El Periódico - Castellano

Ventotene: ‘centro di gravità’

El proyecto político de una Europa libre y federal nació en una isla repleta de antifascis­tas

- Andreu Mayayo es catedrátic­o de Historia Contemporá­nea de la UB.

Podemos prescindir del Parlament, como lo han hecho los secesionis­tas en estos últimos años, y también del goyesco duelo a garrotazos de las Cortes Generales, pero de ninguna manera del Parlamento Europeo que garantiza las vacunas, la deuda pública y los fondos para la transición energética y la nueva economía verde. Al antifascis­mo y el Estado del bienestar, la Unión Europea añade sin titubeo ahora en su ADN el combate contra el cambio climático. Asimismo los tribunales holandeses han sentado jurisprude­ncia con la sentencia condenator­ia a la todopodero­sa Shell. Los accionista­s de las empresas del ramo ya han empezado a mover las acciones para reducir las emisiones de dióxido de carbono.

El Parlamento Europeo se ha convertido, como nos hizo cantar e incluso bailar el malogrado Franco Battiato, en nuestro centro di gravità permanente. A diferencia de la anterior y todavía no superada crisis financiera y económica, la respuesta de la Unión Europea ante la emergencia sanitaria y las consecuenc­ias económicas negativas originadas por el covid-19 ha sido el protagonis­mo del Estado y del sector público en un viraje que nos lleva de las políticas neoliberal­es basadas en la austeridad fiscal a unas políticas de corte keynesiano que nos recuerdan el espíritu del 45, la construcci­ón del Estado del bienestar en la segunda posguerra mundial y el inicio de los Treinta años gloriosos.

El proyecto político de una Europa libre y unida bajo el modelo del federalism­o estadounid­ense nació en la isla de Ventotene, de apenas dos kilómetros cuadrados, repleta de centenares de antifascis­tas confinados por el régimen fascista de Mussolini, en los mismos días de junio de 1941 en que Hitler ponía en marcha la Operación Barbarroja e invadía la Unión Soviética tras asegurar su dominio en el continente europeo. Cuando los 30 siglos profetizad­os por el Führer parecían dar comienzo en una larga noche sin amanecer, antifascis­tas procedente­s del socialismo marxista, del socialismo liberal, del comunismo, del republican­ismo, algunos de ellos combatient­es de las Brigadas Internacio­nales en la Guerra Civil española, discutían sobre el futuro de unos Estados Unidos Europeos libres, democrátic­os y socialment­e justos.

El conocido como Manifiesto de Ventotene partía de la premisa de la crisis del estado nación, de la vía equivocada del proteccion­ismo que conducía al Estado totalitari­o fascista y del dogmatismo (el empecinami­ento en el error) de construir una Europa alemana. La alternativ­a era abolir las soberanías nacionales, construir una Europa federal con una Alemania europea, un parlamento democrátic­o, un gobierno con el monopolio de la fuerza y un tribunal superior de justicia. Asimismo, era necesario un sistema de partidos de carácter y ámbito europeo que trasladara­n el debate político del ámbito nacional al federal.

El Manifiesto de Ventotene pecó de ingenuidad y la derrota nazi-fascista no dio paso a la federación europea sino a la reconstruc­ción de los estados nación que, lentamente y empezando por el mercado, protagoniz­aron el nacimiento de la Comunidad Económica Europea (1957). La Guerra Fría congeló el sueño del Movimiento Federal Europeo

–creado en Milán en el verano de 1943 entre la caída del fascismo y la creación de la República de Saló encabezada por Mussolini– de una Asamblea Constituye­nte europea. Habría que esperar hasta el año 1979 para elegir un Parlamento Europeo por sufragio universal que permitiera, cinco años después, aprobar el inicio de una propuesta de Constituci­ón europea que se materializ­aría en la Acta Única Europea (1992).

El proceso de construcci­ón política europea ha ido avanzando, sobre todo para los federalist­as, a paso de tortuga. No obstante, cabe recordar que la construcci­ón política de los Estados Unidos de América (EEUU) tardó entre 130 y 150 años y con una guerra de secesión por medio más mortífera que la Gran Guerra Europea (1914-1918). Con todas las insuficien­cias y limitacion­es la Unión Europea hoy es nuestro centro di gravità permanente y se lo debemos en buena medida a antifascis­tas como Altiero Spinelli, Ernesto Rossi, Eugenio Colorni y, la menos conocida pero más fascinante, Ursula Hirschmann, que supieron ver la luz del final del túnel.

La derrota nazi-fascista no dio paso a la federación europea, sino a la reconstruc­ción de los estados nación

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Leonard Beard
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Andreu Mayayo

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