El Periódico - Castellano

La Barcelonet­a, guía personal

Antonio Iturbe se pasea por el barrio de pescadores, escenario de su última novela, ‘La playa infinita’, un ejercicio de nostalgia crítica que enfrenta el pasado popular de la zona con el presente de gentrifica­ción y un turismo a la espera de poder volver

- ELENA HEVIA

La cita con Antonio Iturbe es en la plaza de La Barcelonet­a, tranquila en esta tarde todavía falta de turistas, aunque alguno rompa el silencio arrastrand­o maletas. El escritor, periodista y director de la revista digital Librújula ha escrito nueva novela, La playa infinita (Seix Barral), la más personal tras ese éxito abrumador que supuso La biblioteca­ria de Auschwitz, novela traducida a 30 idiomas y el premio Biblioteca Breve. Esta narración de un chico de barrio, que se hizo científico de renombre y regresó a casa para comprobar cuánto había cambiado aquel paisaje, está atravesada por la propia experienci­a del autor, hijo de emigrantes que llegaron en los 60 al barrio marinero de los pisos minúsculos y la ropa tendida al estilo napolitano. De cómo aquel lugar fue atravesand­o el fin del franquismo, la llegada de la progresía ilustrada y con nuevas ideas, la transición y «los coches anunciando el Estatut por megafonía».

Detrás de las transforma­ciones radicales que los Juegos Olímpicos y la gentrifica­ción trajeron a la zona, Iturbe contempla el pasado: se ve a sí mismo de niño en esta misma plaza jugando a la pelota. Y paseando después por las calles adyacentes recrea en la conversaci­ón una Barcelonet­a que ya solo existe como el fantasma duplicado y descolorid­o de la actual. «Yo estoy en ese momento en que nos damos cuenta de que el futuro no es tan extraordin­ario como creías y en cambio en el pasado hay cosas que brillan y te sientes atraído por ellas». El paseo por la zona le lleva a selecciona­r cinco lugares barcelonet­enses. Son enclaves de una ruta literaria y nada turística que puede seguirle a través de su novela.

La fraternida­d

Este edificio en la calle Santa Clara de elegantes aires vieneses, hoy biblioteca pública, se levantó sobre una antigua fábrica de galletas de barco, el incomible pan de los marineros. Durante años fue la sede de una cooperativ­a obrera. «En la época de la novela albergó una escuela de judo a la que fui y el bar de una asociación excursioni­sta». La Barcelonet­a siempre ha sido cuna de un fuerte asociacion­ismo que en los últimos años ha cargado muy críticamen­te contra el turismo indiscrimi­nado. «En la novela el protagonis­ta se pasea por la calle de la Maquinista y ve como la librería del barrio de toda la vida, La Garba, ha vuelto a abrir después de unos meses de estar cerrada gracias al trabajo de la asociación ABA que vela por el bienestar de los vecinos».

Les Ocasions

Es una de las pocas tiendas de la infancia de Iturbe que se mantiene, con su nombre de entonces, Las Ocasiones, vertido al catalán. En los escaparate­s de esta corsetería al viejo estilo en la calle Sant Carles con ropa interior refractari­a al glamur, el autor ha querido ver una metáfora del barrio. Ocasión era una palabra clave en el consumo de mi niñez. Pero también supone algo así como un golpe de suerte que lo mismo te puede ofrecer una oferta como una nueva oportunida­d».

La plaza del Mercat

En ese espacio hoy diáfano se encontraba el colegio público, «un edificio feote de estética franquista» donde estudió el autor: «Todo eso desapareci­ó pero sigue habiendo dos locales caracterís­ticos la Cova Fumada, donde todavía guisa la mestressa recetas de toda la vida y La Electricid­ad, con su mesas de mármol y un barman con mucho desparpajo, muy del barrio».

El Jai-Ca

El emblemátic­o bar de la calle Ginebra era uno de los favoritos del añorado Paco Camarasa: «el bar tenía un rinconcito con los parroquian­os de toda la vida donde las consumicio­nes se cobraban a un euro». También fue un lugar de tertulia y así aparece en la novela. «En esas reuniones he situado a Vicens Forner, el autor de Crónicas de l’Òstia, imprescind­ibles para comprender la zona. Forner es uno de esos vecinos que han acabado sintiéndos­e a disgusto con ese barrio que tanto ha querido, especialme­nte con el aumento de la delincuenc­ia y el regreso de la heroína».

La playa

Entonces y ahora –cuenta- se encuentra frente al mar el restaurant­e Salamanca que se ha ido expandiend­o en los últimos años. Muy cerca, en el suelo, hay una placa que recuerda que allí estuvo la Escola del Mar bombardead­a por la aviación italiana durante la guerra. Delimitada por la playa por un lado y por el puerto, por otra, habrá quien diga que La Barcelonet­a se benefició de la cacareada apertura al mar que trajo la Barcelona olímpica: «Al final ha resultado que todo ha culminado en una facha marítima que ha vallado el puerto para vendérselo a los supermillo­narios, ha construir un centro hortera y ahora en declive como el Maremagnum y un centro negocios ¿Y todo para qué? Para volverlo a llenar de cemento».

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Ricard Cugat Antonio Iturbe, en la fuente de la plaza de la Barcelonet­a.

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