Orientar mejor los futuros laborales
La decisión de qué estudiar ahora se ve sometida a una mayor incertidumbre. Los jóvenes necesitan información
Miles de jóvenes se presentan estos días a las pruebas de acceso a la universidad. Quienes ya hace algunos años que pasamos por esa experiencia la recordamos como una mezcla de sensaciones: nerviosismo, alegría, miedo, realización o incertidumbre. Muchos tienen claro qué carrera quieren cursar, a la espera de saber finalmente si podrán o no hacerlo; algunos incluso tendrán una idea de a qué les gustaría dedicarse una vez terminen sus estudios; otros, por el contrario, albergan dudas, no solo sobre lo segundo, sino, incluso, sobre lo primero.
Y es que en un contexto como el actual, cuando se ha vuelto a constatar que los jóvenes son los más afectados por la destrucción de empleo, inmersos en una revolución tecnológica que hace que las habilidades y las competencias cambien de manera más rápida que antes, y en un mundo en el que se ha difuminado la conexión entre estudios y profesiones, la decisión de qué estudiar se ve sometida, si cabe, a mayor incertidumbre.
Según los últimos datos, casi el 22% de los alumnos de grado abandona sus estudios el primer año: de ellos, un 9% cambia de carrera; el resto se marcha del sistema universitario. Los motivos de este abandono son diversos, pero sin duda una mala orientación a la hora de elegir los estudios se encuentra entre ellos.
La orientación académica y profesional es un instrumento clave a la hora de guiar las decisiones de formación. Sin embargo, pese a que existen experiencias exitosas tanto en el sector público como en el privado (mediante páginas web, directorios con información sobre grados, sus salidas profesionales y dónde cursarlos, o cuestionarios y otras herramientas), una elevada proporción de jóvenes no tiene claro qué estudiar, no ha recibido orientación o tiene una percepción negativa de ésta. Mejorar la orientación dentro y fuera del sistema educativo, por ejemplo, a través de la colaboración con los servicios de empleo y desde el sector privado, es clave para que los jóvenes dispongan de una correcta información a la hora de tomar una decisión tan importante.
En cualquier caso, el valor de una adecuada orientación no se agota en las etapas previas a la universidad. A lo largo de la carrera se adquieren una serie de conocimientos teóricos y prácticos necesarios para desempeñar una profesión de manera adecuada. Sin embargo, la formación a lo largo de toda la vida comienza ya en la propia universidad: ciertas habilidades transversales (de idiomas, digitales o de análisis de datos, investigadoras o de oratoria), o específicas pero complementarias, se suman cada vez más a los conocimientos generalistas de manera autónoma o guiada. Por otro lado, existen una serie de competencias (autonomía, capacidad de adaptación, trabajo en equipo, habilidades de comunicación, motivación o gestión del tiempo) que son necesarias para tener un desarrollo profesional adecuado a las necesidades del mercado de trabajo.
De hecho, algunas de estas competencias y habilidades solo se ponen en práctica con una primera experiencia profesional: por ello, son bienvenidas iniciativas como los
programas de empleo joven que se prevén poner en marcha en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia y del nuevo plan de choque contra el desempleo juvenil. Los programas de primera experiencia profesional o de contratación de investigadores y tecnólogos son iniciativas necesarias, pero no suficientes: deben implementarse medidas de oportunidades de empleo para personas jóvenes, de mejora de su inserción laboral y de incentivo a su contratación estable.
Recibir una oportunidad laboral tras acabar la educación no solo contribuye a romper el círculo vicioso de la falta de experiencia; también permite no desaprovechar el conocimiento y el capital humano adquirido a lo largo de años de estudio. Recordemos además que el efecto de la precariedad al entrar al mercado laboral deja una cicatriz en las vidas laborales, afectando a los ingresos y a la calidad del empleo no solo en el corto y en el medio, sino también en el largo plazo. Por ello, para cerrar las brechas de oportunidades actuales y prevenir las futuras, cualquier medida de estímulo estará incompleta si no se vuelca sobre un mercado laboral distinto: no segmentado, flexible, pero seguro y centrado en la adquisición de capital humano.
Mirando más allá, al inicio del camino, no podemos olvidar que este se trunca demasiado pronto para muchos jóvenes: más de medio millón de personas no han completado la segunda etapa de secundaria ni siguen ningún tipo de formación. Aunque la tasa de abandono educativo temprano sigue disminuyendo, luchar contra el abandono escolar debe seguir siendo una de las prioridades de la política educativa.
El 22% de los universitarios abandonan sus estudios en el primer año
La precariedad al empezar a trabajar deja una ‘cicatriz’ en las vidas laborales