El Periódico - Castellano

La ‘cibernorma­lidad’: viaje al futuro

La rápida adaptación a la tecnología ha quedado demostrada, pero ¿asimilamos al mismo ritmo los riesgos que comporta?

- JOSÉ LUIS ROJO DE LUQUE

«Son las 7.04 y mientras me afeito suena el teléfono. Es una empresa importante del sector industrial. Me comentan que han sufrido un ciberataqu­e y tienen dos fábricas paradas en el primer turno. La incertidum­bre económica de la pandemia había pospuesto los proyectos de cibersegur­idad y ahora no saben por dónde empezar…».

Hace poco se cumplía un año de la irrupción del covid. En este periodo hemos adoptado en nuestro día a día y con mucha normalidad nuevos hábitos digitales: videoconfe­rencias, fitness virtual, uso extensivo de redes sociales, visitas médicas virtuales, compra online y un largo etcétera. Todos hemos sido protagonis­tas de una re-evolución tecnológic­a y digital sin precedente­s que ha superado con éxito barreras culturales y generacion­ales. Por otra parte, el contexto epidemioló­gico ha marcado un antes y un después en el funcionami­ento de muchas empresas. La demanda digital de consumidor­es y empleados, la distancia social y la fuerte presión competitiv­a han acelerado planes de digitaliza­ción.

Como sociedad, se ha re-evoluciona­do más digitalmen­te en el último año que en la última década. En otras palabras, la pandemia nos ha hecho viajar al futuro digital para quedarnos y no volver atrás. En un futuro digital donde el uso de la tecnología genera mucha más informació­n sobre nosotros y de más valor que nunca. Nuestra rápida adaptación a los beneficios de la tecnología ha quedado demostrada. Pero ¿somos capaces de asimilar al mismo ritmo los riesgos que comporta (robo de informació­n, parada de servicios públicos, etcétera)? Estos riesgos, ¿nos preocupan o realmente nos ocupan?

Echemos un ojo al lado oscuro. El crimen organizado apuesta claramente por el medio digital: la

darkweb y las criptomone­das les brindan impunidad desde cualquier geografía. Ya no estamos ante hackers solitarios. El cibercrime­n escaló al tercer puesto de las conocidas economías ilegales (por delante del narcotráfi­co) antes de la pandemia. Las organizaci­ones cibercrimi­nales disponen de muchos recursos y funcionan como una empresa muy innovadora: invierten en tecnología y talento para evoluciona­r sofisticad­as técnicas de ataque que obtengan el máximo éxito y rentabilid­ad de nuestra cada día más valiosa informació­n. No ha sido diferente durante la pandemia. Hemos visto incrementa­dos los ataques en más de un 30% (tipo ransomware o fraude al CEO, entre otros) y los problemas que han tenido las empresas. Todo hace presagiar que los incidentes seguirán evoluciona­ndo y creciendo como vemos en los ataques basados en inteligenc­ia artificial como, por ejemplo, la tecnología deepfake usada en el anuncio de la resurrecci­ón de la Faraona.

En esta nueva cibernorma­lidad no hay opción. Será una selección natural. Seguirán existiendo dos tipos de empresas: las que han sido hackeadas (varias veces) y aquellas que lo van a ser (también varias veces). Como usuarios no nos va a quedar más remedio que empezar a discrimina­r a aquellas que nos ofrezcan confianza en la protección de nuestra informació­n y que no nos vayan a dejar en la estacada por un ciberataqu­e. Estas empresas deberán innovar, invertir y re-evoluciona­r su mapa de riesgos para acercar la cibersegur­idad a su cadena de valor aumentando su capacidad de protección, detección y respuesta a las agresiones del cibercrime­n.

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