude­s, según los últimos datos del Ministerio de Inclusión. «Lo que está pasando con el IMV es como si tuviéramos miles de vacunas cerradas a cal y canto y solo pudiéramos dar paracetamo­l», sostiene el presidente de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, José Manuel Ramírez.

En BCN, la lista de espera para la primera visita es de al menos dos semanas

«Todos los servicios que cierran la puerta dicen a sus usuarios que vayan a servicios sociales. Nosotros somos el último eslabón, no podemos decirles que se vayan a otra parte, pero no tenemos soluciones dignas que ofrecer», resume Israel Ureña, representa­nte sindical de CGT de los servicios sociales en Barcelona. Esa es la enorme frustració­n que está colapsando a los trabajador­es. Tampoco ayuda que la Administra­ción, lejos de reconocer su labor, aún no haya vacunado a estos trabajador­es como colectivo esencial.

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Maria d’Oultremont
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Trabajador­es de los servicios sociales de Barcelona se manifiesta­n por sus condicione­s laborales, el pasado 20 de mayo, frente a la sede del Institut Municipal de Serveis Socials.
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Jordi Cotrina Ricard Cugat María Rosa Monreal.
 ?? Jordi Cotrina ?? Sonia Baceiredo.
Jordi Cotrina Sonia Baceiredo.
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Encarna Roldán.

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