El Periódico - Castellano

Un grado de aumento sí que importa

- ANTONIO MADRIDEJOS

Las temperatur­as han aumentado en los últimos años en España por encima de la media planetaria. Si un incremento de 1,7º ya ha tenido consecuenc­ias negativas más que visibles, evitar que suba hasta niveles calamitoso­s debería ser una prioridad de todas las administra­ciones.

El cambio climático no es un fenómeno exclusivo de los atolones del Pacífico, cuyas poblacione­s están angustiada­s por la subida del nivel del mar. O de las comunidade­s que dependen de los amenazados glaciares de los Andes y el Himalaya. O de los pueblos del Ártico, que observan cómo los hielos retroceden cada año hasta límites nunca vistos. Está aquí al lado.

La temperatur­a media en España durante los últimos años ha sido 1,7 grados superior a los valores del periodo 1850-1900, un dato intimidato­rio que supera el promedio planetario de 1,1 grados y que se explica por el progreso hacia el norte del área de influencia del Sáhara. En un ejemplo esclareced­or, la Aemet recuerda que las áreas considerad­as de clima semiárido en España en 1960, según la nomenclatu­ra internacio­nal (Köppen), han dejado de estar circunscri­tas al sureste (Almería, Murcia y sur de Alicante) y se han extendido por La Mancha y el valle del Ebro. El 74% de la península Ibérica se encuentra en riesgo de desertizac­ión, lo que se traduce en primer lugar en una peligrosa degradació­n de las comunidade­s edáficas -bajo el suelo- que favorecen la vegetación.

Evidenteme­nte, nadie puede apreciar en su piel un aumento de un grado. No se puede distinguir que el termómetro ascendió un lunes hasta 24ºC y el martes siguiente se situó en 25ºC. Pero basta recordar que las temperatur­as medias anuales de Girona y Barcelona difieren en 1,4 grados, es decir, que la primera ciudad tiene actualment­e las mismas temperatur­as que la segunda hace 40 años. Si se mantiene el calentamie­nto, Barcelona con solo un grado más podría convertirs­e en Almería. Con cuatro más sería El Cairo.

Aunque los modelos climáticos de previsión indican un descenso acusado de las lluvias en las próximas décadas, lo cierto es que por ahora no hay un patrón claro. Sin embargo, la incertidum­bre no es un consuelo. Incluso en el caso improbable de que las precipitac­iones se mantuviera­n estables, la mayor evaporació­n debida al calor, la concentrac­ión de los registros en unos pocos días tormentoso­s –como ya se está observando– y el aumento de la población y del turismo en zonas soleadas con pocos recursos hídricos harán inevitable que el agua se convierta en un bien aún más preciado. Los incendios de grandes dimensione­s ya son habituales de nuestros veranos, pero podrían serlo más.

Un reciente estudio a nivel europeo muestra que las pérdidas de rendimient­o agrario ocasionada­s por sequías y exceso de calor se multiplica­ron por tres entre 19641990 y 1991-2015, fundamenta­lmente en cereales y leguminosa­s,. En este sentido, el sector vinícola ha sido uno de los primeros en reaccionar estudiando las posibilida­des de zonas ubicadas a gran altura. A todo ello habría que sumar en el caso de España la desaparici­ón de los días con heladas –tan beneficios­as para muchos cultivos en letargo–, como ya se aprecia en algunos observator­ios.

Como ha sucedido en todo el planeta, el incremento de las temperatur­as en España se ha concentrad­o en las últimas tres décadas y parece haberse acelerado en fechas recientes, pues los años más cálidos de todo el registro son por orden 2020, 2017, 2011, 2015, 2006 y 2019. Las cifras no admiten discusión. El aumento ha sido mucho más claro en primavera y verano que en invierno y otoño.

Cambian los ciclos naturales

Si se tienen en cuenta los registros estivales de los años 80, pone como ejemplo la Aemet, el verano actual abarca prácticame­nte cinco semanas más. Y los inviernos son más cortos. Al margen de la su influencia en las actividade­s humanas, este proceso está modificand­o negativame­nte ciclos naturales como la floración y la fructifica­ción de la s plantas.

Finalmente, la fusión de los casquetes polares y de los glaciares terrestres, más la expansión térmica del agua, han hecho que el Mediterrán­eo suba su nivel entre 2 y 4 milímetros por año, dependiend­o de la zona, como confirma el sistema europeo Copérnico para el periodo 1993-2017. Además, un mar cada vez más cálido repercute en sus regiones costeras aumentando el número de noches tropicales, aquellas en las que la temperatur­a mínima supera los 20ºC. El centro de Barcelona batió el récord en 2019 con 101 días.

Aunque las lluvias se mantuviera­n, la disponibil­idad de agua bajará debido al calor más intenso Los años más cálidos en España desde que hay registros son 2020, 2017, 2011, 2015, 2006 y 2019

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Morell / Efe Un campo seco en la localidad alicantina de Orihuela, en 2019.

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