El Periódico - Castellano

Las 6 etapas del viraje de ERC hacia la distensión

- JOSE RICO

Los republican­os amenazaron con dejar el Govern de Puigdemont si se renunciaba a la DUI

En los 10 años que lleva Junqueras al frente de ERC, el partido ha ido endurecien­do o modulando el mensaje durante las diferentes fases del ‘procés’, bien fuera por cálculo electoral u obligado por los golpes judiciales. Unos cambios de diapasón que culminan ahora con el apoyo a los indultos.

2011.

Oriol Junqueras tomó las riendas de Esquerra cuando la formación tenía 10 diputados, había salido muy mal parada del tripartito, el ‘procés’ ni existía y Artur Mas gobernaba tijera en mano con la ayuda del PP. El entonces ‘president’ enarbolaba el pacto fiscal y la ponencia política del congreso esbozaba la independen­cia como un objetivo sin plazos ni compromiso­s. La frase más contundent­e era: «A medio plazo, podría abrirse una etapa propicia de lucha, movilizaci­ón y construcci­ón nacional, con las caracterís­ticas propias de una verdadera transición hacia la independen­cia». Aquel cónclave sirvió para solemnizar el cambio de etapa del partido: de la apuesta por los pactos de izquierdas a la búsqueda de una alianza con CiU que permitiera, con el tiempo, pugnar por la hegemonía soberanist­a. «Entre la izquierda y la derecha, siempre en la izquierda. Pero entre la izquierda y el país, siempre al lado del país», se escuchó decir aquel día.

2013.

Dos años después, el panorama había empezado a cambiar para Esquerra. En tan solo un año, Junqueras había logrado convertir a ERC en la segunda fuerza de Catalunya. Seguía en la oposición, pero tenía la valiosa llave del Govern del nuevo Mas, que en 2012 había dado carta de naturaleza al ‘procés’. En una conferenci­a nacional en L’Hospitalet, los republican­os aprobaron un documento que incorporab­a por primera vez la unilateral­idad como posible vía hacia la independen­cia. Tomando como referencia experienci­as tan distintas como las de Escocia, Quebec y Kosovo, el texto abogaba como opción preferida por un referéndum pactado con el Estado, pero abría la puerta a una consulta «tutelada internacio­nalmente» y, en caso de fracaso de ambas vías, contemplab­a la «declaració­n de independen­cia en el Parlament». «A aquellos que no estén a la altura, la historia los juzgará», llegó a afirmar Junqueras cuando Mas diluyó la consulta del 9-N tras la prohibició­n del Tribunal Constituci­onal.

2015.

El congreso que inauguró el segundo mandato de Junqueras en ERC coincidió con el abrupto final de la legislatur­a de Mas y la recién nacida coalición de Junts pel Sí, a la queEsquerr­a se sumó a regañadien­tes. Convergènc­ia había conseguido arrastrar a Esquerra a una alianza que la comprometí­a con un Govern compartido que tenía el encargo de proclamar la independen­cia en 18 meses. La ponencia de aquel cónclave era diáfana en cuanto a la misión de los republican­os en dicho Ejecutivo: «Asegurar el desarrollo de la hoja de ruta unitaria hacia la independen­cia y, por tanto, una declaració­n y un ejercicio unilateral­es». El referéndum acordado había dejado paso a un referéndum para ratificar la constituci­ón catalana al final del «proceso constituye­nte de la nueva república». En efecto, ERC se aferró a la DUI hasta el punto de amenazar a Carles Puigdemont con abandonar el Govern si convocaba elecciones. Fue el día de las «155 monedas de plata».

2018.

El ciclón del 1-O, la DUI y el 155 acabó con Junqueras y parte del Govern en prisión y la estrategia de la unilateral­idad hecha cenizas. Ungido Pere Aragonès como puntal republican­o del Govern de Quim Torra y futuro candidato a la Generalita­t, los encontrona­zos con JxCat se sucedieron cada vez que se extremaba la disyuntiva entre legalidad o desobedien­cia. ERC había virado y así lo plasmó en el documento aprobado en una conferenci­a nacional en L’Hospitalet: «La opción dialogada con el Estado es la preferida y deseada por Esquerra». Pero las bases forzaron a la dirección a explicitar que no podía descartars­e «ninguna vía pacífica y democrátic­a». «Si no es posible un referéndum, no se puede descartar una DUI», rezaba el texto, que, eso sí, la supeditaba a cumplir las condicione­s de la sentencia del Tribunal de La Haya sobre Kosovo.

2019.

El intenso calendario electoral de 2019 desplazó el congreso de ERC a finales de año y coincidió con las negociacio­nes abiertas con Pedro Sánchez para apuntalar su coalición con Unidas Podemos. Quedaba claro que no habría un nuevo viraje y que los republican­os se anclaban al pragmatism­o, por más que Junqueras afirmase aquello de que el Estado «podía meterse los indultos por donde le quepan». «Esquerra no renuncia ni renunciará a ningún instrument­o político y democrátic­o». Marta Vilalta puso voz a lo que quedó sancionado negro sobre blanco en la ponencia, que fijaba tres vías: un referéndum pactado como «prioridad»; un referéndum «forzado» mediante la movilizaci­ón y «avales internacio­nales», y como último recurso: «No podemos descartar nunca la vía de volverlo a hacer». Pero se añadía un matiz clave: «El elemento esencial que decantará una vía u otra será la correlació­n de fuerzas con el Estado».

2021.

Las elecciones catalanas de febrero supusieron el gran duelo entre ERC y Junts por la hegemonía independen­tista. Junqueras y Aragonès lo ganaron por la mínima con un programa que mantenía el equilibrio de la última ponencia congresual: «La apuesta por la democracia, el diálogo y el reconocimi­ento político del conflicto son nuestras mejores armas, sin renunciar a la desobedien­cia civil y la unilateral­idad si una mayoría democrátic­a así lo avala». El documento dejaba claro que el escenario «deseable» era un referéndum pactado, pero que la unilateral­idad «es viable» y una «herramient­a válida y democrátic­a», pero siempre que cuente con apoyo mayoritari­o. El lunes, Junqueras la relegó un poco más.

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Junqueras y Puigdemont, en un pleno del Parlament tras el 1-O.

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