El envejecimiento lastra el crecimiento económico chino
Pekín anunció la semana pasada campañas de educación para jóvenes sobre matrimonio y familia, mejoras en los servicios de atención a los niños, bajas de maternidad, seguros de nacimiento y el aumento de la edad de jubilación.
devuelve el reflejo de Japón y su economía gripada durante tres décadas, con el que China comparte el modelo exportador, la demografía declinante y la deuda elefantiásica.
El milagro chino descansó en el ejército de mingongs o trabajadores de las provincias rurales que se empleaban por sueldos misérrimos en las fábricas de la costa oriental. Aguanta el cliché pero la realidad es diferente: hace años que los empresarios extranjeros que solo buscan bajos costes van a Vietnam o Indonesia. «La situación ha cambiado no solo por la reducción de la fuerza laboral sino por el tremendo aumento de los salarios. Desde 2008 a 2012 subieron por encima del 10% anual y antes del coronavirus seguían subiendo al 5%. China ya es cara y cuanto más decrezca el número de trabajadores, más cara será», juzga Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia Pacífico del banco Natixis.
Autoconsumo y tecnología
El adelgazamiento de la masa laboral sería dramático en la vieja «fábrica global» de manufacturas baratas pero el viraje hacia un patrón basado en el autoconsumo y la tecnología amortigua el golpe. Consiste, pues, en calcular la factura. «La fuerza laboral, que lleva cayendo desde 2016, sustrae ahora medio punto del PIB y podría alcanzar el punto completo en 2035. Pero lo más grave no es el envejecimiento sino la caída de la productividad porque rebaja el crecimiento potencial. El Gobierno se ha esforzado en aumentarla pero me extrañaría que lo consiguiera», señala la economista. La solución pasa por ahondar en la robotización y la digitalización, para reducir la relevancia del factor trabajo, y en transferir la producción al extranjero.
La demografía es nuclear en el discurso político. Ocupó un espacio generoso en el reciente Plan Quinquenal y en el discurso de apertura de la Asamblea Nacional Popular del primer ministro, Li Keqiang, quien prometió briosos esfuerzos para alcanzar una «moderada fertilidad» y una «apropiada natalidad». Pekín anunció la semana pasada campañas de educación para jóvenes sobre el matrimonio y la familia, mejoras en los servicios de atención a los niños, bajas de maternidad, seguros de nacimiento y el aumento de la edad de jubilación. El margen de actuación está ahí. Es de 60 años para los hombres y de 55 años para las mujeres, comprensibles un tsunami de indignación en los últimos años. En China, a falta de democracia o de elecciones, funciona un contrato tácito social que obliga al Gobierno a preservar el bienestar, y alargar el horizonte laboral supone una flagrante ruptura. Cualquier otro Gobierno menos aterrorizado por la inestabilidad lo hubiera aprobado mucho antes.
«Es probable que China anuncie con antelación un incremento de la edad de jubilación para que los trabajadores ajusten sus expectativas y así reducir las posibles consecuencias sociales», señala Albert Francis Park, profesor de Economía en la Universidad de Hong Kong y estudioso del sistema de pensiones chino. «El Gobierno tiene la capacidad financiera para repartir y elevar recursos adicionales para cubrir los déficits de los fondos durante algún tiempo, pero eso implicaría retirarlos de otras partidas como inversiones públicas y servicios que son esenciales para sostener el crecimiento económico», sostiene. La única certeza es que a China se le agota el tiempo para resolver el sudoku demográfico que amenaza su economía.
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