Las 6 etapas del viraje de ERC hacia la distensión
Los republicanos amenazaron con dejar el Govern de Puigdemont si se renunciaba a la DUI
En los 10 años que lleva Junqueras al frente de ERC, el partido ha ido endureciendo o modulando el mensaje durante las diferentes fases del ‘procés’, bien fuera por cálculo electoral u obligado por los golpes judiciales. Unos cambios de diapasón que culminan ahora con el apoyo a los indultos.
2011.
Oriol Junqueras tomó las riendas de Esquerra cuando la formación tenía 10 diputados, había salido muy mal parada del tripartito, el ‘procés’ ni existía y Artur Mas gobernaba tijera en mano con la ayuda del PP. El entonces ‘president’ enarbolaba el pacto fiscal y la ponencia política del congreso esbozaba la independencia como un objetivo sin plazos ni compromisos. La frase más contundente era: «A medio plazo, podría abrirse una etapa propicia de lucha, movilización y construcción nacional, con las características propias de una verdadera transición hacia la independencia». Aquel cónclave sirvió para solemnizar el cambio de etapa del partido: de la apuesta por los pactos de izquierdas a la búsqueda de una alianza con CiU que permitiera, con el tiempo, pugnar por la hegemonía soberanista. «Entre la izquierda y la derecha, siempre en la izquierda. Pero entre la izquierda y el país, siempre al lado del país», se escuchó decir aquel día.
2013.
Dos años después, el panorama había empezado a cambiar para Esquerra. En tan solo un año, Junqueras había logrado convertir a ERC en la segunda fuerza de Catalunya. Seguía en la oposición, pero tenía la valiosa llave del Govern del nuevo Mas, que en 2012 había dado carta de naturaleza al ‘procés’. En una conferencia nacional en L’Hospitalet, los republicanos aprobaron un documento que incorporaba por primera vez la unilateralidad como posible vía hacia la independencia. Tomando como referencia experiencias tan distintas como las de Escocia, Quebec y Kosovo, el texto abogaba como opción preferida por un referéndum pactado con el Estado, pero abría la puerta a una consulta «tutelada internacionalmente» y, en caso de fracaso de ambas vías, contemplaba la «declaración de independencia en el Parlament». «A aquellos que no estén a la altura, la historia los juzgará», llegó a afirmar Junqueras cuando Mas diluyó la consulta del 9-N tras la prohibición del Tribunal Constitucional.
2015.
El congreso que inauguró el segundo mandato de Junqueras en ERC coincidió con el abrupto final de la legislatura de Mas y la recién nacida coalición de Junts pel Sí, a la queEsquerra se sumó a regañadientes. Convergència había conseguido arrastrar a Esquerra a una alianza que la comprometía con un Govern compartido que tenía el encargo de proclamar la independencia en 18 meses. La ponencia de aquel cónclave era diáfana en cuanto a la misión de los republicanos en dicho Ejecutivo: «Asegurar el desarrollo de la hoja de ruta unitaria hacia la independencia y, por tanto, una declaración y un ejercicio unilaterales». El referéndum acordado había dejado paso a un referéndum para ratificar la constitución catalana al final del «proceso constituyente de la nueva república». En efecto, ERC se aferró a la DUI hasta el punto de amenazar a Carles Puigdemont con abandonar el Govern si convocaba elecciones. Fue el día de las «155 monedas de plata».
2018.
El ciclón del 1-O, la DUI y el 155 acabó con Junqueras y parte del Govern en prisión y la estrategia de la unilateralidad hecha cenizas. Ungido Pere Aragonès como puntal republicano del Govern de Quim Torra y futuro candidato a la Generalitat, los encontronazos con JxCat se sucedieron cada vez que se extremaba la disyuntiva entre legalidad o desobediencia. ERC había virado y así lo plasmó en el documento aprobado en una conferencia nacional en L’Hospitalet: «La opción dialogada con el Estado es la preferida y deseada por Esquerra». Pero las bases forzaron a la dirección a explicitar que no podía descartarse «ninguna vía pacífica y democrática». «Si no es posible un referéndum, no se puede descartar una DUI», rezaba el texto, que, eso sí, la supeditaba a cumplir las condiciones de la sentencia del Tribunal de La Haya sobre Kosovo.
2019.
El intenso calendario electoral de 2019 desplazó el congreso de ERC a finales de año y coincidió con las negociaciones abiertas con Pedro Sánchez para apuntalar su coalición con Unidas Podemos. Quedaba claro que no habría un nuevo viraje y que los republicanos se anclaban al pragmatismo, por más que Junqueras afirmase aquello de que el Estado «podía meterse los indultos por donde le quepan». «Esquerra no renuncia ni renunciará a ningún instrumento político y democrático». Marta Vilalta puso voz a lo que quedó sancionado negro sobre blanco en la ponencia, que fijaba tres vías: un referéndum pactado como «prioridad»; un referéndum «forzado» mediante la movilización y «avales internacionales», y como último recurso: «No podemos descartar nunca la vía de volverlo a hacer». Pero se añadía un matiz clave: «El elemento esencial que decantará una vía u otra será la correlación de fuerzas con el Estado».
2021.
Las elecciones catalanas de febrero supusieron el gran duelo entre ERC y Junts por la hegemonía independentista. Junqueras y Aragonès lo ganaron por la mínima con un programa que mantenía el equilibrio de la última ponencia congresual: «La apuesta por la democracia, el diálogo y el reconocimiento político del conflicto son nuestras mejores armas, sin renunciar a la desobediencia civil y la unilateralidad si una mayoría democrática así lo avala». El documento dejaba claro que el escenario «deseable» era un referéndum pactado, pero que la unilateralidad «es viable» y una «herramienta válida y democrática», pero siempre que cuente con apoyo mayoritario. El lunes, Junqueras la relegó un poco más.