Los 6 supervivientes chinos del ‘Titanic’
Un documental estrenado por TVE arroja luz sobre el último misterio del célebre hundimiento. La cinta desvela historias de racismo y vergüenza, vidas para las que aquella noche fue solo una piedra más.
El único bote salvavidas que regresó al Titanic divisó entre los cadáveres que salpicaban las aguas heladoras a un joven encaramado a una puerta. El veinteañero cantonés Fang Lang murió siete décadas después sin intuir que iba a inspirar una de las escenas más memorables de la oscarizada Titanic.
Aquel hundimiento ha merecido una atención entomológica desde 1912. La cubertería, el cancionero de la orquesta, las biografías de los 700 supervivientes… El documental The six, que emite Documentos TV (TVE) con el título El último secreto del Titanic, alumbra su único ángulo muerto: los seis chinos que sobrevivieron para desaparecer como si se los hubiera tragado el océano. La investigación arroja historias de racismo y vergüenza, vidas para las que aquella noche fue solo una piedra más.
Una nota en mandarín
Una nota registral manuscrita ya macilenta con ocho nombres en caracteres romanizados, probablemente una torpe traducción sonora del mandarín, inicia la búsqueda. Eran marineros huidos de la decadencia de su país que se habían empleado en barcos ingleses y que, tras la huelga de carbón, fueron enviados por su compañía al Caribe. Viajaban en las humildes cabinas de la parte más baja del buque. ¿Por qué solo murieron dos de los ocho cuando la supervivencia en la tercera clase no llegó al 20 %? Arthur Jones, director del documental, arroja varias hipótesis. «Sus camarotes estaban cerca de la proa y sintieron el golpe aunque estuvieran dormidos. Eran marineros y entendieron antes que el resto la gravedad de la situación. Probablemente no hablaban inglés y no entendieron las órdenes de quedarse en los camarotes. Así que hicieron lo que el resto no hizo: subir a toda prisa por las escaleras las seis plantas hasta la zona de los botes salvavidas».
Cuatro compartieron bote con Joseph Bruce Ismay, presidente de la compañía White Star Line, lapidado por los periódicos por abandonar el barco cuando quedaban mujeres y niños. Contra los chinos se añadió el estigma del emigrante al del superviviente para concluir que ocuparon espacios ajenos en el bote. La prensa los vapuleó. Los acusó de polizones, de disfrazarse de mujer y de ocultarse bajo los asientos del bote. Un diario subrayó el heroísmo anglosajón frente a la cobardía de aquellas «criaturas que saltaron a los botes al primer signo de peligro». La investigación desmonta esas falacias. «Muchas llegaron de gente que no pudo ver lo ocurrido por la lejanía y tenían una motivación racista anglosajona. Por ejemplo, si un blanco cometía un acto deshonroso, se lo señalaba como italiano», según Jones.
Una reconstrucción de aquel bote en el documental desmiente que seis personas cupieran bajo los asientos. Aquel argumento de que mujeres y niños blancos merecían más la vida que los chinos es éticamente debatible y fútil: los botes salvavidas partieron del Titanic medio vacíos y la mayoría de mujeres y niños murieron porque nunca alcanzaron la cubierta. Los seis llegaron a la isla de Ellis a bordo del Carpathia junto al resto de supervivientes. No pasaron las barreras migratorias ni recibieron cuidados médicos. Permanecieron detenidos durante la noche y expulsados al alba porque estaba vigente el Acta de Exclusión de Chinos, la única ley estadounidense que ha señalado a una etnia. La ley respondía al sentimiento de la época. La crisis económica y el desempleo convirtieron en prescindibles a aquellos abnegados chinos que habían levantado los líneas de ferrocarril y otras infraestructuras. La ley fue aprobada en 1882 con una vigencia planeada de una década pero se prorrogó hasta que EEUU necesitó en 1943 a China como aliada en la Segunda Guerra Mundial. Llegaron los seis a Cuba y pronto zarparon hacia el Reino Unido porque muchos de los marineros ingleses se habían alistado en la guerra. Disfrutaron de trabajo y formaron familias con locales. Seis años después, en plena recesión y con el racismo en alza, fueron expulsados y obligados a dejar a esposas e hijos atrás. Ni EEUU ni el Reino Unido se han disculpado por sus políticas discriminatorias.
Callar para protegerse
Fueron donde pudieron. Hong Kong, Canadá, la India, EEUU… Seis años de búsqueda de sus descendientes han dado solo para retales biográficos. Muchos ni siquiera sabían que sus padres habían pisado el Titanic. Fang Lang regresó muchos años después a EEUU, logró la ciudadanía y nunca reveló que un día fue marinero.
«La comunidad china tuvo que cambiar sus nombres para protegerse de la expulsión. Desvelar cómo llegaron a América podía traerles problemas y mantener sus secretos fue su forma de protegerse. Cada comunidad tiene sus agujeros generacionales», señala Jones. En los últimos años, corrobora, sus descendientes reescriben la historia de los que durante décadas se sintieron avergonzados. «Rompieron las leyes, pero eran leyes injustas y lo hicieron para sobrevivir. Quieren terminar con los secretos y reivindicar su orgullo», añade. «Gratitud», dice una hija cuando se le pregunta qué siente por su padre. La película devuelve la dignidad a aquellos chinos que fueron vilipendiados por vivir y para los que la célebre tragedia solo fue un entrenamiento para lo que llegó después.
Del documental se ha hablado mucho en China, donde ha recibido críticas entusiastas. Se agradece que haya rescatado a estos héroes. También ha enfatizado los paralelismos con la actualidad porque bastan unos minutos para que bailen en tu cabeza las agresiones a chinos en todo el mundo, la impune sinofobia, el irresponsable papel de la prensa… Da igual un naufragio que una pandemia, el siglo anterior que el presente, en los chinos sigue encontrando el mundo el puching ball donde desahogar su ira.
La mayoría de los descendientes desconocían que sus padres navegaron en el transatlántico